viernes, 13 de marzo de 2020
ANTES DEL AMANECER: CAPITULO 26
Paula le colocó una toalla sobre los hombros.
Tenía el pelo suave y desenredado, todavía húmedo después de la ducha. Olía a jabón y a champú… Los mismos con los que ella se había duchado hacía una media hora.
De repente tuvo la sensación de que la temperatura de la cocina subía de golpe. La simple tarea de cortarle el cabello a Pedro, se le antojó de repente una experiencia íntima.
Intentó decirse que era el calor de aquella cocina tan acogedora. No podía tratarse de nada más. Pero le temblaron las manos cuando le apartó el pelo del cuello, dispuesta a empezar.
—Todavía estás a tiempo de cambiar de idea —le sugirió él.
—No —respondió con voz ronca—. ¿Cómo de corto lo quieres?
—Estoy a tu merced.
—Eres muy valiente.
Empezó a cortárselo lentamente, esperando que su nivel de excitación descendiera conforme trabajaba. Desgraciadamente, eso no ocurrió. A cada movimiento de retirarle el cabello, su mano se demoraba demasiado sobre su piel. Y el corazón le latía demasiado rápido.
Aquello, más que un corte de pelo, se convirtió en una especie de danza sensual. Al terminar, se colocó frente a él y se agachó para cerciorarse de que ambos lados le habían quedado iguales. Estaba distinto. Más joven, y sorprendentemente, aún más viril que antes.
—No está mal… —susurró a modo de conclusión.
—No está nada mal, desde luego —repuso Pedro.
Sólo que no podía referirse a su cabello, ya que no tenía ningún espejo a mano. La estaba mirando a ella, abismándose en las oscuras profundidades de sus ojos. Iba a besarla, y Paula no quería pensar, en todas las razones por las que no debería hacerlo. De hecho, no quería pensar en nada.
Acunándole el rostro entre las manos, la acercó hacia sí.
—Mami, ¿me puedes dar un vaso de agua?
Paula dio un respingo tan violento que estuvo a punto de tropezar con los pies de Pedro. Kiara estaba en el umbral de la cocina, frotándose los ojos con una mano y con un osito de peluche en la otra.
—Claro. Voy a dártelo —pronunció casi con un jadeo, respirando aceleradamente.
—¿Qué le ha sucedido a su pelo, señor Pedro?
—Tu madre me lo ha cortado. Supongo que será mejor que vaya a mirarme en un espejo.
Y se levantó para salir de la cocina.
Mientras llenaba el vaso con el agua del grifo, Paula escuchó sus pasos en el corredor regresando rápidamente, pero no se volvió.
Después de entregarle el vaso, se apoyó en el mostrador, todavía de espaldas a él. Necesitaba tiempo para recuperarse.
Había estado a punto de cometer un enorme error. Se habrían besado, y quizá habrían hecho muchas más cosas si Kiara no hubiese aparecido en aquel preciso instante.
Pero eso no significaba nada más que una cosa:
Que eran humanos. Viviendo en la misma casa, compartiendo el mismo cuarto de baño, charlando durante el desayuno… Hombre y mujer como eran, estaban destinados a sentirse sexualmente atraídos. Simplemente, en el futuro, deberían llevar más cuidado.
No tenían una relación. Pedro se lo había dejado muy claro. Y ella ya tenía suficientes problemas con las amenazas y con lo que había ocurrido en Meyers Bickham.
Kiara bebió dos tragos de agua y le devolvió el vaso.
—¿Vendrás a leerme otro cuento?
—Es demasiado tarde, corazón, pero iré y me echaré contigo durante unos minutos.
—De acuerdo.
Minutos después, Paula arropó cuidadosamente a su hija y se tendió a su lado. La luz de la luna entraba por la ventana, derramándose sobre las sábanas y sobre su camisón rosa.
Pedro sólo estaba a dos puertas de allí.
Probablemente estaría acostándose en aquel mismo momento, desnudo… Sabía que no debería pensar en eso, pero lo pensaba. Y volvió a preguntarse por lo que habría sucedido si Kiara no hubiera entrado de repente en la cocina.
¿Se habrían conformado con un simple beso? ¿O habrían terminado haciendo el amor? Y si ese hubiera sido el caso, ella… ¿Habría vuelto a ser la misma?
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