viernes, 3 de abril de 2020

RECUERDAME: CAPITULO 28




La llevó a un maravilloso restaurante en el corazón de la Medina. Era un local con arcos mudéjares, antigüedades árabes y lámparas de aceite; un sitio que le recordaba a las películas de espías de los años cuarenta.


Después de descalzarse, sentados sobre almohadones, cenaron un suculento cordero hecho con azafrán, acompañado del tradicional cuscús y un buen vino local. Eso sorprendió a Paula, no sólo por su calidad sino porque lo sirvieran en un país de mayoría musulmana.


—Túnez no es un país tan rígido en sus costumbres como otros países musulmanes —le explicó Pedro—. En la mayoría de los restaurantes sirven vino, al menos en la ciudad, seguramente una costumbre que dejaron los franceses. ¿Cómo está el cordero, por cierto?


—Riquísimo —sonrió ella.


Tienes que dejar sitio para el postre. Aquí hacen unos pastelillos de miel rellenos de dátiles y almendras que están para chuparse los dedos. Como te gusta tanto el dulce, seguro que quieres probarlos.


Parece que conoces bien este sitio, de modo que no es tu primera visita.


—No, he estado aquí un par de veces —admitió él—. Cuando estaba soltero, antes de conocerte. Pero estar contigo aquí ahora es mucho mejor.


—Lo estoy pasando muy bien, Pedro.


—Entonces volveremos en otra ocasión e iremos a dar un paseo en camello por el Sahara.


—No sé si me gustaría eso —rió Paula—. Nunca he montado a caballo siquiera.


—Seguro que tampoco has hecho nunca el baile del vientre, pero hay una primera vez para todo —sonrió Pedro señalando el escenario.


Allí acababan de aparecer unas mujeres que empezaron a moverse sinuosamente mientras un cuarteto de músicos vestidos con ropas beduinas tocaban unos instrumentos que a Paula le resultaban extraños.


Las bailarinas llevaban una especie de pantalón de pijama y sujetadores de los que colgaban cuentas doradas que se movían con cada ondulación de sus caderas. En vista de la cantidad de piel visible entre el pantalón y el sujetador, era asombroso que ambas piezas siguieran en su sitio con tanto movimiento.


—¿Quieres que les pregunte si te darían clases? Seguro que no les importaría.


—Muy bien... si tú pruebas la pipa que están fumando esos hombres de allí.


—Lo siento, no fumo.


—Entonces yo no bailo —rió Paula, apoyándose en su hombro.


Salieron del restaurante poco después de las once y Túnez al anochecer era una sorpresa. En lugar de las prisas y los gritos de la mañana, la gente se sentaba en la calle, fuese en un banco, en la acera o en los escalones de sus casas, charlando tranquilamente mientras se recuperaban del intenso calor del día.


Una vez de vuelta en el hotel, Paula se apoyó en la barandilla de la terraza, mirando el Mediterráneo.


—Ha sido una experiencia maravillosa. Como una cena de Las mil y una noches.


Detrás de ella, Pedro bajó la cremallera del vestido para besarla en el hombro.


Y esta noche en particular aún no ha terminado. 


Si no recuerdo mal, tenemos un asunto que resolver —murmuró.


¿Ah, sí?


—Ponte algo más cómodo, cara mia, mientras pido una botella de champán.


Pero Paula no necesitaba champán. No necesitaba nada en absoluto salvo a su marido. El champán se calentó, el camisón no salió del armario y Pedro la amó con una imaginación y una sabiduría que la dejaron sin aliento.


Exploraba cada centímetro de su cuerpo, besando sus pies, sus rodillas, sus pechos, jugando con su ombligo, enterrando la cara entre sus piernas...


La hacía temblar, pero cuando pensaba que iba a perder la cabeza volvía a entrar en ella y se apartaba para volver a hacerlo una vez más.


Cuando por fin la poseyó, Paula se contrajo en interminables espasmos de placer que la estremecían de los pies a la cabeza. Y cuando Pedro llegó al orgasmo fue glorioso; un viaje delirante al final de la tierra.


Agotados, cayeron uno en brazos del otro, sabiendo que ocurriera lo que ocurriera en el futuro, aquélla era una noche que no olvidarían nunca.


Paula dormía como una niña, totalmente relajada, su respiración tranquila y pausada, con la mano sobre su pecho.


¿Habría ocurrido un milagro?, se preguntó Pedro. ¿Podría un fin de semana romántico arreglar un matrimonio que había ido degradándose con el paso de los meses, culminando en una terrible pelea que casi le había costado la vida a su mujer?


No había querido contarle por qué habían discutido esa noche, pero él no podría olvidarlo nunca. Los detalles seguían grabados en su memoria, como el sentimiento de culpa y las sospechas.




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