martes, 9 de junio de 2020
MAS QUE AMIGOS: CAPITULO 41
Descartada la esperanza de poder lograr dormir algo en el sofá, Pedro miraba el techo.
Sólo eran palabras, por supuesto. Cuando tuviera que llevarlas a la práctica, era imposible que Paula se metiera en la cama con alguien sólo por el sexo. No era de ese tipo. Y él debía saberlo. El anuncio de ese día había sido un mecanismo de autodefensa para convencerlos a los dos de que lo sucedido la noche anterior no había sido de gran importancia.
No obstante, era una maldita bendición que estuvieran en esa isla, casados a todos los efectos, porque la historia demostraba que Paula era famosa por ser impulsiva. Si hubieran estado en el continente, no resultaba inconcebible que hubiera intentado sazonar su vida antes de haber analizado las consecuencias. Con un poco de suerte, en cuanto cerraran el trato con Mulligan, volvería a fomentar el ideal del amor eterno y una casita con vallas.
—Pedro... ¿estás despierto? —se sentó de golpe ante el sonido de su voz suave. Apretó los dientes al ver iluminada por la luna una buena extensión de piernas desnudas bajo una camiseta grande y trató de contener su excitación—. ¿Podemos hablar un minuto? —aunque su libido le sugería otra cosa, y durante más de un minuto, asintió—. No sé cómo decir esto...
—¿Decir qué, Pau? —preguntó con voz ronca; la vacilación que percibió en su voz le aceleró el pulso.
—Es acerca de lo de anoche... y lo que comentaste en el barco.
—¿Qué pasa con lo sucedido anoche? —por ese entonces le palpitaba algo más que el pulso.
—Bueno —lo miró con ojos tímidos antes de bajar la cabeza—, me preocupa que tal vez me hayas dado mala suerte. Bueno, en realidad, a los dos.
—¿Mala suerte? ¿Cómo?
—Al decirle a Rebeca que estaba embarazada.
—¿Quie... quieres decir que... podrías estar em... embarazada? —tragó saliva—. ¿Embarazada?
—¡Maldita sea! Sabía que no tendría que haberlo mencionado. Ahora tú también estás preocupado —¿preocupado? ¿Es que bromeaba? Se había quedado catatónico—. Por favor, Pedro —instó—. Que no te domine el pánico. Sólo existe una posibilidad muy remota de que lo esté.
—Pero... pero usamos preservativos. ¿Por qué crees...? ¡Oh, demonios! Uno se salió después de...
—Sé que en su momento nos pareció gracioso. Pero me puse a pensar en lo sucedido, y al reflexionar... bueno... Mira, Pedro—continuó—. Es probable que mi reacción sea exagerada. De hecho, estoy segura de que no se me habría ocurrido si tú no se lo hubieras mencionado hoy a Rebeca —le palmeó la pierna en un gesto para darle confianza, pero el calor de su mano en el muslo de él bastó para atribuir su aumento de temperatura a otras cosas que una inminente paternidad. Sin embargo, cuando apoyó la mano en la suya, ella se levantó como impulsada por un resorte y forzó una risa—. En realidad, creo que me estoy comportando como una tonta. Las posibilidades de que esté... —sacudió la cabeza—. Todo es ridículo. Olvida que lo mencioné y...
—¡Qué lo olvide! Demonios, Paula, podrías pedirme que dejara de respirar —saltó del sofá y se puso a ir de un lado a otro.
«Paula está embarazada de mi hijo». Intentó imaginar su vientre liso hinchado con el niño. No pudo. Pero al mismo tiempo sintió una oleada de estímulo recorrer sus venas. Pensó... pensó...
¡Maldición, no podía pensar! Hasta respirar le costaba.
Ante la prueba de la evidente y extrema agitación de Pedro, Paula se sintió dominada por la culpa. Lo que le había dicho no se hallaba más allá de las posibilidades de lo posible, pero fue la maldad lo que la motivó a añadir que estaba preocupada. No era verdad. Las probabilidades de que tuvieran un niño eran casi tan remotas como que él le dijera que se había enamorado perdidamente de ella. Como la había herido mucho, quiso castigarlo.
La había impulsado a pensar en lo bien que desempeñaría el papel de marido y que le haría el amor como si fuera la persona más preciada del mundo, para luego anunciar en público que iban a ser padres. Era como si le hubiera proporcionado su sueño más descabellado para arrebatárselo momentos después. Lo odiaba por ello, pero, al mismo tiempo, lo amaba demasiado para disfrutar con su sufrimiento.
—Pedro... por favor. No tiene sentido inquietarse. Yo... tengo la convicción de que no estoy embarazada.
—No, no es verdad. Que estés segura —su boca fue una línea sombría al mirarla.
—De acuerdo. Pero... es muy improbable.
—Improbable no significa imposible —dejó de caminar y se detuvo ante ella. Necesitó toda su fuerza de voluntad para no besarla—. ¿Cuándo lo sabrás?
—Hmm... En nueve o diez días.
—Muy bien. Bueno, si estás... embarazada, yo... —tragó saliva con esfuerzo—. Yo... estoy dispuesto a casarme contigo.
—Si me lo pides, te diré que no —aunque su corazón se excitó más que su cabeza ante tan noble ofrecimiento.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Porque no me motiva el sacrificio humano, Pedro —le irritó que él pareciera tan sorprendido.
—¿Estás diciendo que casarte conmigo sería un sacrificio?
—¡Por el amor del cielo, Pedro! Has dejado bien claro que jamás has querido casarte...
—Sí, pero lo decía de forma voluntaria. Esto es distinto. Si llevas a mi hijo, entonces casarme contigo es una obligación. De hecho, estaría preparado para casarme con cualquiera en estas circuns... ¡grrrugh!
Cuando el trasero de Pedro impactó contra el suelo, Paula siguió su inesperado gancho de derecha con una descripción furiosa y colorida de su herencia, resaltándola con una serie de patadas lanzadas al azar sobre áreas de su perpleja forma.
—¡Por lo que a mí respecta... —patada— ...puedes meterte tus obligaciones... —patada—
...en el trasero, Pedro Alfonso! —patada—. ¡No me casaría contigo ni aunque estuviera embarazada de diez meses de quintillizos y ya tuviera siete de tus hijos! Un...
Pedro aferró su tobillo en mitad de una patada, desequilibrándola lo suficiente como para que cayera encima de él. De inmediato ella se puso a luchar para liberarse.
—Suéltame, hijo de...
—Shhh, Pau. Tranquila, cariño.
—Nada de cariño... —aporreó un puño contra su hombro— ...¡insensible, arrogante y libidinosa pieza de escoria! —el hombro recibió otro golpe—. ¡Suéltame!
—¡No! ¡Ay! ¡Pau, para! —insistió, sujetándole las muñecas.
—¿Por qué? —demandó, sin dejar de intentar soltarse.
—Porque no es bueno para el bebé que te excites tanto —al instante ella se quedó quieta, y él sólo pudo discernir en su expresión confusión y angustia.
—Pedro... yo...
—¿Qué?
—Nada —meneó la cabeza—. Es que, aunque estuviera embarazada, lo poco que sé sobre el tema indica que puedo realizar un ejercicio suave.
—Bueno, como yo no sé nada sobre el tema, aceptaré tu palabra. Pero... —se frotó la mandíbula— ...lo que me preocupa es mi salud. Y como tengo una renuencia instintiva a defenderme de una mujer posiblemente embarazada, ¿crees que podrías dominar tus impulsos homicidas hasta que lo sepamos con certeza?
Ella se incorporó para quedar sobre él, y las manos a la cintura alzaron aun más la ya corta camiseta. El intimidador paso adelante que dio acercó sus hermosas y desnudas piernas a unos centímetros de su contacto.
—¡Renuencia instintiva, un cuerno! ¡Tus instintos son tan lentos que ni siquiera viste llegar el puñetazo! —esbozó una sonrisa complacida.
—Tienes razón, no lo vi —concedió, pero no hablaba sólo de su poderosa derecha. En los últimos días Paula había logrado desequilibrarlo física y emocionalmente hasta tal punto que ni siquiera la idea de poder ser padre le resultaba tan devastadora como habría esperado una semana atrás.
Desde luego, quizá parte de la calma que sentía se debía al hecho de que Paula no había saltado de placer ante su promesa de casarse con ella si de verdad estaba embarazada. Aunque podría haber mostrado algo de gratitud. Hacía unos días estaba dispuesta a casarse con ese imbécil de Carey sólo porque creía estar enamorada de él.
Momentos después ella se despidió de forma apenas audible, pero Pedro sabía que a él le sería imposible dormir. Podía dedicarse a pensar en algo sobre lo que nada podía hacer en ese momento o tratar de centrarse en el motivo que lo había llevado a Illusion Island, y dar los primeros pasos positivos para conseguir que Mulligan bajara el ridículo precio que pedía por el complejo.
Lo más inteligente era decidirse por la segunda opción; que pudiera realizarlo era otra cuestión.
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