jueves, 6 de febrero de 2020

TE ODIO: CAPITULO 8





Esperó que una ola de culpabilidad la embargase al pensar que iba a engañar a Mariano. Aunque la estaban chantajeando, aunque tenía que salvar la vida de su sobrino. 


¿No debería sentirse horrorizada al pensar que estaba a punto de engañar al hombre con el que iba a casarse? Después de todo, ella más que nadie había visto el daño que podía hacer una infidelidad.


Pero no sentía nada.


«Porque no quiero a Mariano», pensó. «Y sé que él no me quiere a mí». Lo único bueno en aquella situación terrible.


Para salvar a Alexander, se entregaría a Pedro durante una noche. Eso no era nada. 


Para salvar a su país, se entregaría a Mariano durante el resto de su vida.


Y durante toda su vida le escondería un secreto a los dos…


—¿Una noche? —repitió Pedro, desdeñoso—. Te tienes en gran estima.


—Hay un niño en peligro —le recordó ella, furiosa—. Si fueras una buena persona, no pedirías nada por ayudarme.


—No es hijo mío. Es el rey de San Piedro, con cientos de guardaespaldas y policías a su servicio. Podrías tener a media Europa buscándolo, pero has elegido pedirme ayuda a mí. Y como tú misma has dicho, no soy una buena persona.


Devorándola con la mirada, Pedro se inclinó hacia delante, sus labios a unos centímetros de los de Paula. Su mirada hacía que se le doblasen las rodillas. No había dormido en dos días. Había tenido suerte de llegar a Nueva York sin ser vista por los paparazis y burlar a sus guardaespaldas en el hotel no había sido fácil. 


Lo único que podía pensar era que tenía que salvar a Alexander. ¿Dónde estaba? ¿Lo
estarían tratando bien? ¿Estaría asustado?


Pedro tenía razón. Ella no necesitaba una buena persona. No necesitaba a alguien amable y civilizado que supiera cómo hacerse el nudo de la corbata.


Lo que necesitaba era un guerrero, alguien fuerte y despiadado. Necesitaba a un hombre invencible.


Necesitaba a Pedro.


¿Pero a qué precio? ¿Cuánto podía arriesgar?


—¿Por qué quieres acostarte conmigo? —susurró—. ¿Para curar tu orgullo herido? ¿Para castigarme? Podrías acostarte con cientos de mujeres…


—Lo sé —Pedro pasó una mano por su cuello—. Pero te deseo a ti.


Esa frase provocó un incendio en su interior. 


¿Cuántas noches había soñado con él, reviviendo los momentos en los que la había tenido en sus brazos? ¿Cuántos días, mientras soportaba largos y aburridos discursos que harían que una persona cuerda quisiera suicidarse, había fantaseado con Pedro Alfonso?


Durante diez años lo había añorado. Incluso sabiendo que le estaba prohibido para siempre. Incluso sabiendo que, si volvía a entregarse a él, arriesgaría algo más que su matrimonio. Algo más que su corazón.


—¿Por qué? —preguntó—. ¿Por qué yo?


Pedro se encogió de hombros.


—Quizá quiera poseer algo con lo que el resto de los hombres sólo pueden soñar.


—¿Poseer? —repitió Paula—. Aunque me convirtiera en tu amante, nunca podrías poseerme. Nunca.


—Ah, ahí está la princesa, claro. Sabía que no podrías seguir haciéndote la humilde durante mucho tiempo —Pedro acarició su cara—. Pero los dos sabemos que estás mintiendo. Te entregarás a mí y no sólo por tu sobrino, sino porque lo deseas. Porque no puedes resistirlo.


Ella no podía negarlo. No cuando el mero roce de sus manos provocaba una tormenta en sus sentidos.


—¿Mantendrías esa noche en secreto? —preguntó—. ¿Podrías hacerlo?


—¿Quieres decir si voy a llamar a los fotógrafos para jactarme de mi buena fortuna?


—Yo no he dicho… —Paula respiró profundamente—. Nadie debe saber que Alexander ha sido secuestrado. Y mi matrimonio con Mariano…


—Lo entiendo —la interrumpió él—. Déjame ver la carta.


Paula sacó una nota del bolsillo. Se la sabía de memoria, las letras recortadas de un periódico exigiendo que fuera sola a los jardines del palacio de San Piedro esa noche y no se lo dijera a nadie.


—¿Cómo te ha llegado?


—La metieron bajo la puerta de mi suite en el Savoy.


—No te dan mucho tiempo —murmuró Paolo, devolviéndole la nota—. ¿Qué pensabas hacer si yo me negaba a ayudarte?


—No lo sé.


—¿No tenías otro plan? ¿No le has pedido ayuda a nadie?


—No.


—Ah, entonces quizá debería exigirte algo más. Un mes entero, un año — Paula lo miró, horrorizada—. Afortunadamente para ti —siguió Pedro— yo me canso pronto de las mujeres. Una noche contigo será más que suficiente —añadió, acariciando su cuello, el óvalo de su cara, la sensible piel de la garganta—. ¿Estás de acuerdo con los términos?


Ella tragó saliva. Quería aceptar. Y, si era realmente sincera consigo misma, no era sólo por salvar a Alexander.


Pero era demasiado peligroso. Entregándose a Pedro, aunque sólo fuera una noche, arriesgaría todo lo que era importante para ella; su matrimonio con Mariano, su corazón y, lo peor de todo, su secreto. Dios Santo, su secreto…


—¿No puedo ofrecerte otra…?


Él interrumpió sus palabras con un beso, aplastando sus labios, esclavizándola con el roce de su lengua.


—Di que sí —murmuró con voz ronca, antes de volver a besarla—. Di que sí, maldita sea.


—Sí —susurró Paula.


Pedro la soltó abruptamente para sacar el móvil del bolsillo.


—Bertolli, llama a todos los hombres de la lista… sí, he dicho a todos. Pagaré diez veces el precio habitual. No puede haber errores. Esta noche.


Paula, temblorosa, se dejó caer sobre el sofá, sintiendo como si hubiera vendido su alma. Y él se volvió, ladrando órdenes al teléfono, como si se hubiera olvidado de que estaba allí.


Pero sabía que no la había olvidado. Paula estaba pendiente de él y Pedro de ella, como siempre. Como antes.


Había pasado años intentando olvidar a Pedro Alfonso. Había dejado lo que más quería para alejarse de su mundo egoísta y despiadado. Pero ahora se veía inmersa en él otra vez. Sólo podía rezar para no quedar irrevocablemente pegada a su telaraña.


Su amante por una noche. Ése era el precio. La usaría para su placer. Y, lo peor de todo, Pedro se encargaría de que ella también disfrutase. 


Sólo de pensarlo…


Paula se agarró al brazo del sofá y el mundo empezó a dar vueltas a su alrededor.


Lo único que podía hacer era rezar para que nunca descubriese su secreto. El gran secreto de su vida


No hay comentarios.:

Publicar un comentario