jueves, 6 de febrero de 2020

TE ODIO: CAPITULO 7




¿Su amante?


Paula lo miró, horrorizada.


—No puedes decirlo en serio.


Él sonrió, irónico.


—¿Te molesta ser mi amante? Qué raro. Antes no te molestaba en absoluto. De hecho, lo hacías por placer, no para devolverme un favor.


Era una grosería recordarle eso. ¿Amante? 


Pedro Alfonso no sabía el significado de la palabra amor. Y no podía confiar en él. Lo había demostrado diez años atrás.


Entonces, ¿por qué le sorprendía comprobar que seguía sin tener corazón?


—Hay algo que no ha cambiado. Sigues siendo tan egoísta como siempre.


—Más que antes —asintió él, acercándose, sus ojos tan oscuros como el océano a medianoche—. Pero disfrutarás en mi cama, te lo prometo.


Paula sintió un estremecimiento cuando apartó un mechón de pelo de su cara.


Pedro Alfonso podía no saber amar, pero el placer que le proporcionaba su mera presencia era otra cuestión. Moreno, guapo, tenía el mismo físico poderoso, los hombros anchos que recordaba, el mismo perfil romano y mandíbula cuadrada. Los mismos ojos oscuros, intensos.


Era cierto que ahora llevaba un carísimo traje de chaqueta hecho en Savilie Row en lugar de un mono de mecánico y tenía las uñas limpias y no llenas de grasa, pero era más peligroso que nunca.


Porque no era el primero, era el único. Y si volvía a hacer el amor con él, estaría arriesgando algo más que su corazón…


—No —dijo en voz baja—. No puedo. Te daré lo que quieras, pero eso no.


Pedro se dio la vuelta.


—Pues buena suerte encontrando a tu sobrino.


Paula tragó saliva. Estaba a su merced y lo sabía. Daría lo que fuera por volver a tener a Alexander en sus brazos, protestando para que lo dejase en el suelo, como siempre: «¡Tía Paula, que ya no soy un niño!»


Pero, rey o no, era un niño. Siempre lo sería para ella. Aunque había crecido demasiado rápido en las últimas dos semanas. Cada mañana, Alexander se reunía con Paula y su madre en la mesa del desayuno con los ojos enrojecidos, pero nunca lo había visto llorar. 


Hacía su papel de príncipe regente con dignidad, mostrando el tipo de hombre que sería algún día, el rey que San Piedro necesitaba.


De modo que era absurdo fingir que no haría cualquier cosa para salvarlo.


Aunque tuviera que venderse a Pedro Alfonso, el hombre al que había jurado evitar durante el resto de su vida.


Pero… no podía convertirse en su amante. 


Además de sus propias razones para alejarse de Pedro, nada debía evitar su matrimonio con el príncipe Mariano von Trondhem. Desde que las multinacionales se llevaron las fabricas textiles a países del Tercer Mundo, San Piedro estaba pasando por una difícil situación económica.


Necesitaban desesperadamente la influencia y el dinero de Mariano. Sin él, tendrían que cerrar más fábricas, más empresas se declararían en bancarrota, más familias se quedarían en el paro.


No podía dejar que eso pasara. Tenía que salvar a Alexander y salvar a su país.


Comparado con eso, sus propios sentimientos, su propia vida, no significaban nada.


—No puedo ser tu amante —repitió—. Estoy prometida.


—No lo estás, aún no. Tú misma lo has dicho.


Paula sacudió la cabeza.


—Pero lo estaré próximamente.


—Muy bien, como quieras. Si me perdonas…


—Espera.


Pedro la miró, levantando una ceja.


Ella intentó reunir valor. No había forma de convencerlo y los dos lo sabían.


—Una noche —dijo por fin, casi ahogándose con esas palabras—. Te doy una noche.


—¿Una noche? ¿Y te entregarías por completo?


—Sí —susurró Paula, incapaz de mirarlo a los ojos.





No hay comentarios.:

Publicar un comentario