domingo, 24 de mayo de 2020
MI DESTINO: CAPITULO 30
El lunes, cuando llegó a trabajar, él no estaba esperándola donde siempre. Eso le hizo saber que lo que pensaba era verdad. Él ya no quería ni verla. Se lo comentó a Tamara y ésta se apenó por ella. Tamara aún creía en los cuentos de princesas. Lo mejor era continuar con su trabajo y olvidarse de todo.
Definitivamente aquélla era la mejor opción.
Pero cuando lo vio entrar en el restaurante del hotel, sin poder remediarlo y armándose de valor, llenó una taza de café, le echó azúcar y, cuando vio que se sentaba a una de las mesas junto a las grandes cristaleras, se plantó ante él y cuchicheó al ver que nadie los podía oír:
—Espero que lo pasara tan bien como yo, señor. Y tranquilo, ya capté el mensaje. No seré una molestia para usted.
Él la miró. Pedro, que durante el domingo había hecho esfuerzos sobrehumanos para no llamarla a pesar de haber leídos sus mensajes, dijo:
—¿Qué mensaje has captado?
Mirándolo con cierto recelo, afirmó:
—Seré joven, pero no tonta, y sé cuando alguien, tras conseguir su propósito, no quiere saber nada más.
Incrédulo porque ella pensara eso, sin importarle si alguien lo oía, aclaró:— Pues siento decirte que yo no te he lanzado ese mensaje. Si no te llamé ni contesté tus mensajes fue para darte espacio, porque no quería agobiarte. Y no quiero hacerlo, porque deseo volver a verte. Anhelo poseerte otra vez, me vuelvo loco por volver a tenerte desnuda entre mis brazos, pero sólo te pediré una cosa: no vuelvas a irte de mi cama sin avisar. ¿Captas ese mensaje?
Sorprendida pero encantada por lo que acababa de decirle, lo miró; él, al comprobar su desconcierto, preguntó al ver la taza que le tendía:
—¿Crees que debo fiarme de este café?
Con una encantadora sonrisa, Paula asintió con la cabeza. Pedro, sin apartar los ojos de ella, lo cogió, se lo llevó a la boca y dio un trago.
Cuando sus labios se separaron de la taza con una sugerente sonrisa, susurró:
—Gracias, Paula. Es tan exquisito como tú.
Congestionada por el mar de sentimientos que bullían en su interior, sonrió y se alejó. Minutos después, se acercó hasta su amiga Tamara y murmuró:
—Quiere volver a quedar conmigo.
—Aiss, qué monooooooooo...
Juntas entraron en las cocinas con varios platos en las manos. Una vez que los hubieron dejado en el fregadero, salieron a una terraza trasera para fumarse un cigarrillo y Tamara preguntó:
—¿Realmente qué es lo que pretendes con él, además de tirártelo otra vez?
—¡¿Yo?!
—Sí, tú.
Mientras se retiraba un mechón de la cara, Pau dio una calada a su pitillo y, tras expulsar el humo, respondió:
—Simplemente quiero pasarlo bien con él. Nada más.
Tamara se carcajeó. Aunque Paula no lo admitiera, ese hombre le gustaba. Se le veía en la cara. Divertida, cuchicheó:
—Es un bomboncito. Tan alto, tan educado, tan perfecto...
—Tan anticuado en el vestir —se burló suspirando.
Jovial, Tamara movió la cabeza y murmuró:
—No es anticuado, Pau. Es sólo que tiene una edad en la que no se va con pantalones cagados, ni gorras ladeadas, cielo. Ese hombre es un caballero inglés y no sólo en el vestir; sinceramente, reina, los trajes le sientan mejor que al mismísimo George Clooney.
—Tamara, ¿te encuentras bien? —se guaseó Paula tras oírla, pues Clooney era lo máximo para su amiga.
—Oh, sí... perfectamente. —Suspiró—. Sólo pienso que ése es el tipo de hombre que me encanta, pero nada.... ¡se prendó de ti!
Alegre por el comentario, Paula soltó una carcajada y dijo para jorobarla:
—Es tremendamente ardiente en la intimidad.
—Eso... Tú ponme los dientes largos, jodía.
No pudieron continuar. El jefe de sala apareció, les recriminó su pérdida de tiempo y ellas rápidamente, entre risas, regresaron a sus trabajos .
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