miércoles, 1 de abril de 2020

RECUERDAME: CAPITULO 22





Para evitar la vigilancia de Antonia y el personal de servicio, Paula esperó hasta medianoche antes de salir de su habitación. El primer paso era el despacho de Pedro, una habitación tan alejada de la zona del servicio que no había peligro de alertar a nadie de sus actividades.


Aunque su escritorio estaba lleno de papeles, no había absolutamente nada personal. Y ninguno de los cajones estaba cerrado, de modo que dentro seguramente tampoco habría nada que le diese alguna pista.


Claro que también estaba el ordenador. Pero ni siquiera ella, desesperada como estaba por encontrar respuestas, iría tan lejos. Encontrar algo que estuviera a la vista era una cosa, violar la privacidad de su marido, otra muy diferente.


De modo que, dejando el despacho exactamente como lo había encontrado, pasó por la biblioteca, el salón de la televisión, el comedor y el salón principal.


Unos metros más adelante encontró una puerta doble y, como esperaba, tras ella el dormitorio principal.


Como el suyo, ocupaba toda un ala de la casa. 


Cuando tocó un interruptor a su izquierda se encendieron cuatro apliques de la pared, mostrando un vestíbulo casi tan grande como su apartamento en Vancouver. Las paredes, pintadas en color blanco roto, contrastaban con una alfombra turca de colores. Frente a ella había dos puertas y, a su izquierda, un arco que llevaba al salón, con sofás tapizados en blanco y negro y lámparas estratégicamente colocadas. Pero lo más llamativo de la habitación era una pared enteramente de cristal que daba acceso a una terraza privada con un jacuzzi.


Lo que más le sorprendió fue, sin embargo, la falta de toques personales. No había objetos decorativos, ni revistas ni fotografías. Ninguna evidencia de que allí se alojase alguien. Incluso en el escritorio, donde debería haber algo personal, sólo había un par de bolígrafos de oro, folios blancos y un diccionario de italiano.


Esperando tener más suerte, Paula abrió una puerta a su izquierda. Un corto pasillo llevaba al dormitorio, decorado en tonos grises y azules, que la hizo pensar en todas las noches que no estaba compartiendo con su marido.


Lo que dominaba la habitación era una cama enorme, suntuosa y extravagante, con un elegante edredón de lino y almohadones de seda...


De repente, sintió un escalofrío. Su mente no recordaba las noches de amor con su marido, pero su cuerpo sí parecía recordarlas.


A través de otra puerta se llegaba al cuarto de baño, donde había toallas con sus iniciales perfectamente colocadas. En el vestidor, su ropa estaba ordenada por colores, como los zapatos, sombreros, cinturones y otros accesorios.


Pero, como el salón, no lograban despertar recuerdo alguno.


Paula intentó abrir la segunda puerta, pero estaba cerrada con llave.


Decepcionada, salió de la habitación. Todo era precioso, pero faltaba el elemento más importante: el toque personal que lo convertiría en un hogar.


Todo estaba demasiado inmaculado, sin una sola imperfección.


Pero ella sabía dónde estaban escondidas: tras esa puerta cerrada.


Bueno, al menos ahora sabía dónde debía buscar pensó. Lo único que necesitaba era encontrar la llave.


¿Pero dónde podía buscar? Probablemente Pedro la tendría escondida en algún sitio.


No, su único recurso era su marido. Él era quien conocía la historia y, de una manera o de otra, debía convencerlo para que la compartiese con ella.




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