jueves, 30 de abril de 2020

SU HÉROE. CAPÍTULO 1






Tan solo unos segundos bastaron para que el mundo de Paula Chaves cambiara por completo. 


Oyó que un hombre gritaba:
—¡Cuidado con la grúa! ¡Cuidado con la maldita grúa!


Demasiado tarde. La fachada que estaba inspeccionando, construida con ladrillos en el siglo diecinueve, osciló hacia delante y bloqueó la luz que llegaba del cielo en aquella fresca tarde de mayo. Se oyó un repiqueteo de ladrillos cayendo, primero unos pocos, luego muchos más. La fachada de tres plantas cayó como a cámara lenta contra el andamio que rodeaba el edificio.


Varias plataformas salieron disparadas como si fueran simples naipes.


—¡Atrás! ¡Atrás! —gritó el mismo hombre. Algo pesado y cálido cayó de pronto sobre Paula y la envió contra el suelo. Enseguida notó que era el cuerpo de un hombre. Este la sujetó con fuerza y giró sobre sí mismo. El movimiento los hizo caer de costado en un estrecho canal que había en el suelo de cemento justo un segundo antes de que varias de las plataformas del andamio cayeran sobre ellos, seguidas de un estruendo de ladrillos.


Durante al menos un minuto, Paula temió que había llegado su hora. El sonido fue como el estallido de una bomba. El polvo que se alzó al instante penetró en su boca y nariz. Sintió una dolorosa punzada en la espinilla seguida de una extraña sensación de calidez.


No podía moverse. La oscuridad era total, tan gruesa y táctil como si fuera pintura. Solo supo que estaba llorando porque notó la agitación de su pecho, y supo que el hombre tumbado junto a ella aún vivía porque el intenso temblor que notaba no procedía de su cuerpo, sino del de él. 


Nunca había sentido un miedo tan intenso, y nunca le habían dolido tantas partes del cuerpo a la vez. El estruendo comenzó a remitir y oyó que el hombre hablaba.


—¿Te encuentras bien? ¿Estás viva?


—Sí, estoy viva Paula dejó escapar varios sollozos que sonaron como hipo—. Estoy viva.


—Bien. Eso está bien. Eso es algo —el cuerpo del hombre se estremeció una vez más y luego quedó quieto.


—¿Ha terminado ya? —preguntó Paula—. El... el derrumbamiento...


Lo único que puso sentir fue el aliento del hombre, pesado y lento contra su cuerpo. Sintió molestias en el estómago y quiso abrazárselo, pero no podía mover los brazos. Uno lo tenía estirado a lo largo del canal de cemento. El otro estaba presionado tras ella.


—Creo que ya no oigo nada —dijo el hombre —. ¿Puedes moverte?


—No mucho.


—No, supongo que no —la voz del hombre resonó grave y fuerte contra el cuerpo de Paula.


Siguieron así un par de minutos, esperando y escuchando.


Los sentidos de Paula estaban en alerta. Podía sentir el aire fresco en la cara, una ligera brisa que recorría el canal en que se encontraban. 


Aquello sugería que el canal no estaba completamente bloqueado en los extremos, cosa que le produjo un gran alivio. Al menos no iban a morir ahogados.


También había un poco de luz que debía proceder del mismo lugar, porque era débil y difusa. Paula podía percibir vagamente ante sí una curva que debía ser el hombro del hombre, y un poco más atrás otra que debía ser su cabeza.


Pero era prácticamente imposible moverse. 


Estaba tumbada de costado, presionada a todo lo largo del cuerpo del desconocido. Un trozo de grava le hacía daño en el hueso de la cadera. La elegante mochila de cuero que llevaba colgada de la espalda estaba presionada contra la parte baja de esta y el lateral del canal, y obligaba a su columna a curvarse.


Unos trozos de madera astillada rozaban su hombro. Podía sentir una mano del hombre bajo el costado de su caja torácica. Debía tener los nudillos presionados contra el cemento. Tuvo la impresión de que era un hombre grande. Sentía los senos presionados contra su fuerte pecho, y uno de sus muslos reposaba sobre ella, pesado y cálido.


—¿Me has... has salvado la vida? —preguntó finalmente.


—Aún es muy pronto para decir eso —dijo él con ironía.


—Tengo miedo.


—No lo tengas, ¿de acuerdo? Por favor, cariño —nadie llamaba cariño a Paula. Nadie se atrevía. Pero en aquellos momentos le gustó. La hizo sentirse a salvo—. Nos irá mucho mejor si conservamos la calma.


—Estoy calmada —dijo Paula, pero los dientes le castañeteaban y sentía que el pánico iba creciendo en su interior.


—¿Tienes frío?


—No estoy vestida para la ocasión.


El hombre rio.


—Vaya. No sabía que hubiera un modelo específico para lucir bajo un montón de ladrillos.


—Me refiero a que... llevo una blusa muy fina de seda. Cara. Destrozada. Tengo frío.


—Shhh... Puede que sientas frío en algunas partes, pero estamos calientes. Nos damos mutuamente calor. Estamos bien.




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