Nicolas Wesley encendió el motor y salió en marcha atrás del aparcamiento. Como si no tuviera ya suficientes problemas, ahora tenía que lidiar también con Pedro Alfonso, un maldito agricultor de la región de Dahlonega…
Aparentemente. Sabía muy bien quién era Pedro. Un antiguo agente del FBI, ex guardaespaldas de primera categoría. Se dijo que un buen sheriff siempre hacía sus deberes.
Y su primer deber era informarse sobre la gente.
En realidad, a Paula no le importaba lo que hubiera hecho Pedro en el pasado. En aquel momento era un cero a la izquierda, y carecía en absoluto de peso o de influencia.
Aun así, no necesitaba ese tipo de problemas.
Ya tenía bastante con la gente que sí tenía influencia, y mucha, a raíz de todo ese asunto de los huérfanos muertos. Como si eso hubiera supuesto alguna diferencia. Como si a alguien le hubiera importado algo lo que les había pasado a aquellos niños… Cuando estaban vivos.
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—¿Vamos a comer aquí? —le preguntó ella, dispuesta a bajar de la camioneta.
—Pensé que podríamos comprar algo para comerlo por ahí. Hay un montón de sitios estupendos durante el trayecto de vuelta.
—No tengo muchas ganas de picnic…
—Tienes que comer. Y las opciones son dos: Un ruidoso restaurante o al aire libre, escuchando el canto de los pájaros.
—Dicho así, la elección es fácil.
Una vez en la tienda, Paula pareció animarse un tanto. Escogió una ensalada de patata, aceitunas, una tabla de quesos y pan crujiente.
Pedro compró una botella de Cabernet y uvas rojas.
—¿Necesitan platos y cubiertos de plástico? —inquirió la dependienta, mientras guardaba sus compras.
—Eso sería estupendo. Y que nos descorchen también la botella, por favor.
—¿De dónde son ustedes?
—De cerca de Dahlonega.
—Entonces no hace falta que les alabe la belleza del Bosque Nacional de Chattahoochee.
—La verdad es que no estoy muy familiarizado con esa zona —admitió Pedro.
—Si tienen tiempo, deberían visitarlo. Mi marido y yo solemos hacer camping cerca de las cataratas Keown. Es un lugar maravilloso. Y Hidden Creek también es muy bonito.
—Gracias.
Volvieron a la camioneta. Pedro estaba contento. No podía quejarse. Hacía un día soleado, llevaban una comida de calidad… Y tenía al lado a una mujer hermosa.
Y suficientes fantasmas de sus respectivos pasados para celebrar un Halloween por todo lo alto.
Pedro dejó que Paula condujera para salir del centro comercial. Una vez que llegaron a la autopista, le pidió el móvil y llamó a Bob Eggars.
Ya estaba a punto de colgar, cuando Bob soltó un «hola» sin aliento, jadeando.
—¿He interrumpido algo?
—Una discusión con Bilks.
—¿Cómo es que estás discutiendo con Bilks? Creía que estaba claro que es un experto en todo y que jamás hay que discutirle nada.
—Bueno, pues ahora resulta que es experto en orfanatos.
—¿Meyers Bickham?
—¿Cómo lo has adivinado?
En vez de responder, Pedro le preguntó a su vez:
—¿También el FBI está metiendo las narices en eso?
—Sí. Trabajando con el sheriff local, que como nuestro gran amigo Bilks, es otro experto en todo. Por lo demás, nos ha dejado claro que ni quiere ni necesita nuestra ayuda.
—Entonces… ¿Quién os ha invitado a la fiesta?
—El fiscal general de Georgia, directamente. E indirectamente, el gobernador, o al menos eso es lo que he oído. Los medios se están dando un buen festín con esos pobres huérfanos.
—¿Qué justificación utilizaron para implicar a la Agencia?
—Al parecer, el orfanato recogió en su momento a algunos niños de fuera del estado.
—¿Te encargaron la misión a ti?
—A mí y a Juan Bilks. Es mi día de suerte —comentó, irónico.
Pedro pensó que en realidad no era el día de suerte de Bob. Pero muy bien podía ser el suyo.
—¿Crees que podrás acceder a los archivos de adopción de Meyers Bickham?
—De modo que te estás implicando en el asunto.
—Es un misterio fascinante.
—¿Estás seguro de que no es algo más que una simple curiosidad pasajera?
—¿Puedes acceder a esos archivos?
—De hecho, para las cinco de esta tarde tendré sobre mi despacho copias de los más pertinentes.
—¿También son de dominio público esos papeles?
—Al parecer sí. Por lo menos hasta que algún juez diga que no lo son.
—Entonces te agradecería que compartieras conmigo esa información…
—En ese caso, sácame de dudas, encantador granjero… ¿Qué significa todo esto? ¿A qué viene tanto interés por el caso?
Pero Pedro ignoró la pregunta.
—Me gustaría saber cuántos bebés procedentes de ese orfanato fueron adoptados.
—¿Un número total?
—Sí, pero preferiría un informe detallado con las fechas de las adopciones. Y los nombres de las familias adoptivas, si es que los tienes.
—La mayor parte de esos datos sí que no son de dominio público. Las familias adoptivas tienen derecho a la confidencialidad de esa información.
—Pero tú la tienes, ¿verdad?
—En este momento, no. Pero me temo que me he convertido en uno de esos aburridos agentes que respetan escrupulosamente las reglas y los formalismos. Me he cansado de hacer de «Harry El Sucio».
—¿El matrimonio te ha hecho eso?
—El matrimonio y un bebé en camino.
—Enhorabuena.
—Gracias. ¿Algo más que necesites saber sobre el infame Meyers Bickham?
—Los informes de los forenses también estarían bien.
—No creo que eso te ayude en nada. Los cuerpos no fueron preservados de ninguna manera, así que con los restos solamente se pueden hacer pruebas de ADN. Incluso los huesos son escasos. El sótano estaba lleno de enormes ratas… Hambrientas.
Pedro no pudo menos que evocar la pesadilla de Paula. Una pesadilla que cada vez tenía más visos de realidad.
—Supongo que las piezas dentales brillan por su ausencia.
—Sí. Los bebés eran demasiado pequeños.
—Aun así, me gustaría ver todo lo que tienes.
—Te llamaré por la mañana. ¿Tienes alguna dirección donde pueda mandarte un fax o sigues dependiendo del correo?
—Por el momento, sí.
—Ten cuidado, amigo. No creo que al sheriff le guste que la gente juegue en su terreno. Y puede que esa sea la menor de tus preocupaciones si es que llegas a descubrir algo relevante.
—¿Por qué? ¿Conoces acaso algún detalle que no hayas compartido conmigo?
—Sólo que hay, al menos, un tipo poderoso relacionado con la administración de Meyers Bickham. Bueno, había dos, pero el senador Marcos Hayden fue asesinado en Enero.
—No vi su nombre ni el de ningún otro que pudiera reconocer en la lista que me mandaste.
—Es porque sus nombres fueron eliminados de los archivos en papel.
—¿Quién anda detrás, aparte de Marcos?
—De mí no has oído nada, ¿entendido?
—Claro que no. Tú siempre respetas escrupulosamente las reglas.
Pedro soltó un silbido de asombro mientras apuntaba el nombre del nuevo valedor de Meyers Bickham.
—¿Qué es lo que has descubierto? —le preguntó Paula, al ver que cortaba la comunicación.
—El juez Claudio Arnold… ¿Te suena de algo?
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