miércoles, 16 de octubre de 2019
LOS SECRETOS DE UNA MUJER: CAPITULO 54
—Eres muy mala.
Paula se volvió y se encontró frente a Pedro, que la miraba con las manos en los bolsillos de los vaqueros y media sonrisa en la boca.
—Había que tomar medidas desesperadas…
Pedro cruzó la arena y se sentó a su lado.
—Está claro que decidiste sacar la artillería pesada.
—¿Crees que me he pasado?
—No, no. He oído que Hernan acaba de acompañar a Peyton de vuelta a su hotel.
—¿En serio? —preguntó ella sin poder ocultar una sonrisa.
—En serio —repuso él—. Intenté verte después de la cena, pero saliste disparada del restaurante.
Se pasó las manos por el pelo. Sus ojos estaban clavados en el oscuro horizonte. Aquello era muy difícil de explicar, ni ella misma lo tenía claro.
Se había sentido sola durante la cena. Todos contaban historias y reían, pero ella se había sentido fuera de lugar y triste. No sabía por qué.
Quizá fuera porque se había dado cuenta de que había aprendido a apreciar a esas personas en poco tiempo, pero sus vidas volverían a la rutina muy pronto, y su existencia, lejos del barco, estaba vacía.
—No sé qué me pasa. Supongo que he estado pensando mucho en todo lo que ha pasado hoy.
—¿Y?
Tomó un poco de arena y dejó que se escurriera entre los dedos.
—Es como si algo se hubiera encendido dentro de mí.
—¿En qué sentido?
No sabía cómo contestarle, pero supo que tenía que ser sincera con él.
—No es fácil para mí admitirlo, pero yo he sido siempre el centro de mi vida. Mis necesidades, mis deseos, mis caprichos y poco más. Pero ahora… Ahora creo que no quiero volver a esa existencia.
Él se quedó mirándola durante largos segundos.
Era difícil interpretar su expresión en la penumbra del anochecer, pero le pareció que había respeto en sus ojos. Se sentía agradecida con él, pero también la hacía sentirse culpable.
Había muchas cosas que no le había contado.
Una parte de ella quería sincerarse y comprobar si aún la miraba con el mismo respeto.
Intentó no pensar en lo que había sentido esa tarde entre sus brazos, pero no pudo evitarlo.
Había sido increíble sentir sus manos en la cara y sus bocas tocándose.
Lo estudió con detenimiento. Tenía un rostro apuesto y masculino. Su mandíbula era fuerte y marcada, su nariz recta.
Sentía algo en el pecho que le impedía respirar.
Pedro se acercó entonces a ella y la besó. Se dio cuenta de que él había estado recordando el mismo momento.
El sonido rítmico del océano los envolvía como una sensual melodía. Podía saborear la sal del mar en sus labios. Pedro se apartó después de unos minutos. La miraba con tal intensidad que su pulso se aceleró aún más.
—No esperaba encontrarte en este viaje —le dijo él.
—Yo tampoco.
Parecía uno de esos instantes cruciales en la vida. Un momento mágico en el que había que tomar una decisión. Estaba segura de que para ella no había vuelta atrás.
Pero el teléfono móvil de Pedro sonó en ese instante. Lo sacó rápidamente del bolsillo y descolgó.
—¿Diga?
Permaneció callado unos segundos, escuchando con gran intensidad.
Paula se separó para no escuchar a la persona que lo estuviera llamando y darle la necesaria privacidad.
—Quiero verlo —dijo Pedro—. ¿Puedes hacer que espere hasta que llegue allí?
Hablaron un poco más y se despidió.
Se quedó inerte, en pie, de espaldas a ella y con la vista perdida en el mar.
—¿Está todo bien? —le preguntó.
Pedro se giró hacia ella con sorpresa en sus ojos, como si se le hubiera olvidado que no estaba solo en la playa.
—Eso creo.
Ella se levantó y sacudió la arena de su vestido y sus piernas.
—Bueno, creo que debería volver ya al hotel —le comentó.
Sentía que Pedro quería estar solo.
—Muy bien. Te veo por la mañana —repuso el asintiendo.
Caminó despacio de vuelta al hotel. No sabía de qué iba la conversación telefónica que había presenciado, pero tenía algo muy claro. Si una puerta se había abierto ese día entre Pedro y ella, esa inoportuna llamada la había cerrado de un portazo. Y aún podía oír el golpe en sus oídos.
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