lunes, 30 de marzo de 2020

RECUERDAME: CAPITULO 15





En cuanto subieron a la motora Pedro arrancó y, una vez en el yate, no perdió el tiempo preparando la escena: champán, música suave y alguna luz encendida en cubierta para no tropezar.


Él no vivía en el yate, pero había pasado muchos días allí haciendo un crucero por el Mediterráneo. Y la llevaría a navegar al día siguiente si Paula estaba dispuesta. Mientras tanto, la invitó a bailar.


—Si puedo hacerlo descalza...


Podría desnudarse si le apetecía, pensó Pedro. Aunque, por supuesto, no lo dijo en voz alta. La noche seguía siendo relativamente joven, ya habría tiempo para eso más tarde.


—Claro que sí —contestó, tomándola por la cintura.


Al principio ella se mostraba un poco rígida, pero Pedro había elegido bien la música. Ahora los nombres importantes eran otros, pero para una noche de seducción no había nada como Nat King Cole.


Con un metro ochenta y ocho, era más alto que la mayoría de los italianos, pero también Paula era alta, un metro setenta y siete por lo menos... y eso sin los tacones.


Mientras el encanto eterno de la música los envolvía, ella se relajó lo suficiente como para dejarse llevar. Su pelo olía a bergamota y tomillo, su piel era suave y cálida como el pétalo de una gardenia acariciado por el sol.


Pedro puso una mano en su espalda y la apretó contra su cuerpo para que notase la erección que no se molestaba en esconder... y, al hacerlo, sintió el aliento de Paula sobre el cuello de la camisa, el roce de sus pestañas en la mejilla.


La música terminó y, levantando su cara con un dedo, buscó sus ojos, dejando que el silencio los envolviese; la tensión sexual entre ellos era tan poderosa que, cuando al fin la besó, Paula se derritió entre sus brazos.


Como él nunca aceleraba sus placeres, y sin la menor duda Paula era la promesa de un placer extraordinario, volvió a besar su sien, su nariz, su garganta. Y cuando volvió a buscar su boca, sintiendo que se plegaba ante la suya, supo que tenía la victoria en la mano.


Aun así, no tenía prisa. ¿Para qué apresurarse a comer todo el pastel teniendo toda la noche por delante?


Pedro volvió a besarla, más profundamente esta vez, pasando la lengua por sus labios que se abrieron para él. Sabía a champán, embriagadora, irresistible. Pero él quería más. Mucho más.


Lentamente desabrochó su vestido, que cayó al suelo, alrededor de sus pies. No llevaba sujetador y las braguitas eran tan pequeñas que incluso él, que creía conocer todos los misterios de la ropa interior femenina, no podía imaginar cómo se sujetaban. Pero, metiendo un dedo bajo el elástico, se libró de la prenda de un simple tirón.


Obedientemente, Paula levantó los pies para liberarse del vestido. Con ropa había sido preciosa, desnuda era de quitar el hipo: piernas largas, cintura estrecha y curvas suaves, pura simetría, con una piel tan lustrosa como su collar de perlas.


Y, de repente, mirarla no era suficiente. La deseaba toda y la deseaba con una urgencia que debería haberlo avergonzado.


El deseo de seducirla poco a poco se fue por la borda y Pedro se quitó la ropa a toda prisa, tirándola al suelo. Había pensado besar cada centímetro de su piel hasta que le suplicase que le hiciera el amor y, en lugar de eso, se encontró a sí mismo suplicando, su voz ronca de deseo mientras la urgía a tocarlo tan íntimamente como lo hacia él.





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