martes, 24 de marzo de 2020

ANTES DEL AMANECER: CAPITULO 63




—Espera un momento. He vuelto a oír ese ruido —dijo Jesica—. Y no es una rata.


—Yo también lo he oído. Viene de aquella pared.


—Es un bebé. Un bebé fantasma.


—Tomémonos de las manos —dijo Paula.


Se tomaron de las manos, pero el bebé seguía llorando. Y no parecía ningún fantasma.


—Es un bebé de verdad.


—Tengo miedo. Quiero volver a mi habitación.


—Tomémonos de las manos con fuerza —insistió Paula—. Con mucha fuerza, formando un círculo. Los fantasmas no pueden romper un círculo de amigas.


Los recuerdos volvieron, tan claros como si todo aquello estuviera sucediendo en aquel preciso instante. Jesica y Daphne estaban a su lado. 


Las tres habían bajado al sótano después de que se apagaran las luces, y había sido justo en aquel momento cuando oyeron el llanto del bebé fantasma. Si lo hubiera recordado antes, tanto Pedro como ella habrían buscado a sus amigas para preguntarles al respecto…


Pero aún recordó más. Jesica y Daphne no habían visto la procesión. Eso había ocurrido otra noche…


—Es nuestra última noche juntas —dijo Jesica—. No quiero marcharme. No quiero irme a una casa de acogida. Quiero quedarme con vosotras.


—No puedes quedarte conmigo —objetó Daphne—. Yo no estaré aquí. Ellos no quieren que siga. Me iré a la Casa de las Niñas de la Gracia, que no sé dónde está. Allí probablemente me odiarán. No tendré amigas.


—Y yo me marcharé de aquí —terció Paula—. Me fugaré.


—No lo hagas, Paula. Te agarrarán y te lo harán pasar muy mal. Prométeme que no lo harás.


—Yo no les tengo miedo a esas viejas guardianas. No le tengo miedo a nada.


—Pero tenías miedo aquella noche, cuando oíste llorar al bebé fantasma —le recordó Jesica.


—Pero no huyó —apuntó Daphne—. Consiguió que nos quedáramos allí y nos tomáramos de las manos, y tenía razón. Nada puede romper un círculo de amigas. Prometamos ahora mismo ser amigas para siempre.


—¡Atención, oigo algo! —exclamó Daphne—. Y no es un bebé fantasma.


Paula escuchó unas voces hablando por lo bajo, y el paso de una rata correteando por el suelo.


—Son fantasmas. Sé que son fantasmas. Vienen a por nosotras porque hemos infringido las reglas…


—Yo me vuelvo —dijo Daphne—. Yo no soy tan valiente como tú, Paula. Tengo miedo.


—Vuelve con nosotras —le suplicó Jessica—. ¡Vuelve con nosotras!


Pero Paula no se movió. Se quedó donde estaba, viendo alejarse a sus amigas. Porque sus amigas se marcharían, dejándola atrás. 


Porque ella tendría que quedarse en Meyers Bickham.


No le importaban los fantasmas. No le importaba que se la llevaran. Cualquier cosa sería mejor que quedarse en Meyers Bickham sin sus amigas. Cualquier cosa sería mejor que quedarse tan horriblemente sola… Otra vez.


Aunque ya estaba sola. Y los fantasmas se estaban acercando. En fila de a uno. Tres parecían llevar su ropa para lavar, aunque eso era absurdo. Se quedó allí, agazapada entre las sombras, observando, esperando a que la agarrasen y le hiciesen lo que solían hacer a los vivos cuando los sorprendían en su mundo.


Una rata le rozó un pie y la ahuyentó de una patada. Uno de los fantasmas se volvió hacia ella y la enfocó con su linterna. La habían visto. 


Ahora sí que se la iban a llevar.


Corrió sin detenerse hasta que subió las escaleras y se encontró de nuevo en su cama. 


Pero era demasiado tarde. Los fantasmas la habían visto y un día volverían a por ella… Para arrastrarla para siempre a aquel frío y oscuro sótano. Aquel día había llegado.



****

—Sacadla de allí —ordenó Abigail—. A Paula le tengo reservado un destino mucho mejor.


Uno de los hombres bajó por la pendiente y la obligó a subir a empujones.


—Así que eras tú… —pronunció Paula, acercándose a ella—. Tú me descubriste aquella noche y luego me convenciste de que todo había sido una pesadilla.


—Debiste haber dejado el asunto tal cual, Paula. Lo único que tenías que hacer era callar.


—No te saldrás con la tuya. Pedro Alfonso te descubrirá. Él te las hará pagar todas juntas.


—Eso es lo mejor de todo, Paula. Él también morirá. Nicolas Wesley se encargará de él.


Paula tropezó con un ladrillo suelto y cayó de rodillas. Abigail se cernía sobre ella, con una pistola plateada en la mano. Sus sicarios también iban armados. El falso policía se acercó a ella y le puso el cañón de su arma en la nuca. Iban a asesinarla, a no ser que encontrara alguna forma de escapar. Eran tres contra uno. 


Tenía todas las apuestas en contra.


De repente, el haz de una linterna enfocó la puerta de una antigua bodega tradicionalmente utilizada como almacén, colina arriba. Ya la conocía. Era negra como la noche y olía a tierra putrefacta. Si la encerraban allí, tardaría días en morir. Sin comida, ni agua, sólo… Grandes ratas grises.


Se abalanzarían sobre ella. Le morderían, le arrancarían la carne… Y agonizaría durante días, llorando, llorando…


De repente fue como si todo se aclarara de golpe.


—No había un bebé fantasma llorando detrás de aquellos muros, ¿verdad, Abigail? Era un bebé… Emparedado vivo.


Y ahora iban a matarla a ella de la misma manera. Nunca volvería a ver a Kiara. Ni a Pedro. Jamás llegaría a confesarle que lo amaba.


—Abrid la puerta —ordenó Abigail.


Uno de sus ayudantes así lo hizo, mientras el otro empujaba a Paula escalones abajo. Cuando las enfocó con la linterna, las ratas se apartaron, corriendo en círculos.


Sin duda alguna Abigail las había colocado allí como castigo. Pedro había tenido razón todo el tiempo. Aquel asunto había sido mucho más que un problema de desvío de dinero público y tumbas anónimas.


—Tú no solamente enterraste a esos niños, Abigail. Los asesinaste. ¿Qué clase de monstruo repugnante eres?


—Yo no los maté. Simplemente los dejé morir. Era lo mejor para ellos.


—¿Cómo puedes decir eso? Tú eres médico.


—Tú precisamente deberías comprenderlo mejor que nadie, Paula. Estaban condenados. Nadie quería adoptarlos. Nadie los quería.


—Tampoco nadie me quería a mí, Abigail. Pero yo quería vivir.


—Nadie nos quería a los dos, cierto, pero ni tú ni yo estábamos condenadas. No teníamos lesiones, ni minusvalías. Pero ahora nada de eso importa. Baja esos escalones, Paula. Tu tumba está esperando. ¿O prefieres que te metamos a la fuerza?


—A Kiara no le hagas nada, Abigail, te lo suplico. Ella no sabe nada que pueda perjudicarte, así que no le hagas nada… Por favor, no le hagas nada…


—Baja los escalones.


No tuvo tiempo de dar ni un paso, porque la arrojaron a la bodega de un violento empujón. 


Las ratas empezaron a rondarla. No tardarían en saltar sobre ella, acosándola…


Sintió la primera mordedura en una pierna.


Y chilló. Chilló tan alto que apenas oyó el estruendo de la puerta al cerrarse, dejándola en la más absoluta oscuridad.


Pedro la encontraría. Estaba seguro de ello. Nicolas Wesley no acabaría con él. La encontraría, desde luego… Sólo que para entonces ya sería demasiado tarde.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario