miércoles, 6 de mayo de 2020

SU HÉROE. CAPÍTULO 22





Él le dijo que no tenía por qué hacerlo, por supuesto, pero ella lo hizo de todos modos. 


También le dio tiempo a recoger los juguetes del salón. Mientras lo hacía se preguntó si en el futuro serían así las cosas para ella, o si tendría una niñera que se ocupara de todo aquello.


Ninguna alternativa parecía encajar con cómo se sentía. No quería dejar en suspenso su papel en la empresa de su padre. Este esperaba que en pocos años se pusiera al frente, pero ella no quería ser una de aquellas madres que besaban a sus hijos al amanecer y al anochecer y apenas tenían contacto con ellos entre medias.


—Ya están a punto de caer —anunció Pedro cuando volvió a la cocina—. Martin acaba de aprender a bajarse de la cuna, así que he tenido que poner unos cuantos cojines alrededor. Leonel es un poco más relajado. De todos modos, no me sorprenderé si dentro de un rato oímos pisadas por el pasillo. ¿Empezamos?


Abrió su maletín y Paula no pudo evitar fijarse en la eficiencia con que clasificaba sus papeles. Vio algunos folletos de diferentes sistemas de alarma y un cuaderno lleno de notas escritas a mano.


—¿No tienes un ordenador portátil?


—Intenté funcionar con uno durante una temporada, pero como no paro de ir de un lado a otro, pasaba más tiempo tomando precauciones para que no me lo robaran que utilizándolo.


—Eso tiene sentido —dijo Paula—. ¿Qué te parece si ahora nos ponemos con lo nuestro?


—Por supuesto. Lo primero que tenemos que hacer es diferenciar los temas.


Pasaron veinte minutos trabajando, más que felices de poder mantenerse centrados en un tema más o menos impersonal. Una vez más, la eficiencia de Pedro impresionó y reconfortó a Paula. Tenía que haber alguna seguridad en el hecho de que ninguno de los dos quisiera acercarse al otro más de lo estrictamente necesario.


Pero no era así como se había sentido seis meses atrás, recordó Paula. Entonces, tras sobrevivir al accidente, después de las cosas que se dijeron, ella quiso más. Tal vez una conclusión para lo sucedido. Pero ahora sentía algo distinto.


Estaban a punto de acabar cuando Pedro se interrumpió en medio de una frase y escuchó atentamente en silencio. Paula oyó el ruido de una puerta al entornarse seguido de unos pasitos en el pasillo. Un instante después, Martin entraba en el cuarto de estar.


—¡He bajado, papá! —exclamó, feliz—. ¡He bajado sólito!


Se arrojó en brazos de Pedro y este se echó hacia atrás en el sofá, riendo. Paula no lo había visto reír hasta entonces.


—No tienes ni idea de que esto no me hace mucha gracia, ¿verdad, jovencito? ¡Seguro que crees que estoy encantado con el nuevo truco que has aprendido!


—Y lo estás —dijo Paula, que no pudo evitar acompañarlo en sus risas—. No trates de negarlo porque se nota mucho. ¡Estás encantado!


Pedro la miró por encima de la cabeza de su hijo, sonriente.


—¿Y qué le voy a hacer? Ese es el motivo por el que no puedo tomarme demasiado en serio todos esos libros.


—Explica eso.


—No solo mis hijos no reaccionan casi nunca como dicen los libros, sino que yo tampoco. En estos momentos se supone que debería estar reprendiéndolo, ¡pero mira lo orgulloso que está de su hazaña! Cree que ha hecho una proeza —Pedro abrazó de nuevo a su hijo y lo besó en la frente—. ¿Podrías seguir tú las normas del libro?


—No —Paula rio un poco más—. No, Pedro, tienes razón. No podría.


—¿Tienes sueño, Martin?


El niño abrió los ojos de par en par.


—¡No!


—¿Y qué vamos a hacer ahora? Si vuelvo a meterte en la cuna, seguro que te bajas de nuevo, y entonces vamos a tener una fea batalla.


Paula creyó ver en las palabras de Pedro un fútil intento de dejar definitivamente resueltas las cosas.


—¿Quieres que me vaya? —sugirió, aunque tuvo que reconocer que, incomprensiblemente, no le apetecía que aceptara su ofrecimiento.


—Puede que las cosas se calmen si lo dejo sentado en el sofá mientras acabamos. Ya nos falta poco.


—Me parece buena idea.




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