domingo, 12 de abril de 2020

TODO COMENZÓ CON UN BESO: CAPÍTULO 17




Pedro


Dios, incluso era sexy cuando comía un pedazo de pizza. Tenía la mitad de la rebanada en la boca cuando me miró, riéndose suavemente a mí alrededor. Tomó un bocado y agarró su servilleta, cubriéndose la boca con ella, aun riendo.


Cuando se lo tragó, tomó su botella de agua y bebió unos sorbos antes de dejarla en la mesa, y aun así la miré fijamente. Quiero decir, no pude evitarlo. Era hermosa, inteligente y perfecta.


Ella era mía. 


— ¿Normalmente miras fijamente a las mujeres mientras comen, o eso está reservado sólo para con las que sales en una cita?— Me di cuenta de que estaba bromeando. Se limpió la boca una vez más con la servilleta.


Había terminado de comer durante los últimos cinco minutos y había estado sentado aquí mirándola fijamente. Me fascinaba y no tenía que decir nada, no tenía que hacer nada. 


—En realidad, sólo lo reservo para ti. —Me dio la sonrisa más bonita.


Durante los siguientes veinte minutos, nos conocimos. No oculté nada, no endulcé mi vida. 


Fui abierto y honesto con ella, diciéndole cómo nos había dejado mi padre, cómo mi madre se había dejado el culo cuando yo era pequeño para que pudiéramos comer y tener un techo sobre nuestras cabezas.


Le conté a Paula sobre el negocio que había empezado, sólo uno de paisajismo en el que había plantado flores y mantillo.


Le dije que ese negocio había sido mi vida, que lo había expandido después de su muerte.


Y ella me escuchó todo el tiempo, su expresión demostrando lo interesada que estaba en la conversación. 


— ¿Qué hay de las relaciones, las conexiones con la gente?— Se inclinó hacia delante, sus antebrazos apoyados en la mesa. Me encogí de hombros. 


—No era una prioridad. Quiero decir, tenía amigos, pero en realidad me quedé conmigo mismo. Claudio fue el único con el que mantuve contacto todos estos años. 


— ¿Claudio?— Me aclaré la garganta. 


—El que me ayudó a buscarte. 


Ella sonrió con suficiencia.


Estaba agradecido de que no hubiera llamado a la policía. Toda esta situación podría haber acabado en el otro extremo del espectro. 


—Así que construiste la compañía, hiciste que tu madre se sintiera orgullosa, ¿pero todo lo demás sufrió?— Había un toque de tristeza en su voz.


Mi corazón empezó a latir más fuerte al ver cómo me miraba, me escuchaba... me conocía. 


Había tenido tanta razón en sentirlo, en saber que estábamos destinados a ser.


Estábamos en la misma onda. Asentí con la cabeza. 


—Más o menos, pero no me arrepiento de nada. 


 — ¿Esto es lo que siempre te imaginaste haciendo?—Agité la cabeza.


—En absoluto. Lo que realmente quería hacer era estar en la Fuerza Aérea—. Ella sonrió.


 — ¿En serio? ¿Cómo Top Gun?— Me reí. 


—Top Gun era la Marina—. Sus mejillas se volvieron rosadas de nuevo. 


—Lo siento. No soy la mejor aficionada al cine—. Se aclaró la garganta. — ¿Qué te hizo cambiar de opinión?— Sentí que este peso pesado me llenaba mientras pensaba en el pasado. 


—Antes de que mi madre enfermara, se rompió el culo construyendo su negocio. Pero siendo una madre soltera, una mujer en general le dificultó llegar, por así decirlo. Pero nunca se rindió—. La empatía cubría la expresión de Paula. —Vi cómo su salud se deterioraba, pero ella seguía concentrada en el negocio. Creo que le ayudó a prolongar su vida, le dio una mejor perspectiva y le dio una mejor calidad de vida. 


—Dios, Pedro—. Le di una sonrisa, pero sabía que no llegaba a mis ojos. 


—Pero cuando estaba muy enferma y no pudo hacerlo más, le dije que no dejaría que fracasara. Le dije que mi misión sería que tuviera éxito tal y como ella siempre lo vio—. No quería ser tan oscuro y solemne, pero quería ser honesto con Paula. Quería contarle todo, mostrarle mi vida en imágenes, palabras y experiencias.


Alargó la mano y tomó mi mano en la suya, dándole un ligero apretón. 


—Lo siento mucho—. Me apretó la mano otra vez. —Siento que hayas perdido a tu madre. Siento que te hayas perdido de hacer conexiones con la gente. Pero sobre todo, lamento que hayas tenido que hacerlo solo—.
Despejé mi garganta apretada como el infierno, sintiendo que me estaba ahogando. —Pero ya no tienes que hacerlo solo.


Sus palabras hicieron que me doliera el pecho, pero de una buena manera. 


—¿Ya no tengo que hacerlo solo?— Por supuesto que sabía lo que ella quería decir, o más, sabía lo que yo quería que significara, pero oírla decir eso hizo que esta noche fuera aún más increíble. Me dio otro apretón en la mano. 


—No tienes que hacerlo solo, porque yo estoy aquí. Quiero hacer todas estas cosas contigo, Pedro. Quiero tener esas experiencias y momentos contigo. Quiero estar a tu lado cuando todo eso suceda—. Juro que pensé que no podía enamorarme más de ella. Y sí, la amaba, carajo.


Entonces me incliné y la besé, diciéndole que la amaba sin decir las palabras. No quería asustarla, no más de lo que ya lo había hecho. 


Le dije sin palabras que un día sería mi esposa, la madre de mis hijos, y la única persona que siempre tendría, siempre la querría a mi lado.




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