lunes, 18 de mayo de 2020

MI DESTINO: CAPITULO 9




Media hora después, Paula, ya repuesta de su desmayo, andaba junto a Tamara cuando vio que Pedro entraba en el hotel. Él aceleró el paso para acercarse hasta ella y, cuando estuvo a su lado, le preguntó mirándole a los ojos:
—¿Te encuentras bien, Paula?


Tamara, sorprendida porque aquel caballero conociera el nombre de su amiga, la miró.


¿Desde cuándo Paula se tuteaba con aquel hombre?


La joven, atosigada por la mirada de ambos, murmuró:
—Sí, señor. Gracias.


La compañera, al intuir que sobraba por cómo la miraba él, se excusó para alejarse.


—He de regresar ¡urgentemente! a la cocina.


Una vez que se quedaron solos, él, sin quitarle el ojo de encima a la joven, dijo:
—Sin duda, ves una gota de sangre y te mareas. Nunca te podremos contratar como enfermera.


A ella aquello le hizo gracia y, mirándolo, cuchicheó:
—Siento lo del café. Fue una tontería y...


—Francamente estaba asqueroso —la cortó—. No es algo que una camarera que se precie de trabajar en este hotel deba hacer. Pero —sonrió
—, si eso ha hecho que me vuelvas a sonreír, habrá merecido la pena ese sorbo de café con sal.


Ambos sonrieron. Paula se sentía muy acalorada por cómo la contemplaba y trató de escabullirse.


—He de regresar al trabajo. Gracias por todo.


Con rapidez, él se movió y, tras cogerle la mano, se la besó con delicadeza. Aquel gesto tan caballeroso que su padre siempre hacía cuando le presentaban a una mujer le hizo gracia y, tras guiñarle un ojo, se marchó. Debía continuar trabajando.


Cuando entró en las cocinas, Tamara fue a su encuentro, la asió de la mano que él acababa de besar y le preguntó:
—¿Qué me tienes que contar?


Al oír aquello, Pau sonrió y, antes de poder decir nada, Tamara insistió.


—¿De qué os conocéis? ¿Por qué sabe tu nombre?


La joven se encogió de hombros y respondió:
—Anoche, cuando me despedí de ti e iba hacia Paco, un coche casi lo atropella... y yo lo salvé.


—¿Que lo salvaste?


Paula asintió y siseó para que nadie la oyera.


—Me lancé contra él como si fuera un jugador de rugby y el resultado fue que sigue vivo y coleando y yo me destrocé un codo — explicó enseñándole el apósito que se había puesto después de ducharse.


Incrédula, Tamara murmuró:
—Eso es fantástico.


—¿Es fantástico tener el codo así? —se mofó.


Tamara, todavía sorprendida por aquello, indicó:
—Eso te habrá hecho ganar muchos puntos con ese increíble caballero.


—¿Puntos? ¿Para qué?


—Para que no te despidan. Ya sabes que están haciendo reestructuración de plantilla y tú eres de las últimas en llegar.


Al recordar lo que había hecho con el tema del café con sal, susurró:
—Lo dudo.


—No digas tonterías —insistió Tamara y, al ver que ella la miraba, preguntó—: ¿No me digas que no sabes quién es ese trajeado inglés? —
Paula negó con la cabeza y Tamara cuchicheó—: Es el dueño del hotel, ni más ni menos.


Al oír aquello, Paula se agarró a la mesa más cercana.


No sólo había llamado hortera a los padres de aquel tipo, entre otras lindezas, además le había dado aquel maldito café con sal; mirando a su amiga, murmuró convencida de su corto futuro allí:
—Creo que, ahora que sé quién es, tengo todos los puntos para que me despidan la primera.








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