viernes, 13 de marzo de 2020

ANTES DEL AMANECER: CAPITULO 25





Pedro estaba de pie ante el espejo del cuarto de baño, con una toalla a la cintura, clavada la mirada en su pelo. Todavía lo tenía húmedo después de la ducha, pero le tapaba las orejas colgándole en descuidadas greñas hasta los hombros. Debería ir a Dahlonega y buscar una barbería. Era un gesto sencillo, pero no había vuelto a pisar una peluquería desde que compró la vieja casona con el manzanar. De vez en cuando, él mismo se había dado unos cuantos tijeretazos sin preocuparse de más.


Maldijo para sus adentros. Hasta que Paula se trasladó a su casa cuatro días atrás, apenas había sido consciente de ello. Había evitado inconscientemente el espejo. Ahora sin embargo, los espejos parecían reclamarlo cada vez que pasaba cerca de uno. Y sin que Paula hubiese hecho el menor comentario sobre su aspecto desaliñado. En realidad no le había hecho comentario personal alguno desde la discusión que mantuvieron tras la marcha del sheriff.


Él era el protector. Ella la protegida. Así era como tenían que ser las cosas. Y ya simplemente eso le estaba exigiendo bastante más de lo que había imaginado que tendría que volver a dar.


Sin embargo, tenía que saber más cosas de ella. 


Sabía que detestaba hablar de Meyers Bickham, pero necesitaba más información. Había pedido a sus informantes la lista de las personas que habían trabajado en el orfanato, o que habían participado en su administración, durante los años que Paula estuvo interna. Incluso le habían facilitado fotografías, todo lo cual le había sido enviado aquella noche, para que lo recibiera a la mañana siguiente.


Se dijo que no estaba jugando a policía, tal y como le había acusado Bob. Sencillamente le gustaba saber contra quién se enfrentaba.


Volvió a mirarse en el espejo y sacó unas tijeras del armario. Levantando una guedeja entre los dedos, la cortó varios centímetros. El pelo le llegaba hasta el lóbulo de la oreja. Decidido, siguió cortándoselo. El resultado era bastante desigual, pero parecía… ¿A quién estaba engañando? Estaba patético. Aunque tampoco le importaba. Casi era mejor así. Si Paula llegaba a mostrar algún día un interés sexual por él… 


Estaría perdido.


Se puso el pantalón del pijama, otra concesión que había tenido que hacer por tener que convivir con una mujer y una niña. Se había acabado lo de caminar desnudo por la casa, aunque dormir era otra cuestión.


Se dirigió a la cocina, deteniéndose en seco al descubrir a Paula mirando por la ventana. Se había soltado la cola de caballo y la melena rojiza se derramaba como una cascada sobre sus hombros. Llevaba un camisón rosa pálido que le llegaba hasta las rodillas.


El corazón se le aceleró. Tenía la boca tan seca que no podía tragar. Justo en aquel instante, vio que se volvía hacia él y empezaba a hablar. Oía las palabras, pero no podía concentrarse en escucharlas. Ni tampoco dejar de mirarla.


Tenía el rostro fresco, recién lavado, brillante, levemente sonrosado. Pudo distinguir el contorno de sus pezones presionando contra la fina tela.


El pelo. Estaba hablando de su pelo.


—Puedo cortártelo, si quieres. Estuve trabajando durante un tiempo como peluquera antes de empezar a enseñar en la universidad.


Pedro tragó saliva, consciente de que tenía que resistir la punzada de deseo que lo había dejado tan abrumado. Y rápido.


—Así que piensas que mi corte de pelo necesita algunos retoques, ¿eh?


—Desde luego que sí.


—De acuerdo.


—Estupendo —colocó una de las sillas de respaldo recto bajo la lámpara—. Toma asiento, que voy a por mis cosas.


—¿Seguro que no quieres mi hoz?


—Para el pelo no, pero la barba…


—Cada cosa a su tiempo.


Se sentó en la silla y esperó, pensando que debería echarse atrás antes de que fuera demasiado tarde. Pero para entonces Paula ya estaba de vuelta. Como si acabara de salir de una de sus fantasías sexuales. De todas formas, aunque hubiera tenido el buen juicio de levantarse y salir corriendo, estaba seguro de que las piernas no le habrían respondido.



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