domingo, 29 de marzo de 2020
RECUERDAME: CAPITULO 12
Esa noche soñó con su casa... pero ya no era su casa sino de otras personas. Y ella estaba frente a la tumba de sus padres, con todas sus posesiones guardadas en cajas y baúles.
—Me marcho para no volver —les dijo—, pero siempre estaréis en mi corazón.
Las hojas de los árboles se movían con el viento.
—No puedes irte. Éste es tu sitio.
—Tengo que hacerlo —protestaba ella, señalando una figura en la distancia—. Él me necesita. Me está llamando...
—No —las ramas de los árboles se inclinaron, enredándose a su alrededor, ahogándola, reteniéndola.
Paula despertó bañada en sudor y con el corazón latiendo a mil por hora. La luz del sol llenaba la habitación...
Intentaba agarrarse al sueño, intuyendo que había estado a punto de recordar algo. Con los ojos cerrados, intentaba ver esa imagen lejana, pero las nubes que ocupaban su cerebro desde el accidente se cerraron de nuevo, impidiéndole la visión. Tal vez al día siguiente...
Entonces sonó un golpecito en la puerta. ¿Sería Pedro?
Nerviosa, saltó de la cama y corrió a abrir la puerta.
—Espera un momento —murmuró, pasándose las manos por el pelo. Una vez, su melena habría caído sobre sus hombros, pero ahora no era más que un montón de mechones tiesos, como si hubiera recibido una descarga eléctrica.
Y cuando abrió la puerta no se encontró con su marido sino con Antonia, que llevaba una bandeja con café y fruta fresca.
El ama de llaves sonrió amablemente mientras depositaba la bandeja en una mesa de la terraza. Hablaba en un dialecto italiano tan cerrado que Paula apenas podía comunicarse con ella pero, ayudada por gestos, consiguió entender que el signor había desayunado horas antes y no estaba en la casa.
Paula miró el reloj de la pared, sorprendida al ver que eran casi las once. Ella solía levantarse temprano, pero debía haber estado más cansada de lo que creía.
Con la taza de café en la mano paseó por el jardín, deteniéndose ocasionalmente para admirar el mar o probar las uvas negras y la fruta que le había llevado Antonia.
¿Dónde estaba Pedro?, se preguntaba. ¿Y cuál era el significado de su sueño? ¿Cuánto tiempo tardaría en recuperar la memoria?
Suspirando, decidió darse un baño en la piscina.
Ni siquiera tenía que ponerse un bikini porque estaba sola en la casa y los muros que la separaban de la carretera medían más de tres metros de altura.
Rápidamente, antes de perder el valor, se quitó el camisón y se lanzó al agua.
Era maravilloso, como satén enredándose en sus miembros. Paula recorrió la piscina de lado a lado al menos ocho veces. Luego, agotada por el ejercicio, empezó a flotar, disfrutando de aquella sensación de bienestar.
Pero, de pronto, intuyó que no estaba sola. No sabía por qué, tal vez un reflejo en el agua o que la puertecita que daba a la piscina estaba abierta cuando ella la había cerrado... o el frío repentino en el ambiente, como si una sombra amenazadora se hubiera interpuesto entre ella y el sol. Pero nada de eso importaba; lo que importaba era que alguien la estaba viendo desnuda.
Paula se metió bajo el agua y nadó hacia el lado donde estaba el intruso. Una vez allí, se quedó en una esquina, al lado de los escalones, con los brazos cruzados sobre el pecho y las rodillas levantadas.
—Es un poco tarde para volverse tan modesta, querida —dijo su inesperada visita, quitándose las gafas de sol—. Claro que la modestia nunca ha sido tu fuerte, ¿no?
—Yo... no esperaba compañía —Paula se sentía tan mortificada que desearía que el fondo de la piscina se hundiera, llevándosela con ella.
—Aparentemente, no.
—Imagino que nos hemos conocido antes.
La mujer suspiró.
—Desgraciadamente, sí.
—Ya veo —murmuró Paula. Fuera quien fuera aquella extraña, no era una amiga, desde luego—. Siento decir que no la recuerdo.
—A mí me gustaría decir lo mismo, pero no es así. Yo te recuerdo demasiado bien.
—Y por alguna razón, no le gusto. ¿Puedo preguntarle por qué?
—Tú no eres una de las nuestras y nunca lo serás. Por qué mi hijo te miró dos veces es algo que no entenderé nunca.
¿Aquella mujer era su suegra?
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