martes, 26 de mayo de 2020
MI DESTINO: CAPITULO 35
Al día siguiente, cuando Paula llegó a trabajar, se sorprendió al no ver a Pedro allí, pero se alegró cuando apareció un par de horas
después. Esta vez iba vestido con su inseparable traje oscuro y su corbata.
Su aspecto era serio. Demasiado serio y, cuando la miró, no esbozó ni una tímida sonrisa, y eso la mosqueó.
¿Qué había ocurrido?
Durante el día no lo vio. Estuvo reunido en su despacho y no bajó a comer ni pidió que nadie le subiera nada. A Paula los nervios la comenzaron a atenazar. ¿Y si había ocurrido algo con Agustina?
Cuando su turno de trabajo terminó, mientras caminaba hacia su coche recibió un mensaje: «A las ocho en mi casa».
Como un reloj, a las ocho de la noche ella llamaba al portero automático y luego entraba en la cara finca de la calle Serrano. Al salir del ascensor, Pedro la estaba esperando. Sólo vestía un vaquero de cintura baja y no llevaba nada en el torso.
«Qué sexy», pensó Paula mientras él la besaba.
Al entrar, Paula se sorprendió al oír música... y sonrió al reconocer que se trataba del cedé que ella le había regalado en Toledo. Eso le gustó.
Y se sorprendió aún más al ver una preciosa mesa para dos preparada en el salón, iluminado por una vela.
—Pensé que te gustaría cenar conmigo aquí.
Encantada, asintió. Nada le apetecía más que aquella intimidad.
—Desnúdate —le pidió él.
Sorprendida por aquello, lo miró y él aclaró:
—Cenaremos desnudos. No quiero privarme de nada el rato que estemos juntos.
Al ver su ceño fruncido, ella se acercó y preguntó:
—¿Has tenido un mal día?
Pedro asintió.
—Sí. Pero sé que tú y tu sonrisa lo van a mejorar.
Abrazándolo por aquel bonito cumplido, Paula sonrió y cuchicheó:
—Haré todo lo que pueda para que disfrutes este rato y olvides todo lo que necesitas olvidar.
—Gracias, cielo —murmuró satisfecho por aquella positividad.
Tras besarse, comenzaron a desnudarse cuando de pronto sonó el portero de la casa. Ambos se observaron y Pedro afirmó:
—No espero a nadie.
Entre risas, Paula se terminó de desabrochar la camisa y pocos minutos después sonaron unos golpes en la puerta de la casa. Se miraron y ambos oyeron la voz de Agustina que decía:
—Pedro, amor. ¡Abre! Sé que estás ahí. Oigo la música y tenemos que hablar urgentemente.
Él maldijo. ¿Qué demonios hacía Agustina allí?
Rápidamente, Pau se comenzó a abrochar la camisa ofuscada, lo miró y siseó:
—¡Qué hace ella aquí!
—No lo sé —murmuró él.
Molesta por aquella intromisión, volvió a indagar:
—¿Qué es eso de que tenéis que hablar?
Desconcertado por aquello, no contestó; susurró, mientras se abrochaba los pantalones:
—Te he dicho que no lo sé.
Cada instante más enfadada, Agustina aporreó la puerta de nuevo y finalmente Pedro gritó:
—Un segundo... estoy saliendo de la ducha.
Agustina, al oírlo, puso los ojos en blanco y cuchicheó:
—Amor, ni que nunca te hubiera visto desnudo.
—¡Será perra! —se quejó Paula al oír lo que decía.
En ese instante sonó el móvil de Pedro. Era su padre. Lo cogió y, tras atender una corta llamada que lo hizo blasfemar, miró a la joven que tenía delante y anunció:
—Paula, tienes que marcharte.
—¿Por qué? ¿Qué ocurre?
Con un gesto que la chica no supo descifrar, repuso:
—Ha ocurrido algo...
—¿Qué ha pasado?
Pedro, sin responder ni mirarla, fue hasta la puerta y, al abrir, Agustina entró y dijo:
—Amor... ha sucedido algo horrible. —Acto seguido clavó sus ojos en la muchacha que estaba frente a ellos y preguntó con gesto tosco—. Y ésta, ¿quién es?
Durante unos segundos, Pedro y Paula se contemplaron. Justo empezaba a sonar la canción Sé que te voy a amar.Ella quería ver cómo la presentaba, pero finalmente, él se puso una camisa que había cogido del sillón y respondió:
—No es nadie importante, Agustina. Vámonos.
Bloqueada por aquella contestación, Paula lo miró. Y mientras Pedro empujaba a la otra para salir de su casa cuanto antes, con un extraño gesto, miró a Paula y añadió:
—Cuando salgas, cierra la puerta, por favor.
Dicho esto, se marchó dejándola totalmente desconcertada debido a lo que había dicho de que no era nadie, mientras la canción hablaba de despedidas, ausencias y llanto.
Con piernas trémulas, se sentó en una silla y se dio aire con la mano.
¿Ella no era nadie importante?
Temblando de rabia, cogió un vaso de la mesa, lo llenó de agua y, tras beber, respiró hondo y murmuró:
—Vete a la mierda, Pedro Alfonso.
Dicho esto, apagó la música y las luces y salió de la casa con el corazón roto.
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