domingo, 15 de marzo de 2020

ANTES DEL AMANECER: CAPITULO 34




Tal y como había previsto, Kiara trotó y correteó delante de ellos, jugando con Mackie. Volviendo al presente, a la realidad, esperó a que Paula le espetara sus preguntas.


—No serías una especie de asesino a sueldo, ¿verdad?


—No. Nada de eso.


—Gracias a Dios —repuso, aliviada—. Entonces… ¿Qué eras?


—Empecé como policía. Luego trabajé para el FBI.


—¿Por qué lo dejaste?


—Mis misiones no eran tan apasionantes como había imaginado —«ni de lejos», añadió para sí. Al menos no lo habían sido en aquel entonces, cuando vivía para las emociones fuertes—. Pude haberme esforzado en conseguirlas, pero era joven y no quería esperar.


—¿Así que te fuiste a Georgia y te dedicaste a cultivar manzanas? No me lo creo ni por un momento.


—Me habrías decepcionado si lo hubieras hecho. No. Cuando dejé la Agencia, me fui a trabajar con un amigo que llevaba una compañía de seguridad privada. Para gente muy selecta.


—¿Como estrellas de cine?


—Actores, políticos, diplomáticos extranjeros… Cualquiera que estuviese dispuesto a gastarse una buena suma en protección.


—¿Entonces… Eres realmente un guardaespaldas?


—Más o menos.


—¿Y eso te resultaba suficientemente excitante?


—En aquel tiempo, sí. A veces.


Paula se detuvo para apoyarse en el tronco de un manzano.


—Pero esto sigue sin explicar por qué estás ahora en Georgia. Los manzanos no necesitan un guardaespaldas.


Pedro tragó saliva. Los recuerdos eran tan absorbentes que tenía la sensación de que lo ahogaban, lo consumían, como el incendio que aquella tarde había acabado con la cabaña. 


Recuerdos que empezaban y terminaban con una mujer de cabello negro como la noche y tez bronceada. Una mujer con…


—Cometí errores —pronunció, obligándose a hablar—. Supongo que vine aquí buscando una manera… De vivir con ellos.


—Si eso es verdad, ¿qué soy yo para ti, Pedro? ¿Una manera de pagar tus deudas? ¿Pensaste que con salvar a la mujer y a su hija todos tus errores quedarían borrados, justificados?


—Puede que fuera así… Al principio —admitió, consciente de que era demasiado inteligente para que pudiera engañarla.


—¿Y ahora?


De pronto le tomó las manos entre las suyas. 


Estaba experimentando unos sentimientos que no necesitaba. Los mismos que habían arruinado su vida anterior. Pero no podía evitarlo.


—Estás en peligro, Paula. Kiara y tú. No podría volver a mirarme a la cara si no hiciera todo lo posible por ayudaros.


—¿Es esa la única razón por la que quieres ayudarnos?


En sus ojos podía leer el miedo y la certidumbre. 


Pero también había otra cosa, algo que lo inquietaba mucho más. Veía en ellos el mismo deseo que ardía en su interior.


—¿Importan tanto las razones? Te estoy ofreciendo mis servicios como antiguo guardaespaldas, agente del FBI y policía. Te protegeré e intentaré encontrar al autor de esas amenazas. Tal como yo lo veo, no tienes muchas más opciones. Y desde luego, huir a Columbus no es en absoluto la respuesta.


Paula esbozó una mueca, frunciendo los labios.


—De acuerdo, Pedro. Nos quedaremos. Al menos por ahora.


—Bien.


Pedro se alegraba de ello, porque por nada del mundo la habría dejado marchar. No, mientras no estuviera completamente convencido de que se hallaba a salvo. Le soltó las manos y se apartó antes de cometer una estupidez… Como ceder al ansia que lo devoraba por dentro y estrecharla en sus brazos.




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