viernes, 17 de julio de 2020

UN AMOR EN EL OLVIDO: CAPITULO 34





¿Cómo era posible que todo se hubiera estropeado de aquella manera? Un mes después. Paula aún no podía comprenderlo. 


Vivía en una maravillosa casa en Grecia y tenía una Isla privada. Estaba casada con el hombre más guapo sobre la faz de la tierra y estaba esperando un hijo suyo. Era feliz, se encontraba sana y vivía en medio de un lujo maravilloso bajo la luz del sol del mar Egeo y con un ejército de criados que atendían todos sus deseos.


Sin embargo, no era feliz. Pedro llevaba un mes sin tocarla. Estaba sola en su matrimonio. Sola en la vida.


Nunca antes se había sentido tan triste. Aunque vivían en la misma casa, llevaban vidas separadas. Pedro trabajaba por las noches en su despacho e iba a la cama sólo cuando ella ya estaba dormida o, peor aún, dormía en el sofá de su despacho. Paula se pasaba los días decorando la habitación del bebé, organizando la casa y tomando el helicóptero para ir a la cercana isla de Kos para que la viera el médico.


Había hecho todo lo que se le había ocurrido para recuperar el interés de Pedro.


Se vestía con ropa bonita, había aprendido a cocinar sus platos favoritos, leía periódicos para aprender cosas sobre los temas que a él le interesaban…


Todo en vano.


El problema era que a él ya no le interesaba.


Desde el primer día en la isla, cuando hicieron el amor tan apasionadamente sobre el suelo, él no había vuelto a tocarla. Ni siquiera la abrazaba ni la besaba. De hecho, se podía decir que, prácticamente, no la miraba.


Después de un mes de sentirse abandonada y evitada, Paula se sentía completamente descorazonada. Le había preguntado a Pedro en varias ocasiones por qué la ignoraba y si ella había hecho algo que lo enojara.


No había obtenido respuesta alguna.


Tenía miedo de volver a preguntarle porque no se podía apartar más de ella a no ser que, físicamente, decidiera abandonar la isla. Al menos seguía en la casa. Sin embargo, ¿cómo iban a poder arreglar lo que hubiera ocurrido si no hablaban?


¿Cuando él ni siquiera la tocaba? Paula se sentía completamente desesperada.


—Buenos días, señora Alfonso.


Paula se sobresaltó al oír la voz del ama de llaves.


—Buenos días.


La mujer colocó una bandeja de fruta, huevos, tostadas y una tetera de poleo menta sobre la mesa de piedra y dijo:
—Que disfrute del desayuno.


Paula recordó de repente el almuerzo que había compartido con Pedro allí en la terraza en el primer día de su estancia en la isla. ¿Qué era lo que había hecho mal? ¿Qué tenía que recordar?


—¿Dónde está el señor Alfonso?


—Creo que está en su despacho, señora. ¿Quiere que le envíe un mensaje?


¿Otro mensaje que pudiera ignorar? Paula negó con la cabeza. Miró al mar y respiró profundamente. Casi temía lo que pudiera recordar. ¿Qué otra cosa podría ser peor aún?


Pedro no se lo decía, pero su silencio durante aquel mes resultaba muy elocuente. Ella tenía que haber hecho algo. Algo que él no podía perdonar.


¡Tenía que acordarse! Si no lo hacía, temía que lo perdería para siempre y con él su posibilidad de tener una familia, antes incluso de que el bebé naciera.


—¿Hay otro ordenador en la casa aparte del señor que tenga conexión a Internet? No querría molestar a mi esposo.


—Hay uno en mi habitación, señora. Puede utilizarlo cuando quiera.


—Gracias —dijo Paula aliviada. Tomó su plato y se puso de pie—. ¿Le importa si lo utilizo ahora?






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