viernes, 27 de marzo de 2020

RECUERDAME: CAPITULO 4





Reunidos ahora alrededor de la limusina negra que esperaba en la puerta de hospital, todos le desearon una pronta recuperación.


—La echaremos de menos.


—Pase a vernos cuando quiera, pero esta vez por su propio pie.


Y, de pronto, después de tantos días en los que lo único que quería era salir de hospital, Paula empezó a sentir miedo. Aquella gente era su ancla al presente.


Todo lo de antes era un vacío, un borrón negro, un capítulo perdido de su vida.


Estar a punto de redescubrirlo, y al hombre con el que, aparentemente, se había casado, debería llenarla de felicidad. En lugar de eso la tenía aterrorizada.


Notando su pánico, una joven enfermera tocó su brazo.


—No se alarme, yo la acompañaré al aeropuerto.


La idea de mezclarse con gente la asustaba. Se había mirado al espejo y sabía que, a pesar del ejercicio, de la buena alimentación y de las horas que había pasado en el jardín del hospital, estaba delgadísima y muy pálida. Su pelo, una vez largo y espeso, era corto ahora y apenas cubría la cicatriz sobre su oreja izquierda. La ropa le colgaba como si hubiera perdido una tonelada de peso o sufriera alguna enfermedad terrible.


Pero no podía hacer nada.


En lugar de dirigirse a la terminal, la limusina tomó un camino que llevaba a una pista donde esperaba un jet privado, con un auxiliar de vuelo uniformado en la puerta.


¿Qué clase de hombre era su marido?, se preguntó Paula. Ella había crecido en un barrio de clase obrera en Vancouver, hija única de un fontanero y de una cajera de supermercado.


Recordando a sus padres, y cuánto habían querido a la niña que nació cuando ya habían perdido toda esperanza, hizo que sus ojos se llenasen de lágrimas.


Si siguieran vivos se habría ido a casa con ellos, en aquella calle flanqueada por arces, a media manzana del parque donde había aprendido a montar en bicicleta.


Su madre le haría un pastel de frambuesa y su padre le volvería a decir lo orgulloso que estaba de ella. Pero los dos habían muerto; su padre unas semanas después de retirarse, su madre tres años después. Y la casa había sido vendida.


Y por eso Paula, física y emocionalmente agotada, se veía atrapada en el elegante asiento de cuero del lujoso jet privado, dirigiéndose a una vida que para ella no era más que un gran signo de interrogación.




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