miércoles, 8 de julio de 2020
UN AMOR EN EL OLVIDO: CAPITULO 5
Paula agarró con fuerza la manga de Pedro y apretó el rostro contra la impoluta camisa.
—No tengo a nadie —susurró—. Ni padres. Ni hermanos. A nadie.
Pedro la miró y le hizo levantar la barbilla para poder ver cómo las lágrimas llenaban aquellos maravillosos ojos azul violeta.
—Me tienes a mí.
Paula tragó saliva y examinó el rostro de Pedro como si estuviera tratando de encontrar sentimientos detrás de la expresión de su rostro.
Él trató de reflejar preocupación y admiración, amor por ella, sin sentir realmente nada de ello.
Paula suspiró. Entonces, una suave sonrisa se le dibujó en los labios.
—Y a nuestro hijo —dijo.
Pedro asintió. Efectivamente, su hijo era la razón por la que tenía que asegurarse que el control que ejercía sobre Paula fuera absoluto. La razón por la que tenía que conseguir que creyera que sentía algo hacia ella.
No era diferente de lo que, en una ocasión, ella le había hecho a él.
Conseguiría que creyera que podía confiar en él.
Haría que aceptara casarse con él. Y entonces…
En el momento en el que estuvieran casados, la finalidad de su vida sería conseguir que ella recordara la verdad. Estaría a su lado cuando Paula por fin rememorara todo. Contemplaría cómo la sorpresa se apoderaba de su rostro.
Entonces, la aplastaría. La venganza consiguió alegrar su corazón.
«No se trata de venganza, sino de justicia», se dijo.
Se inclinó hacia delante y la estrechó con fuerza en el asiento trasero del Rolls-Royce.
—Paula —dijo, enmarcándole el rostro entre las manos—. Quiero que te cases conmigo.
¿Casarse con él?
«Sí», pensó Paula mientras observaba extasiada el hermoso rostro de Pedro. Al sentir cómo las fuertes manos de él acariciaban la suavidad de su piel, experimentó una calidez que le llegó hasta los senos y más allá.
¿Cómo podía ser un hombre tan masculino, tan guapo y tan poderoso al mismo tiempo? Pedro representaba todo lo que su vacía y asustada alma podía desear. Él la protegería. La amaría. Haría que su vida fuera completa.
«Sí, sí, sí».
Sin embargo, cuando estaba a punto de pronunciar las palabras, algo se lo impidió. Algo que no podía comprender le hizo apartar el rostro de las caricias de Pedro.
—¿Casarme contigo? —preguntó mirándolo a los ojos. Sintió que los latidos del corazón se le aceleraban—. Si ni siquiera te conozco.
Pedro parpadeó. Paula comprobó que él estaba sorprendido. Entonces, frunció el ceño.
—Me conociste lo suficientemente bien como para concebir a mi hijo.
Paula tragó saliva.
—Pero no me acuerdo de ti. No sería justo casarme contigo. No estaría bien.
—Yo me crié sin padre. No tengo intención de que mi hijo tenga que soportar eso. Daré un apellido a nuestro hijo. No puedes negármelo.
¿Negárselo? ¿Cómo podía una mujer negarle algo a Pedro Alfonso?
«Sin embargo, no me parece bien».
Respiró profundamente y apartó la mirada. Miró por la ventanilla y comprobó que habían dejado atrás las afueras de Londres para adentrarse en la dulce y verde campiña.
—Paula…
Miró a Pedro. Era tan guapo y tan poderoso… Su gesto indicaba que estaba claramente decidido a salirse con la suya, pero algo en su interior la obligaba a resistirse.
—Gracias por pedirme que me case contigo —dijo ella—. Es muy amable por tu parte, pero aún faltan meses para que nazca mi niño…
—Nuestro niño.
—Y yo no puedo convertirme en tu esposa cuando ni siquiera me acuerdo de ti.
—Ya veremos.
El silencio se apoderó de ellos durante lo que restaba de viaje. Por fin, el coche se apartó de la carretera y tomó un sendero. Paula vio por fin una mansión situada en la base de las colinas, cuya silueta se reflejaba en un amplio lago.
—¿Es ésa la casa de mi padrastro?
—Sí.
El coche fue avanzando por los jardines de la casa hasta que, por fin, se detuvo en la entrada. Paula contuvo el aliento y estiró el cuello para poder verla bien. No se creía lo que veía.
—¿Y yo he vivido aquí?
—Sí. Y ahora es tuya, junto con una gran fortuna.
—¿Y cómo lo sabes tú?
—Tú te enteraste ayer, cuando asististe a la lectura del testamento.
—¿Pero cómo lo sabes tú? —insistió ella.
—Me aseguraré de que recibes una copia del testamento. Vamos —dijo, invitándola a entrar en la casa. En el interior, cinco sirvientes esperaban en el vestíbulo, acompañados por la que debía de ser el ama de llaves.
—Oh, señorita Chaves… —susurró la mujer sollozando sobre el delantal—. Su padrastro la quería mucho. ¡Se alegraría tanto de ver que por fin regresa usted a casa!
¿Casa? Pero si no era su casa. Aparentemente, llevaba años sin poner el pie en aquella casa.
—Era un buen hombre, ¿verdad? —preguntó. Decidió cambiar de tema al ver el rostro entristecido del ama de llaves.
—Sí que lo era, señorita. El mejor. Y la quería a usted como si fuera hija suya de verdad, aunque en realidad no lo fuera. Y, además, estadounidense. Se alegraría tanto de ver que por fin ha regresado después de tanto tiempo…
—¿Tanto ha sido?
—Seis o siete años. El señor Chaves siempre la invitaba a que viniera por Navidad, pero usted…
El ama de llaves interrumpió de nuevo sus palabras y volvió a secarse una vez más las lágrimas con el delantal.
—Pero nunca lo hice, ¿verdad?
La anciana negó tristemente con la cabeza.
Paula tragó saliva. Aparentemente, había aceptado el dinero de su padrastro y había dejado que él pagara sus facturas mientras ella se divertía por todo el mundo, pero ni siquiera había tenido la amabilidad suficiente como para volver a visitarlo.
Y había muerto.
—Lo siento —susurró.
—Deje que la acompañe a su habitación. La encontrará exactamente igual que la dejó la última vez que estuvo aquí.
Poco después, en la oscuridad de su dormitorio, seguida siempre por Pedro, Paula apartó las cortinas y, al volverse a ver su dormitorio, ahogó un grito de desolación.
Todo era rojo y negro. Moderno. Sexy. De mal gusto.
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