viernes, 10 de enero de 2020

HEREDERO OCULTO: CAPITULO 28






–Te prometo que con tanto jaleo me están entrando ganas de meterme yo en ese horno.


Paula levantó la cabeza de los pequeños montones de masa que estaba salpicando de pasas para mirar a tía Helena, que estaba metiendo una bandeja en el horno industrial. Lo cerró con un golpe seco.


No había sido fácil acostumbrarse a los ruidos y al ir y venir de los obreros. Paula se había disculpado muchas veces con los clientes y
también había puesto un par de carteles pidiendo perdón por las molestias y los ruidos. Por suerte no estaba entrando polvo en la panadería, pero los clientes ya no podían disfrutar tranquilamente de un té y un pastel.


–Terminarán pronto –tranquilizó a su tía, repitiendo la frase que el capataz había estado diciéndole a ella toda la semana anterior.


Teniendo en cuenta que la reforma estaba progresando mucho, tenía la esperanza de que pudiese estar terminada en tan solo una o dos semanas más.


–Y tienes que admitir que es todo un detalle que Pedro esté haciendo todo esto por nosotras.


Tía Helena resopló.


–No te engañes, cariño. No lo hace por nosotras. Lo hace por él mismo, y para tenerte dominada, y tú lo sabes.


Paula no respondió, sobre todo, porque pensaba que su tía tenía razón. No le cabía la menor duda de que Pedro no estaría allí si no tuviese algo que ganar.


Quería estar cerca de Dany y, de hecho, pasaba casi todas las noches en casa de tía Helena con ellas. Pedro ayudaba a dar la cena a Dany, lo bañaba y lo acostaba. Había insistido en que Paula lo enseñase a cambiarle el pañal y lo hacía casi tantas veces como ella. Jugaba con el niño en una manta en el suelo, lo paseaba, lo llevaba al parque, aunque fuese demasiado pequeño para disfrutarlo realmente.


Era todo tan natural, tan… agradable.


Pero tal y como le acababa de recordar tía Helena, no debía olvidar que todo lo que Pedro hacía, lo hacía por algo. Quería conocer a su hijo, cosa comprensible e incluso aparentemente inocente.


Pero también era posible que tuviese otros motivos.


En esos momentos, Pedro estaba utilizando la reforma y la ampliación de la panadería como excusa para estar cerca de su hijo y para ocupar su tiempo mientras Dany se echaba sus frecuentes siestas, pero ¿qué ocurriría después? ¿Qué pasaría cuando decidiese que ya conocía a Dany lo suficiente y quisiese llevárselo a Pittsburgh para que ocupase el lugar que debía ocupar en el árbol genealógico de la familia Alfonso?


¿Qué ocurriría cuando se aburriese de la ampliación de La Cabaña de Azúcar y de la vida de Summerville? ¿Y por qué se molestaba ella en hacerse esas preguntas cuando ya conocía las respuestas?


Durante las dos últimas semanas, Pedro le había recordado más que nunca al hombre del que se había enamorado. Había sido amable y generoso, dulce y divertido. Le abría las puertas para que pasase, se prestaba voluntario a recoger la mesa después de las comidas y llevaba a su hijo a dormir.


Y la tocaba. No de manera abierta ni sexual, solo un roce con los dedos de vez en cuando, en el brazo, en el dorso de la mano, en la mejilla al apartarle un mechón de pelo de la cara y metérselo detrás de la oreja.


Ella intentaba no darle demasiada importancia a aquellos pequeños gestos, pero no podía evitar que se le acelerase el corazón. Tía Helena se había quejado más de una vez de que en casa o en la panadería hacía demasiado frío, pero cuando la presencia y las constantes atenciones de Pedro hacían que a Paula le subiese la temperatura, lo único que podía hacer para luchar contra ello era poner el aire acondicionado.


Pedro empujó las puertas de la cocina y a ella estuvo a punto de caérsele la cuchara que tenía en la mano.


Volvió a subirle la temperatura, notó que se ruborizaba y que empezaba a sudar. Al menos en esa ocasión podría echarle la culpa a los hornos y al trabajo.


–Cuando tengas un minuto –le dijo Pedro–, deberías venir a ver qué opinas. La reforma está casi terminada y los obreros quieren saber si quieres que hagan algo más antes de marcharse.


–Ah –dijo ella, levantando la cabeza.


Había pasado a ver la obra un par de veces, pero no había querido molestar. 


Además, Pedro había estado tan pendiente de todo que, en realidad, su presencia y opiniones no habían sido necesarias.





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