domingo, 10 de mayo de 2020

SU HÉROE. CAPÍTULO 36





Una vez en el salón, Pedro dejó a los niños frente a la chimenea y les hizo extender las manos hacia el fuego para que entraran en calor.


—Son unos niños encantadores y muy obedientes —dijo Paula —. Apenas te dan guerra.


—No están mal —dijo Pedro en tono desenfadado, y sonrió.


Paula rió.


—¡Como si no te parecieran la cosa más preciosa del mundo, Pedro Alfonso!


—De acuerdo, de acuerdo, pero no exageremos —dijo él, y se puso repentinamente serio—. Me siento como si ya hubiera resuelto el caso, y no debería.


—¿Y no lo has resuelto? De momento yo estoy muy impresionada.


—No está resuelto —insistió Pedro mientras quitaba los abrigos a los niños.


—¿Chocolate? —dijo Leonel, esperanzado.


—Enseguida estará listo —contestó su padre, y volvió a mirar a Paula —. Simplemente es una posibilidad a seguir en las investigaciones.


—Eso es bastante, ¿no? Mucho más de lo que teníamos hace un par de horas —Paula tomó los abrigos de los niños—. Voy a meterlos un rato en la secadora.


—Tenemos que convencer a la policía para que enfoque la investigación desde ese punto de vista.


En lugar de seguir la conversación se centraron en los niños. El chocolate, unido al efecto del aire fresco y el fuego, los dejó rápidamente adormecidos. Con Leonel en brazos sorbiendo el chocolate y aún embrujado por el fuego, Paula sintió que una plácida y desconocida calidez se apoderaba de ella.


Qué piel tan suave y que pelo tan sedoso tenía... 


Lo besó impulsivamente en la mejilla. ¿Sería su bebé tan perfecto, tan brillante, tan feliz? Pedro era muy afortunado. Mucho más de lo que él mismo podía imaginar.


Tras terminar el chocolate, los dos niños acabaron dormidos en la alfombra, frente al fuego.


—¿Cuánto tiempo crees que dormirán? —preguntó Paula.


—Si les dejo, unas dos horas. Pero entonces se dormirán demasiado tarde, así que les dejaré dormir más o menos una. Y me gustaría aprovechar este rato para que hablemos un poco con calma.


—¿Sobre el tipo de las pintadas? Estoy...


—No, no sobre eso.


—Estoy harta de ese tipo.


—Lo sé. Pero de lo que quiero que hablemos es de lo que pasó ayer. Decirte que te fueras porque a Bruno se le iba a hacer tarde fue una grosería, y quiero disculparme por ello.


Paula tenía dos opciones: aceptar las disculpas o discutir. La primera era la más cómoda.


«Pero desde la primavera pasada he adquirido la costumbre de tomar el camino más difícil para todo», pensó. Unos segundos después se oyó decir:
—Si eso es cierto, ¿por qué lo dijiste?


Pedro contestó tras un largo silencio.


—No lo sé —su expresión era cerrada y no invitaba a ningún tipo de discusión.


A Paula le conmocionó la intensidad de la decepción que sintió. Sabía que Pedro estaba mintiendo, y le dolió que así fuera.


Pero lo ocultó muy bien.


—Avísame cuando lo sepas.


Pedro volvió la mirada hacia la chimenea.
—De acuerdo.


Paula no sabía si enfadarse o dejarlo correr. Lo cierto era que se trataba de una pequeñez comparada con los crudos y emocionales momentos que habían compartido.


Pedro se movió en el sofá, claramente incómodo, y añadió:
—Te avisaré cuando averigüe por qué todo lo que siento por ti me asusta tanto. De momento, tendrás que conformarte con el «no lo sé».


—De acuerdo —contestó Paula, como si nada de aquello importara demasiado.


El problema era que todo lo relacionado con Pedro Alfonso estaba empezando a importarle más y más, y no le estaba sirviendo de nada tratar de negarlo.




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