lunes, 19 de agosto de 2019
AMARGA VERDAD: CAPITULO 19
PARA haberse mostrado esquivo siempre a la hora de hablar de su nacimiento, Pedro parecía tener prisa en aquellos momentos.
—¿Podrías ir más despacio, por favor? —dijo Paula cuando uno de sus tacones se quedó enganchado entre dos adoquines.
—¿Ya te estás arrepintiendo?
— Nunca he estado más segura de nada en mi vida —contestó viendo que ya se habían alejado suficiente. De hecho, ya casi ni se oía la música—. Aquí está bien. No nos oirán.
Pedro frunció el ceño.
— ¡Eso espero! De todas formas, prefiero ir a mi apartamento.
—Bien —dijo ella encogiéndose de hombros —, pero recuerda que no llevo zapatillas de correr.
— Perdón, no me he dado cuenta —contestó. Para su sorpresa, la agarró de la mano con amabilidad y la condujo el resto del camino como si fuera de cristal—. ¿Mejor? ¡Mucho mejor! Aquel lado caballeroso le gustaba mucho más. Le gustaba que la llevara de la mano con dulzura, como cuando, bailando, la había apretado con fuerza y aquella forma tan íntima de abrazarla. En otras circunstancias, habría
disfrutado del momento e incluso habría pensado que le gustaba algo porque una o dos veces, mientras bailaban, bueno, le había parecido que estaba un poco... ¡excitado!
¡Pero era imposible! Era obvio que no la tragaba, así que tenía que estar equivocada. La habría agarrado con fuerza para que nadie se metiera por medio.
Pedro le puso la mano en la espalda y la guió por unas escaleras hasta su apartamento. Era un lugar amplio y encantador, con vigas de madera en el techo y paredes blancas de las que colgaban bonitas acuarelas de firma. Había alfombras orientales en el suelo, sofás de cuero negro y muebles antiguos de cerezo.
—No sabía que tuvieras una vista tan estupenda del río desde aquí —apuntó Paula acercándose a los enormes ventanales sin cortinas—. Estás más cerca del agua que nosotros.
— Sí, pero a suficiente distancia como para tener intimidad.
Paula oyó que abría y cerraba un armario para luego poner música de clarinete.
—¿Quieres una copa de vino? No tengo champán frío, pero tengo de casi todo, incluido un borgoña muy bueno.
Paula se dio la vuelta y lo vio mirándola. A pesar de la música, la habitación parecía estar en silencio y aquello resultaba incómodo. Para colmo, Pedro se había quitado la chaqueta, la corbata y se había desabrochado el primer botón de la camisa. Se acordó de aquella noche en el motel, cuando se había quitado la ropa con tanta naturalidad y se preguntó si lo iba a volver a repetir.
Tragó saliva y notó que tenía la boca seca.
— Si no te importa, prefiero ir directa al grano.
Por primera vez desde que lo había conocido, lo vio completamente desconcertado. Se metió las manos en los bolsillos, se paseó por la habitación y fue hacia ella.
—Me gustan las mujeres que saben lo que quieren, Paula, te lo aseguro, pero no me hace gracia que tengas tanta prisa por hacerlo que no haya caricias y juegos antes.
—¿Cómo? ¿Has dicho caricias? —repitió ella mirándolo atónito.
— Sí —contestó él acercándose y acariciándole el tirante con un dedo—. ¿Cómo lo llamarías tú?
—Eh... eh... —se dio cuenta de que tenía la boca abierta y la cerró—. ¡No sabía que la comunicación directa tuviera que estar precedida de preliminares!
—¿Prefieres levantarte la falda y que terminemos cuanto antes? ¿No quieres que nos entretengamos seduciéndonos?
—¿Estás borracho? —le preguntó completamente anonadada apartándose de él.
Hubiera preferido estar en el jardín.
— Hubiera preferido estarlo —contestó cortándole el paso—. ¿Qué quieres exactamente de mí, Paula?
— Lo que siempre he querido... información sobre mi nacimiento. ¿Qué creías? —le preguntó estupefacta. Al ver su expresión de extrañeza tornarse diversión, recordó la conversación que habían mantenido durante la última media hora y se dio cuenta de todo—. ¿Te creías que te quería a ti?
— Se me pasó por la mente, sí, sobre todo por cómo viniste por mí.
—¿Cómo? ¡Yo no he hecho eso!
—Pues no haberme dicho «Estaba pensando que podríamos irnos de aquí, Pedro... a cualquier sitio donde no nos molesten». Comprenderás que...
—Me refería a ir a un lugar donde no nos oyeran.
—Pues la próxima vez intenta no frotarte contra mí hasta hacerme estallar. Borra esa expresión de inocencia de tu cara. Es imposible que una mujer de tu edad no sepa de lo que le estoy hablando.
— ¡No he hecho eso! ¡No tenía ni idea...! —se interrumpió y se mordió el labio. Era cierto que le había parecido que algo estaba sucediendo mientras bailaban—. A mucha gente le gusta bailar así, cerca, pero es por estilo, no por sexo.
Pedro maldijo, apagó la música y se sirvió un licor.
—Y, por curiosidad, ¿qué te hace pensar que te iba a decir esta noche lo que tantas veces me he negado a contarte?
—Natalia me dijo esta tarde que iba a intentar hablar contigo. Cuando te dije que nos fuéramos y me dijiste que sí, creí que todo estaba claro —le explicó mirándolo beberse el licor. Pedro no dijo nada—. ¿No ha hablado contigo?
—No, me ha llamado varias veces, pero no he tenido tiempo de devolverle las llamadas. De todas formas, ya te había dejado claro que no te pienso contar lo que quieres saber. No tenías derecho a pedirle a mi hermana que intercediera por ti.
—Me parece que ha llegado el momento de que sea yo quien te deje a ti unas cuantas cosas claras. Para empezar, que no eres nadie para decirme lo que tengo que hacer, no he venido hasta aquí para que me den la espalda. Estoy harta de que me digas que me olvide de algo que cualquiera vería claramente que es de mi incumbencia. No me gusta tu comportamiento. Pedro, yo no soy la mala de la película.
—Hugo, tampoco.
— Puede que no, pero, si sigues empeñado en mantener tu código de silencio, no me dejas más opción que ir a hablar con él y esta vez pienso insistir hasta que me cuente por qué me dejó cuando era pequeña, aunque sé que le duele hablar de ello.
—¿Y si no quiere?
— Me iré inmediatamente y ninguno de vosotros volverá a oír hablar de mí.
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