lunes, 30 de marzo de 2020

RECUERDAME: CAPITULO 16




Paula lo hizo, tentativamente, sus dedos cerrándose sobre su miembro con tal suavidad que estuvo a punto de explotar... cuando había planeado llevarla al orgasmo con la lengua.


Eso no iba a pasar. Estaba demasiado cerca del final como para posponer lo inevitable. De modo que, o se arriesgaba a hacer el más completo de los ridículos o le hacía el amor de inmediato, rezando para aguantar lo suficiente.


Eligió esto último. Sentándola sobre un banco acolchado, Pedro se colocó sobre ella, abriendo sus piernas con una rodilla. En un momento de locura la rozó entre las piernas con la punta, pero fue tan excitante sentir su calor que apenas tuvo tiempo de ponerse un preservativo antes de entrar en ella.


Inesperadamente, se encontró con una barrera y sintió que Paula se agarraba convulsivamente a sus hombros. Eso le decía todo lo que tenía que saber y si hubiera tenido algo de integridad se habría apartado. Pero Pedro había pasado el punto sin retorno y, olvidando la decencia, empujó más fuerte y se estremeció dentro de ella unos segundos después.


¿Y ella? 


Paula temblaba, sus ojos como dos oscuras piscinas en la penumbra.


—Mi dispiace —murmuró cuando pudo volver a hablar, acariciando su pelo—. Paula, lo siento... yo no tenía ni idea...


Ella giró la cara para besar su mano.


—No debes lamentarlo. Me alegro de que tú hayas sido el primero.


Maldiciéndose a sí mismo en voz baja, Pedro se levantó y volvió poco después con dos albornoces.


¿Cómo te encuentras? —le preguntó, envolviéndola en uno de ellos—. ¿Te he hecho daño?


No, no —Paula enterró la cara en su pecho como una niña.


Aunque no lo era. ¿O sí? ¿Cómo iba un hombre a saberlo cuando había niñas de catorce años que se vestían como mujeres de veinte?


¿Cuántos años tienes?


Veintiocho.


Él dejó escapar un suspiro de alivio... y de sorpresa.


¿Y has sido virgen hasta los veintiocho años?


Nunca he tenido tiempo para una relación seria.


Pedro empezó a escuchar campanitas de alarma. ¿Pensaría Paula que hacer el amor equivalía a una relación? No, seguro que no. A los veintiocho años no podía estar tan alejada de la realidad.


—La primera vez de una mujer debería ser algo especial. Imagino que yo te he decepcionado.


—No, al contrario —sonrió ella—. Recordaré esta noche mientras viva.


Y así sería, pero no por las razones que él había imaginado.


Un reloj en alguna parte del yate dio la hora y Pedro dejó escapar un suspiro antes de buscar sus labios en un beso lleno de ternura.


—Ha sido una noche muy larga y debes estar agotada —sonrió, inclinándose para tomar el vestido del suelo—. Ven, te diré dónde debes vestirte y luego te llevaré al hotel.


Ah, claro.


La desilusión que había en su voz era evidente, pero Pedro la llevó a uno de los camarotes.


No tienes que darte prisa. Te espero en cubierta.


Ya había arrancado la motora cuando salió del camarote y no perdió un segundo para llevarla a puerto. Estaba deseando despedirse. No porque después de hacer el amor con ella no quisiera volver a verla sino porque se sentía como un gusano y no se atrevía a mirarla a la cara.


Pedro la acompañó a la puerta del hotel Splendido Mare, pero no entró con ella.


Porque si Paula lo invitaba a entrar no sería capaz de negarse.


—Gracias por esta noche tan especial —murmuró, besándola en ambas mejillas—. Que duermas bien, Paula. Buona notte.


—¿A qué hora nos vemos mañana?


—¿Mañana? —repitió él.


Dijiste que ibas a llevarme a navegar, ¿recuerdas?


Desgraciadamente lo había hecho. Si hubiera sido otra mujer se le habría ocurrido alguna excusa, pero Paula lo miraba con tal ilusión que no tuvo corazón para decirle que no.


—¿A las dos en el muelle?


—Estupendo. Nos vemos entonces.


Sí —murmuró Pedro—. A domani.




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