domingo, 10 de mayo de 2020

SU HÉROE. CAPÍTULO 35




—Tienes razón —dijo una hora y media después—. Son realmente obscenas.


Pedro había pasado por el garaje a tomar unas fotos de los mensajes escritos con un pulverizador rojo en la pared del aparcamiento. 


Sus hijos estaban jugando en otra habitación con Eileen. Paula y él estaban reunidos con Otis en el despacho de este.


—Creo que tienes razón al pensar que podemos llegar más lejos si nos olvidamos de la policía —dijo Pedro —. Este es un caso insignificante para ellos. Quiero echar un vistazo a todo lo que tenemos al respecto para ver que nos sugiere.


Paula sabía que estaba trabajando privadamente en el caso, pero no sabía que ya lo tenía todo tan organizado. Pedro extendió sobre el escritorio un listado en que se detallaban las fechas en que se habían recibido los anónimos, las fechas de los matasellos y las palabras que contenían, además de los otros incidentes.


—Si hay un patrón en todo esto, no es nada obvio —comentó.


—Excepto que parece que nuestro tipo se está especializando en que mis vacaciones resulten memorables —dijo Paula—. Me rajó las ruedas el día de Acción de Gracias.


Otis rio.


—Anota eso en tu lista, Alfie. A ese miserable no le gusta el pavo.


—Puede que lo haga, porque de lo contrario apenas tenemos nada —contestó Pedro —. La compañía de Benjamin tenía más o menos dieciséis mil inversores por todos los Estados Unidos. Las cartas han sido enviadas de seis localidades distintas. Tres de ellas tienen huellas de tres juegos de dedos diferentes, pero no encajan con ninguna de las que la policía guarda en sus archivos.


Se encogió de hombros.


—No tienes experiencia en ese terreno, ¿verdad? —preguntó Otis.


—No. Y te aseguro que no me molestaría en lo más mínimo si contrataras a alguien que sí la tenga. Mi especialidad consiste en prevenir los crímenes, no en resolverlos.


—Aún no quiero hacer eso —Otis se levantó y empezó a caminar de un lado a otro del despacho—. ¿Le has contado a Benjamin algo de todo esto, Paula?


—No. Apenas hemos estado en contacto. Aún estoy esperando a saber qué quiere hacer respecto al bebé.


—Creo que deberías contárselo. Benjamin podría darnos alguna pista.


Otis movió la cabeza lentamente, como si la enormidad de los fallos de Benjamin Deveson fuera más de lo que podía soportar. Paula sintió la oleada de determinación que se apoderaba de ella cada vez que veía a su padre agobiado. Ella podía manejar a Benjamin, saliera con lo que saliera. Y también podía enfrentarse al asunto de su misterioso agresor. Benjamin no tenía por qué enterarse de aquello.


—Ahora voy a echar una cabezada —dijo Otis—. ¿Por qué no sacáis mientras a los niños a dar un paseo? Tienes aspecto de necesitar un poco de aire fresco, Paula.


«Sí, pero no en compañía de Pedro».


Paula no dijo aquello en alto, y se limitó a asentir. Su padre parecía cansado. Todo aquel asunto le estaba afectando más que a ella misma.


—Voy a por mí abrigo, Pedro —dijo—. Y mientras tú te ocupas de recoger tus papeles iré a atrapar a los niños. Papá tiene razón respecto a lo del aire fresco.


—No estoy seguro de que puedas atrapar nada más veloz que un gusano —dijo Pedro a Paula cuando el padre de esta salió de la habitación.


Esperaba ganarse una risa, pero todo lo que obtuvo fue una media sonrisa. ¿Estaría enfadada, o simplemente se mostraba cautelosa? Después de cómo la había despedido el día anterior, tenía derecho a ambas cosas. Su remordimiento no le sugería una estrategia útil para superar el problema. 


¿Disculparse? Solo si quería empezar lo que acabaría siendo una incómoda discusión. 


¿Besarla, tal vez?


¡No!


¿Cuántas veces había tenido que volver a la casilla de salida con aquella mujer? No quería tener que volver a hacerlo. Sin duda, su relación tendría que evolucionar en algún momento. 


Debía dejar de desearla y de desconfiar de ella a la vez... y de odiarse a sí mismo por tener ambos sentimientos. «Resuelve el caso y así podrás salir de su vida», se dijo. «Encuentra al sospechoso».


Como Paula, él estaba intuitivamente seguro de que se trataba de un hombre. ¿Pero de qué hombre?


Una vez en el jardín, los niños empezaron a corretear y a jugar con la nieve. La semana anterior había habido una fuerte nevada en la zona y aún quedaba bastante.


Les encantaba, y Paula respondió a sus gritos y a sus risas mientras jugaban. Hicieron bolas de nieve y un muñeco de nieve muy pequeño.


Pedro no se dio cuenta de que llevaba varios minutos mirándola sin dejar de sonreír hasta que empezó a dolerle la cara.


¿Por qué no podía dejar de mirarla? ¿Por qué apartaba ella la vista tan rápido cada que veía que la estaba mirando? El pelo se le había soltado y la punta de su nariz y sus mejillas se habían puesto rojas a causa del frío. En determinado momento tropezó y estuvo a punto de caer sobre la nieve. Pedro fue rápidamente a ayudarla, pero ella negó con la cabeza.


—Estoy bien, pero es normal que con esta barriga pierda el equilibrio de vez en cuando.


—¿Estás segura? ¿No quieres que volvamos a entrar?


—Estoy bien, Pedro, pero los niños tienen los guantes empapados y los dedos helados.


Pedro iba a decir algo, pero de repente se quedó callado, como si acabara de pensar en algo.


—¡Es un niño! —dijo de pronto—. Tiene que ser un niño. Es lo único que encaja.


Por un momento, Paula no comprendió. Los oscuros ojos de Pedro parecían brillar especialmente, y en su rostro había una clara expresión de triunfo.


—¿Te refieres al tipo de los anónimos? —preguntó, extrañada.


—Sí —Pedro se agachó para retirar los guantes empapados de las manos de Martin—. Uf, tienes razón respecto a lo de sus dedos. Será mejor que volvamos dentro.


Tomó a ambos niños en brazos para llevarlos de vuelta a la casa, pero Leonel empezó a gimotear porque quería seguir en la nieve. Pedro miró a Paula.


—¿Con qué puedo distraerlos? —preguntó.


—¿Les gusta el chocolate caliente con bizcocho? 


Los niños se animaron de inmediato al oír aquello y Pedro siguió hablando mientras se encaminaban hacia la casa.


—Debe tratarse de un estudiante joven. Pero no es tan brillante como pretende que creamos, porque si de verdad tiene intención de entrar en tus cuentas a través de Internet, aún no ha conseguido nada.


—Al menos según las comprobaciones que se han hecho hasta ahora.


—Por tanto es un peso ligero. Pero eso no significa que no sea peligroso.


—¿Por qué? —Preguntó Paula, y añadió—: Deja que yo lleve en brazos a uno de los niños.


—Estoy bien —casi habían llegado a la casa—. Voy a dejarlos un rato ante la chimenea para que entren en calor mientras tú preparas el chocolate.


—¿Quieres tú uno?


—Sí, por favor. Y en cuanto a tu pregunta, ¿te refieres a por qué creo que es un estudiante?


—Sí.


—Por lo que has dicho respecto a que estaba haciendo que tus vacaciones resultaran memorables. Su casa debe estar en Philadelphia, pero su colegio debe estar en otro sitio. Boston, tal vez. Sus apariciones en tu vida se limitan a los periodos de vacaciones. Esto es un juego para él. Al menos en teoría. Podría estar equivocándome.




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