domingo, 22 de marzo de 2020

ANTES DEL AMANECER: CAPITULO 57




Recorrió la casa revisando puertas y ventanas, y comprobando que Kiara seguía durmiendo, aterrada por un millón de espeluznantes posibilidades. Sus ojos ya se habían habituado a la oscuridad y por la ventana podía distinguir el perfil de los árboles. Pero no había señal alguna ni de Pedro ni de Mackie.


Durante la siguiente media hora miró el reloj de la cocina por lo menos cien veces. Hasta que finalmente oyó un ruido de pasos en el porche trasero. Pedro. Tenía que ser Pedro. ¿Pero y si no era él? De repente sintió la pistola como un peso muerto en la mano y sus músculos se tensaron, preparada para apretar el gatillo.


Pedro, ¿eres tú?


—Sí, soy yo, Paula. Puedes bajar el arma. No pasa nada. Abre la puerta.


Dejó la pistola sobre la mesa y corrió hacia la puerta. Le temblaban los dedos cuando descorrió el cerrojo. Nada más dejar entrar a Mackie, se lanzó a los brazos de Pedro.


—¡Oh, menos mal que no ha ocurrido nada…!


—Sí que ha ocurrido.


—¿Qué quieres decir?


—Alguien ha estado en el granero. Y se ha llevado la hoz.


—¿Dónde está ahora?


—Fuera de aquí. Salí corriendo detrás de Mackie y vi las luces de un vehículo alejándose por la antigua pista forestal.


—Mackie debió de haberlo asustado.


—Sin duda. Creo que incluso llegó a morderle. Había sangre en el suelo del cobertizo. Si no hubiera tenido herida la pata, probablemente lo habría inmovilizado en el suelo a la espera de que yo llegara.


—¿Crees que pretendía atacarnos con la hoz?


—Dudo que viniera aquí desarmado.


—Pero no disparó a Mackie.


—Un disparo nos habría alertado antes que sus ladridos. Seguramente intentó atacar a Mackie con la hoz.


—¿Qué hacemos ahora? No puedo seguir durmiendo.


—Debes seguir durmiendo. Yo me quedaré vigilando.


—Pero, Pedro, no puedes quedarte levantado noche y día.


—Dormiré en una silla de la cocina con Mackie al lado. Si se produce algún movimiento al lado, me avisará. ¿Verdad, viejo amigo?


Mackie agitó alegremente el rabo, como sellando su trato.


—¿Por qué no llamamos al sheriff local?


—¿Para que haga qué? ¿Para que busque por la zona a un tipo que hace ya tiempo que se habrá largado, y que ni siquiera sabemos cómo es?


—Esto tiene que terminar, Pedro. No podemos seguir así. No podemos.


—Estoy de acuerdo contigo.



***


—Creo que llamaré otra vez al hospital —dijo Paula, mientras se hallaban atascados en el tráfico de Atlanta.


—No vamos a llegar tarde a la cita.


—No, me refería al hospital de Columbus para saber cómo está Ana.


—Bien. Porque me temo que no vamos a irnos a ninguna parte, al menos en los próximos minutos.


—Llevas un buen rato lidiando con el tráfico.


—Y con una niña en el asiento trasero.


—¿Qué diferencia puede significar eso?


—Que tengo que moderar mi lenguaje a la hora de quejarme.


Estaban de broma, pero todo era fingido. 


Estaban tensos, inquietos. Aquella mañana, el cobertizo y la casa se habían llenado de agentes del FBI, tomando huellas y muestras de sangre y de ADN. Pedro seguía insistiendo en que aquel asunto estaba evolucionando muy rápido y que terminaría muy pronto.


El FBI estaba investigando también los archivos del orfanato. Según sus registros, un bebé con una minusvalía había sido adoptado por una pareja de Macón, Georgia. Sólo que la tal familia adoptiva nunca había existido. Pedro temía seriamente que aquel bebé fuera uno de los cadáveres que habían sido enterrados en los muros del sótano. En cuanto a Paula, ni siquiera quería pensar en aquella posibilidad.


Se volvió para echar un vistazo a Kiara. Estaba dormida, abrazada a su osito. El tráfico empezó a moverse de nuevo y Paula marcó de memoria el número del hospital, esperando poder contactar con alguien que pudiera ponerla al corriente de la evolución de Ana.


—Unidad de cuidados intensivos. ¿En qué puedo ayudarla?


—Me llamo Paula Chaves y llamaba para preguntar por Ana Jackson.


—¡Oh, señora Chaves! Me alegro de que haya llamado. Estaba a punto de telefonearle.


—¿Ha pasado algo malo? —inquirió, alarmada.


—No, al contrario, son buenas noticias. Ha salido del coma. Todavía no habla, pero responde con movimientos de cabeza a las preguntas del médico. Parece que lo comprende todo perfectamente. Estamos encantados. También ha preguntado por usted.


—¿De veras? ¿Le dijo que la había llamado cada día?


—Claro. Ha recibido muchas llamadas de amigos, pero usted es la única por quien ha preguntado. Sería estupendo que pudiera pasarse a verla después, porque ahora está descansando. No podrá quedarse mucho tiempo, pero seguro que le sentaría bien ver una cara familiar.


—Lo intentaré. ¿Hasta qué hora de la tarde admiten visitas?


—La última es a las ocho, pero si llega más tarde, pregunte por Juana. La dejaré entrar aunque sólo sea por unos minutos. Creo que su presencia le sentará mejor que cualquier medicina.


—Gracias. Y gracias sobretodo por la buena noticia.


—De nada.


Y se despidió.


—Pareces muy contenta… —le comentó Pedro cuando cortó la comunicación.


—Ana ha salido del coma.


—Fantástico. Y con un poco de suerte podrá facilitarnos una descripción de su agresor.


—Yo, ni siquiera había pensado en eso. ¿Qué te parece si nos pasamos a verla después de nuestra entrevista con la doctora Harrington?


—Estupendo. Si tú estás dispuesta…


—Lo estoy. Pero antes pararemos para comer algo. Así Kiara podrá estirar las piernas y jugar un poco.


Volvieron a ponerse en movimiento y Paula distinguió el hospital justo delante.


—Al final vamos a llegar a tiempo —pronunció Pedro.


—Bien. ¿Sabes? Tal vez sea la impresión resultante de una noticia tan buena como la recuperación de Ana, pero creo que es un buen presagio y que la entrevista con la doctora Harrington va a salir muy bien.


—Ojalá pudiera estar yo presente.


—Lo sé, pero prefiero que te quedes fuera con Kiara. Y no te preocupes. Lo soportaré —pronunció, cruzando supersticiosamente los dedos.


A veces a los buenos presagios había que ayudarlos…




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