lunes, 19 de agosto de 2019

AMARGA VERDAD: CAPITULO 18




La vio bajar los escalones de la terraza y cruzar el césped. El vestido tenía una gran abertura frontal y, a cada paso que daba, se le veían unos tres dedos de muslo.


Aquello era de infarto. De hecho, Forbes empezó a respirar con dificultad.


Un camarero le ofreció una copa de champán. Hugo la llamó a su lado y le dijo algo que la hizo reír. Se movía entre los invitados con total naturalidad, como si hubiera nacido para codearse con la alta sociedad.


— Hola, Pedro — lo saludó sonriendo con infinita dulzura—. No he visto a Esmeralda. ¿No ha venido?


—Tenía que trabajar.


—Pero si hoy es sábado —apuntó pestañeando tontamente.


—Ya, pero es enfermera, ¿recuerdas? Ella no puede estar por ahí, como tú, haciendo lo que te da la gana. Forbes, esta es Paula Chaves, la hija que Hugo tuvo con su primera mujer.


—A mí me parece que está muy bien eso de hacer lo que a uno le da la gana —dijo Forbes agarrándola de la muñeca como un león hambriento—. Soy Forbes Maynard. Ya sabes. Prestón, Maynard, Hearst y Caine. Ya estoy viejo para seguir trabajando, me temo, pero no para reconocer una cara bonita cuando la veo.


Paula consiguió soltarse y le sonrió de tal manera que el hombre se mareó.


—Me alegro mucho de conocerlo, señor Maynard. Me encantaría quedarme hablando con usted, pero va a tener que ser en otro momento porque este nombre me debe un baile. ¿Lo recuerdas, Pedro? —añadió agarrándolo del brazo y girándose hacia la terraza.


—No —contestó él sinceramente turbado por su cercanía. ¿Cómo podía ser que, a pesar de que él era el único a quien no tenía engañado, era al que más hipnotizado tenía?


Sentía su mano, pequeña, entre sus dedos. Los rizos del recogido que llevaba le daban a él en la barbilla y percibia su perfume.


—Si no te conociera mejor, creería que me estabas evitando —le dijo Paula mientras la tenía bailando entre sus brazos.


—No sé cómo has tenido tiempo de fijarte, con todos los hombres que han estado revoloteando a tu alrededor.


— Pedro —sonrió—, cualquiera diría que estás celoso.


— Sorprendido de tu éxito, podríamos decir, pero celoso, no. ¡No seas ridicula!


La verdad era que no lo sorprendía en absoluto. Aquella mujer era bellísima, capaz de derretir a cualquier hombre.


¿Por qué se sentía tan atraído por ella cuando sabía que era lo último que debía hacer? ¿Cómo era posible que pudiera estar toda la noche con Esmeralda y fuera capaz de controlar su libido hasta que estaban solos y con Paula fuera suficiente agarrarla de la mano cinco segundos para perder el control?


Menos mal que ya había anochecido. Así, al menos, solo ella se daría cuenta de lo que le estaba pasando en la entrepierna.


Sin ser consciente de lo que hacía, la apretó contra sí. Creía que le iba a dar una patada por el atrevimiento, pero se sorprendió al ver que ella deslizaba la mano hasta su nuca y le acariciaba el pelo.


—¿Pedro? —murmuró Paula casi rozándole el cuello—. Supongo que sabrás por qué he ido a buscarte.


Pedro detectó la invitación, dulce y sencilla. 


Aunque estaba completamente excitado, le volvió a poner la mano sobre el pecho y alargó el momento.


—¿Porque querías estar a solas conmigo?


—Exactamente.


—¿Qué te parecería, entonces, que nos fuéramos a otro sitio?


—Estaba esperando que me lo propusieras. ¿Dónde quieres que vayamos?


—¿A mi apartamento? —preguntó él acariciándole el borde del escote trasero.


Aquella boca era como una rosa.


— Como quieras, pero un rincón silencioso del jardín también nos valdría —le dijo cautivándolo con su mirada—. Donde quieras, con tal de que no nos molesten.


Pedro miró a Hugo y a su madre. Natalia estaba con ellos.


—¿No temes que te echen de menos?


—No vamos a tardar —contestó apretándole la mano—. Volveremos antes de que nos hayan echado de menos.


Pedro tragó saliva. No estaba acostumbrado a una mujer tan directa. No sabía muy bien cómo reaccionar, pero se dijo que, después de todo, era hija de Genevieve Talbot.


—¿Estás segura, Paula?


— Claro que sí —contestó ella parpadeando seductora.


—¿No te vas a arrepentir después?


— Ni por asomo.


—Muy bien. Vamos —le indicó él.


La agarró fuerte de la mano y la llevó por el camino que rodeaba la casa e iba hacia su apartamento. Tal vez ella solo quisiera un revolcón, algo rápido, pero él sabía cómo prolongar el placer de una mujer.


Paula Chaves se iba a llevar la sorpresa de su vida.




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