miércoles, 17 de junio de 2020

A TODO RIESGO: CAPITULO 8





Era la una y media de la tarde cuando Paula entró en el aparcamiento de Pink Pony. Después de que Sandra se hubiera marchado esa mañana, se había vestido y salido a dar un paseo por la playa. La cura perfecta para la inquietud que la había asaltado la noche anterior. Y no había señal alguna de Pedro Alfonso.


En aquel momento se moría de hambre: le apetecían ostras. Durante todo el tiempo había guardado un régimen de comida muy sana, pero la tentación era irresistible. Ese día, el primero que iba a pasar entero en Orange Beach, tenía que comer ostras al estilo local.


Se sentó al lado de una ventana con vistas al mar. Una pareja de jóvenes paseaban de la mano por la orilla. No se molestó en mirar el menú. Sabía lo que quería.


De repente se abrió la puerta y entró un hombre, solo. Paula lo reconoció antes incluso de que se volviera hacía ella. Aquellas espaldas tan anchas, su fluida manera de andar, su vieja gorra de béisbol… Cuando se volvió y la vio, se le iluminaron los ojos azules y una ancha sonrisa se dibujó en sus labios, como si fueran viejos amigos. La sensación de inquietud que Paula había experimentado el día anterior retornó nuevamente, con fuerza inusitada. Aquel hombre la estaba siguiendo, y no existía motivo lógico alguno para que lo hiciera. Se le acercó, quitándose la gorra.


—Vaya, qué casualidad. Dado que nos hemos vuelto a ver, ¿le importa que me siente con usted? No me gusta comer solo.





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