viernes, 18 de octubre de 2019

LOS SECRETOS DE UNA MUJER: CAPITULO 59




Paula se dio cuenta pronto de lo estupendo que era Luis. Vio en sus ojos que aquello era toda una aventura para el niño. Decidió que iba a disfrutar de ese día en su compañía e intentar ver el mundo a través de sus ojos.


Quería ser el tipo de persona que disfrutaba con las sorpresas, pequeñas o grandes, que la vida le daba, aceptándolas con una sonrisa en vez de pensar que eran sólo problemas.


Así veía a Luis, no como a un polizón y un problema que los haría volver a la isla de Tango esa tarde, sino como una agradable sorpresa.


Pedro tuvo que hacer dos viajes con el bote para llevarlos del Gaby a la playa. Ella fue en compañía de Luis y las hermanas Granger en el primer viaje. Saltaron a la arena de la playa con gritos de júbilo mientras Pedro volvía al barco a por el resto.


Todo permanecía en estado salvaje, nada mostraba que allí hubieran vivido personas. No había edificios ni nada parecido. Sólo una infinita playa de arena blanca y agua cristalina.


Lyle y Lily extendieron sus toallas bajo una palmera mientras Luis y ella se entretenían construyendo un castillo de arena. Acababan de terminar el foso cuando llegó Pedro con Hernan, Margo y su padre. Las hermanas Granger llamaron al profesor para que las acompañara y usara la toalla que les sobraba. En cuanto llegó a su lado, las señoras comenzaron a hacerle preguntas sobre su trabajo y sus estudiantes.


Pedro dejó el bote sobre la arena y se acercó hasta donde estaban ellos, trabajando ya en los cimientos del castillo.


—¡Vaya! ¡Es impresionante!


—¿Por qué no nos ayudas? —le sugirió ella.


—¡Va a ser enorme! —le dijo Luis con entusiasmo.


—Bueno, entonces creo que vais a necesitar un poco de ayuda.


Trabajaron durante algún tiempo sin hablar. Paula se concentró en perfeccionar el foso. Pedro y Luis preparaban las paredes del castillo.


Cuando lo terminaron, la fortaleza tenía cuatro pisos de altura y una torre como la del cuento de la princesa Rapunzel.


Luis llevó los cubos hasta el mar y comenzó a hacer viajes con agua para llenar el foso.


Ella se levantó y fue hasta unos arbustos cercanos, donde cortó algunas flores tropicales de brillantes colores.


—Como no tenemos damiselas en apuros, tendremos que sustituirlas por algunas flores que adornen el castillo —les dijo mientras colocaba una flor en cada ventana del castillo.


—El toque femenino —comentó Pedro.


Lo miró a los ojos. Hace sólo algunos días, le habría hablado con sarcasmo, pero ese tono había desaparecido por completo.


A mediodía, prepararon unas toallas bajo las palmeras y sacaron la comida de las neveras portátiles. Luis comió con el apetito del que sabía lo que era pasar hambre. Se le hizo un nudo en la garganta al ver al niño disfrutar tanto con aquello.


Cuando terminaron, guardaron lo que había sobrado en las neveras y Pedro sugirió que dieran un paseo hasta el otro lado de la isla, donde aún estaban en pie las edificaciones de piedra que habían construido los antiguos colonos.


A todos les gustó la idea, incluso al profesor Sheldon, que ofreció con caballerosidad sus brazos a las hermanas Granger. Caminaron durante media hora entre risas y bromas. Hernan contó otra de sus tontas historias de miedo y, a pesar de ser muy inocente, a Luis le asustó y buscó su mano. Anduvieron así el resto del camino y a Paula le encantó ver que alguien la necesitaba. Era una sensación nueva para ella.


Llegaron a una playa donde había una docena de cabañas de piedra. Tenían buen aspecto, sólo les faltaban los tejados.


—Es sobrecogedor —comentó ella estremeciéndose.


—¿Vivía gente aquí? —le preguntó Luis.


—Sí —repuso Pedro.


—¿Es esta la isla donde un huracán acabó con todo el mundo?


Pedro asintió. Luis corrió a una de las cabañas y tocó con sus manos las piedras que la formaban, como si quisiera comprobar que de verdad estaban allí. Hernan y Margo se acercaron a él y le dijeron algo. Hernan tomó la mano del niño y caminaron juntos por el pequeño pueblo.


Pedro y ella se sentaron en una enorme roca que parecía haber marcado la entrada de algún sitio. El sol se escondió detrás de algunas nubes y ella se quitó las gafas.


—Es horrible pensar que toda una población pudiera desaparecer así, sin más, en unos minutos.


Pedro no le contestó, se quedó callado.


—Así es la vida muchas veces. El sol brilla y todo está bien y, al minuto siguiente, ya no reconoces el mundo a tu alrededor —dijo con amargura en su voz.


—¿Estás hablando de Gaby?


Él la miró con dolor en los ojos.


—Cuando vives tu vida de una manera determinada, todo te parece normal y lógico. Cuando trabajaba tantas horas al día y no pasaba tiempo en casa, me daba la impresión de que estaba haciendo lo correcto, asegurando el futuro de mi familia. Daría cualquier cosa por poder volver atrás y cambiar las cosas, cambiar cómo era yo.


—¿Qué es lo que cambiarías?


—Lo poco que apreciaba lo que tenía —le dijo él sin dudar un segundo—. Pienso en mi hija y en que muchos días me iba de casa antes de que despertara y volvía cuando ya estaba acostada. ¿En que demonios estaba pensando? ¿Cómo podía creer que el trabajo o cualquier otra cosa podía ser más importante que ella?


Pedro


—No te cuento esto para conseguir que me hagas sentir mejor —la interrumpió él—. Metí la pata hasta el fondo y yo soy el único culpable de ello.


Quería decirle muchas cosas, pero no lo hizo. 


Sabía que Pedro no quería escucharla, que necesitaba aceptar su responsabilidad sobre lo que había pasado para poder curar sus heridas.


Pensó en su propia vida y en las decisiones que había tomado y se dio cuenta de que había llegado a una encrucijada. A un lado estaba el camino hacia su vida anterior. Al otro, se abría el camino que llevaba a una nueva vida y a una nueva Paula. Una mujer que quería dar en lugar de reclamar lo que creía pertenecerle.


Luis volvió con Hernan y Margo. Parecía estar muy feliz. Los observó y algo se encendió en su interior. Se dio cuenta de que le estaba pasando lo mismo que a Cole, no quería volver a ser la de antes. Nunca había pensado en tener niños.


Y ahora veía que quería ser el tipo de persona que pudiera conseguir que un pequeño como Luis sonriera.



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