lunes, 17 de febrero de 2020

TE ODIO: CAPITULO 44





Ella lo había traicionado no contándole la verdad sobre Alexander, sí. Pero él había cometido tantos o más errores.


«No te has hecho la vasectomía, ¿verdad?».


No le había prestado mucha atención a esa pregunta, pero ahora era evidente lo que significaba. No había fracasado. La había dejado embarazada. Paula iba a tener un hijo suyo… otro hijo. Y todo eso estaba en peligro porque él había sido demasiado orgulloso como para admitir la verdad.


—La quieres —dijo Mariano entonces—. Pensé que estabas jugando con ella, pero estás enamorado.


—Sí —admitió Pedro. Pero no había querido amarla. El amor significaba sufrimiento y él estaba decidido a vivir solo para siempre. Se había hecho millonario para no tener que depender de nadie. Se había convertido en el piloto más rápido del circuito para que nadie pudiese llegar a él…


Pero no había servido de nada. A pesar de sus esfuerzos, se había enamorado.


Otra vez.


Y nunca se había sentido tan perdido.


Nervioso, sacó el móvil de su chaqueta.


—Creo que Durand puede haberla retenido.


—¿Durand? ¿Su antiguo guardaespaldas?


—Es más que eso, me temo —suspiró Pedro. Pero antes de que pudiese llamar a la policía, sonó su móvil. Era un número sin identificar.


—¿Sí?


—Tengo algo que usted valora mucho.


Pedro reconoció enseguida la voz de Durand.


—Si le haces daño, te juro que te mato. Ni los buitres podrán encontrar tus huesos.


—Apunte este número. ¿Está listo?


Pedro sacó un bolígrafo de su chaqueta y miró alrededor, buscando un papel. Al no encontrarlo le hizo un gesto a Mariano para que levantase el brazo.


—¿Qué…?


—Dime —Pedro anotó el número en la manga del mono blanco de su hermanastro.


—En cuanto reciba el dinero en mi cuenta —anunció el ex guardaespaldas— le diré dónde puede encontrarla.


Y después colgó.


—¿Qué pasa? —preguntó Mariano.


—Paula ha sido secuestrada.


—¿Qué?


—Ponte en contacto con la policía ahora mismo —Pedro le tiró el móvil—. A ver si pueden localizar la llamada.


—Pero… ¿dónde vas?


Tenía una intuición. Había oído un griterío de gaviotas mientras hablaba con Durand. Un ruido que parecía hacer eco sobre las rocas…


—Creo que sé dónde puede estar.


—Iré contigo.


—No, podría equivocarme. Necesito que me ayudes, Mariano. Llama a la policía, a la guardia de palacio, a cualquiera que encuentres… ¡Bertolli! Llama a los hombres. Sigue las órdenes del príncipe Mariano hasta que yo vuelva. Pero antes… haz una transferencia a esta cuenta. De ingreso inmediato —Pedro señaló los números escritos en la manga del mono blanco.


—Sí, señor Alfonso —murmuró Bertolli, atónito.


Tomando el manillar de su moto, Pedro se abrió paso entre la multitud.


—¡La policía llegará enseguida! —le gritó Mariano desde la carpa—. Deberías esperar.


—No puedo.


—Están de camino.


«Olvídate de la carrera, Pedro», le había suplicado Paula. «Quédate, tenemos que hablar». Y él le había dado la espalda. La había amenazado, la había insultado…


¿Podría perdonarlo algún día?


¿Y sería él capaz de salvar a la mujer que amaba? ¿De salvar al hijo que esperaba?


«Te quiero, Paula», le dijo, en silencio. «Espérame, voy para allá».


—¿Qué esperas conseguir solo? —le preguntó Mariano.


Pedro subió a la moto y puso la mano sobre el acelerador.


—Espero llegar antes —contestó. Y, con un rugido del motor, dio comienzo a la carrera para la que se había entrenado durante toda su vida




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