viernes, 24 de julio de 2020
CRUCERO DE AMOR: CAPÍTULO 14
Paula sujetó el teléfono con la barbilla para poder usar ambas manos y rebuscar en el montón de folletos de excursiones y guías turísticas que había dejado sobre la mesa del comedor. Por el móvil no podía hablar, pero los teléfonos de los camarotes eran inalámbricos, de modo que resultaban casi igual de manejables.
Continuó buscando hasta que una de las amplias mangas de su pijama se enganchó en el borde de un panfleto, descubriendo una esquina de su cuaderno de bocetos.
—Un momento, Rodolfo. Creo recordar haber visto algo antes…
—Suri te mandó por fax esta mañana los contratos, Paula.
Se subió las mangas y recogió el cuaderno.
Dentro estaban los documentos que le había enviado su secretaria.
—Ya está.
—Bien. Me gustaría llamar tu atención sobre el de la ropa de playa. Segundo párrafo de la tercera página.
—Espera… —se llevó el teléfono y los documentos al salón y se sentó en el suelo.
Aquella suite era muy lujosa, sólo había cuatro en todo el barco, bastante más amplia que muchos de los apartamentos en los que había vivido. Aparte de la mesa del comedor y de las sillas, había varios armarios, un sofá y un sillón en el salón, más una enorme cama de matrimonio en el dormitorio. Las paredes de un tono verde apagado y los muebles de madera clara causaban un efecto general muy agradable.
Alineó las hojas del primer contrato sobre la moqueta y se inclinó para examinar la tercera página. Aunque se había leído el articulado en Moscú, al parecer había ciertos puntos que Rodolfo quería cambiar. Eso era lo que más le desagradaba de su trabajo: el papeleo. Habría preferido dedicar todo su tiempo a pensar y elaborar diseños, pero el aspecto comercial de su negocio era un mal necesario.
Afortunadamente, no tardó mucho tiempo en arreglarlo. Tan pronto como quedó resuelto el problema, Rodolfo le comentó:
—Dado que todavía no he recibido noticia alguna de una orden de alejamiento contra ti, tengo que suponer que el señor Alfonso aún sigue dispuesto a hablar contigo.
—Efectivamente —sentada en el suelo, apoyó la espalda en el sofá—. No tenías por qué haberte preocupado tanto.
—Yo siempre me preocupo, Paula. Para eso me pagas.
—No me está yendo nada mal. Pedro está colaborando. Está de acuerdo en que sería mejor para Sebastian que evitaramos los tribunales.
—¿Entonces quieres que retire nuestra reclamación?
—Aún no. Todavía no ha aceptado que me quede con Sebastián: sólo que lo discutamos.
—¿Estás haciendo progresos en ese sentido?
—Confío en ello.
—Eso es muy poco ortodoxo. Yo preferiría que te olvidaras de eso y utilizaras los canales apropiados.
—Tú te llevarías bien con Pedro, Rodolfo. Las reglas y procedimientos le gustan tanto como a ti. Pero se está esforzando con Sebastián.
—Ya lo supongo. De lo contrario, a estas alturas ya lo habrías arrojado por la borda.
Paula soltó una carcajada:
—Queda más de una semana de viaje. Todavía hay posibilidades de que eso suceda.
—Me alegro de oírte reír. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez.
«Nueve meses», pronunció Paula para sus adentros mientras colgaba. Desde que se enteró de la muerte de Olga y Borya, había tenido muy pocas razones para sonreír y ninguna para reír. Pero tampoco se había dedicado a lamentarse: de repente localizar a su sobrino se había convertido en el objetivo más importante de su vida. Encontrarlo finalmente había sido como salir de un largo y frío invierno para entrar en una exuberante primavera.
Estaba segura de que, si por alguna razón volvía a perderlo, no podría soportarlo. Dejando los contratos en el suelo, se levantó para acercarse de nuevo a la mesa del comedor, y buscó entre los folletos hasta que encontró uno con un mapa. Al día siguiente el crucero recalaría en Dubrovnik, y Pedro, siguiendo su programa, pensaba realizar otra excursión con Sebastián. Ésa sería la oportunidad perfecta de demostrarle la ventaja que representaba haber hecho tantos viajes de negocios. Había visitado Dubrovnik varias veces y podría enseñarle a Sebastian lugares que sabía le gustarían.
Si al final Sebastian terminaba viviendo con ella, podría acompañarla en aquellos viajes. Haría que se familiarizara con todo tipo de lenguas y culturas; conocería de primera mano los monumentos más famosos de la antigüedad. Recibiría una educación mucho más completa que la que pudiera proporcionarle Pedro con sus libros.
De repente se oyeron unos rápidos golpes en la puerta. Era más de medianoche. Sobresaltada, se apartó de la mesa.
—¿Paula? —volvieron a llamar.
Era la voz de Pedro. Dejó caer el folleto y atravesó corriendo la habitación. Se disponía a agarrar el picaporte cuando la puerta tembló como si Pedro la hubiera golpeado con el puño. Abrió inmediatamente.
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