viernes, 18 de octubre de 2019

LOS SECRETOS DE UNA MUJER: CAPITULO 60




Cuando Hernan le sugirió que dieran una vuelta por la isla, lo primero que pensó Margo fue en negarse. Le parecía que no tenía sentido seguir jugando con él, pero le costaba llevarle la contraria.


Así que habían acabado paseando solos, alejados ya de las ruinas. Siguieron un pequeño y sinuoso camino que llevaba hasta otra playa blanca. El agua era de un inimaginable color turquesa.


Hernan se quitó los zapatos y se metió en el agua, haciéndole un gesto para que hiciera lo mismo. Ella dudó un segundo antes de quitarse las sandalias y unirse a él.


Se quedaron allí, de pie y en silencio, contemplando el horizonte.


—No puede haber nada más bonito que esto —murmuró ella.


Se dio cuenta de que él se había girado para mirarla. Esperaba que Hernan no creyera que había dicho eso para que él la contradijera y halagara su belleza.


Avergonzada, se sonrojó e intentó pensar en algo que decir, pero no se le ocurría nada.


Menos aún cuando él tomó su brazo y la giró para que lo mirara a los ojos. Él la observó durante un tiempo, parecía estar intentando memorizar su cara.


—Sí que lo hay —le dijo—. Tú.


No era el tipo de mujer al que se pudiera embelesar con palabras bellas, pero Hernan consiguió que se echara a temblar.


—Paula me contó lo que te pasó cuando eras pequeña —le dijo él mientras acariciaba su rostro.


Lo dijo tan bajo que creyó no haberlo entendido. 


Pero le conquistaron sus ojos, que mostraban gran preocupación y cariño. No pudo evitar echarse a llorar.


Hernan la abrazó con fuerza. Se dio cuenta de que allí se sentía segura. Hacía tiempo que no se sentía así, desde antes del secuestro.


Él tomó su mano y caminaron hasta la sombra de unas palmeras. Allí se sentaron, pero él no soltó su mano.


Estuvieron callados bastante tiempo.


—No se cómo pudiste sobrevivir aquello —musitó Hernan más tarde.


—La esperanza me mantenía viva. Rezaba cada día para que alguien le dijera a mi padre dónde estaba. Y, un día, eso fue exactamente lo que pasó.


Él la abrazó de nuevo.


—¿Cómo puedes seguir adelante con tu vida después de algo así?


—Es que no sigues con tu vida, ésta cambia por completo. Sobre todo la de mi padre. No ha vuelto a ser el mismo.


—Creo que saber esto me ayuda a entender muchas cosas. Comprendo ahora que no quiera perderte de vista.


—Sí… Pero tengo treinta y cinco años. Esto no es saludable para ninguno de los dos. Sufrió una grave depresión y varias crisis nerviosas durante mi secuestro. Todo el mundo piensa que yo soy la víctima, pero no es así.


—Vives con una pesada carga de responsabilidad sobre tus hombros, Margo.


—Bueno, supongo que me siento un poco responsable. Sabía que no debía hablar con extraños y dejé que alguien me engañara.


—Margo, los niños no tienen culpa de nada. Los adultos son los que hacen daño.


Se apartó un poco de ella para mirarla a los ojos y observarla con detenimiento. A pesar de la belleza del paisaje, de los aromas y sonidos a su alrededor, sólo tenía ojos para él.


Hernan se inclinó y la besó. Margo pensó durante un segundo en apartarse, pero se dejó llevar. Se dio cuenta de que él le daba seguridad.


Sin dejar de besarse, se tumbaron en la arena. 


Se miraron durante mucho tiempo, las palabras no eran necesarias. Él volvió a besarla y ella supo en ese instante que podría quedarse allí y con él hasta el fin de sus días.



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