viernes, 10 de julio de 2020
UN AMOR EN EL OLVIDO: CAPITULO 10
Las rodillas de Paula comenzaron a temblarle.
Comenzaron a caminar hacia el hotel. La cama estaba esperándoles. Se mordió el labio inferior y lo miró de reojo. Era tan guapo y tan fuerte…
Sin embargo, más allá de aquella increíble sensualidad, era un hombre paciente. No se había mostrado enojado ni herido por el hecho de que ella no pudiera recordarlo. No. Lo único que le había importado era que ella se sintiera cómoda.
Eso no era del todo cierto. Había querido otra cosa.
Quería casarse con ella. El padre de su hijo, un guapo y poderoso magnate griego, quería casarse con ella. ¿Por qué no podía aceptar?
¿Por qué no podía dejarle al menos que la besara?
«Y tienes motivos para tenerlo».
De repente, sintió mucho frío.
—¿Me das mi gabardina, por favor? Tengo mucho frío.
—Por supuesto, khriso mu —respondió él. La envolvió tiernamente con la prenda. Durante un momento, ella se sintió presa de su mirada—. Te llevaré al hotel.
Así fue. A los pocos minutos, se encontraban en el interior de la suite. Pedro inmediatamente le soltó la mano. Cuando ella salió del cuarto de baño después de lavarse los dientes, él ni siquiera levantó la mirada del escritorio en el que se encontraba trabajando.
—Gracias por prestarme la parte de arriba de tu pijama —dijo ella, incómoda—. He debido de perder el mío. No había ninguno en mi maleta.
—Siempre duermes desnuda.
—Bueno, yo…
—Quédate tú con la cama —dijo Pedro. Se puso de pie y cerró el ordenador. Su oscura mirada era fría y distante—. Trabajaré en el despacho para no molestarte. Cuando esté cansado, dormiré en el sofá.
Paula jamás habría esperado que Pedro la tratara como si fuera una invitada.
—¡No vas a caber en ese sofá!
—Ya me las arreglaré. El bebé y tú necesitáis descansar —apostilló. Entonces, se dispuso a abandonar el dormitorio—. Buenas noches.
Pedro apagó la luz. Como a Paula no le quedaba más elección, se metió en la cama y se tapó hasta el cuello. Se sentía a la deriva. Triste. Sola.
Suspiró y trató de acomodarse para poder dormir un poco.
¿Por qué no había dejado que él la besara?
Había ansiado saber lo que se sentía al notar la boca de Pedro contra la suya.
Suspiraba sólo pensándolo y, sin embargo, se había alejado de él.
«Y tienes motivos para tenerlo».
¿De qué? ¿De qué debía tener miedo? Pedro era un buen hombre. Su amante. El padre de su hijo. Se había mostrado tan cariñoso, tan romántico, tan paciente con ella… Además, quería casarse con ella.
Tenía que recuperar la memoria por el bien de Pedro. Por el bien de su hijo. Por su propio bien.
Se prometió que, al día siguiente, sería valiente.
Al día siguiente. Al día siguiente permitiría que él la besara.
Cuando Pedro se despertó a la mañana siguiente. Paula no estaba. Se sentó en el sofá. Debía de ser muy tarde. Efectivamente, el reloj que había sobre la chimenea marcaba las once. ¿Dónde estaba Paula?
La cama estaba vacía. Vacía y hecha.
¿Había hecho la cama?
Con un gruñido, se levantó y se acercó la cama.
Entonces, vio que sobre la almohada había una nota manuscrita. Me he ido de compras. Volveré pronto.
Pedro respiró aliviado. No había recuperado la memoria y había salido huyendo. Había ordenado a Kefalas que la vigilara por si acaso.
No volvería a escaparse de él.
Paula había salido de compras. Sonrió.
Aparentemente, no había cambiado tanto
como se había imaginado.
Bostezó y se estiró. Le dolía todo el cuerpo y no sólo porque hubiera conseguido encajar su cuerpo de más de un metro ochenta en un sofá que medía mucho menos. Era por estar tan cerca de Paula.
Escuchando cómo respiraba. Recordando la última vez que había dormido en el mismo dormitorio con ella.
Se mesó el cabello. Le había resultado muy difícil pasarse el día anterior con ella, mostrándose cariñoso. Pasar la noche en la misma habitación de hotel había estado a punto de destrozarle los nervios.
Odiaba el hecho de que aún siguiera deseándola.
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