jueves, 8 de agosto de 2019

ENAMORADA DE MI ENEMIGO: CAPITULO 14




-SE CALDEA el idilio de Alfonso! 


La prensa había hecho su trabajo de manera admirable. No habían perdido la oportunidad de tomar fotografías de un acontecimiento casi único: Pedro Alfonso dos veces con la misma mujer.


El interés de la prensa por todos los detalles de su vida le daba asco, aunque fuese cierto que no era un santo y que los periodistas no tenían que esforzarse demasiado para escribir acerca de él.


Siempre le sacaba provecho a su reputación, no tenía ningún motivo para no hacerlo. Ganaba dinero, que era lo que sabía hacer. Eso le permitía crear fundaciones en Malawi, en memoria de su difunta madre, y apoyar causas que habían sido muy importantes para ella.


Su dinero, el éxito que había conseguido en los negocios, era el único motivo por el que su padre no lo daba completamente por perdido. 


Aunque su relación fuese tensa, ya que su padre jamás lo perdonaría por haberse marchado con ocho años con la mujer que lo había traicionado.


Y luego estaba Luciano. Pedro todavía no entendía que lo hubiese perdonado con tanta facilidad después de lo ocurrido con Marie.


Habría sido mejor que su hermano hubiese querido vengarse y hacerle daño, pero no lo había hecho. Y había ocasiones en las que Pedro pensaba que todavía tenía la obligación de resarcirlo.


Aunque eso implicaría que estaba buscando su absolución. Y eso no era posible en un hombre como él.


Los hombres como él aceptaban. Poseían. Utilizaban.


Como sabía que iba a utilizar la prensa para levantar el negocio de Paula.


Paula. La tentación.


Era mucho más de lo que había imaginado. Para él, las mujeres eran mujeres. El sexo, sexo. 


Cualquier otra manera de verlo tenía consecuencias drásticas. Pero Paula, su olor, su piel, la tentación de sus labios, lo excitaban más que ninguna otra mujer con la que hubiese estado.


Incluso más que Marie. Y el control que había permitido que esta tuviese sobre él había sido absolutamente vergonzoso.


Sabía el hombre que era cuando se dejaba llevar por las emociones. Sabía de lo que era capaz cuando dejaba que el deseo lo guiase, cuando abandonaba las formas para buscar su propia satisfacción. Y no pretendía volver a ser ese hombre nunca.


Dejó el periódico en su escritorio y observó la fotografía del balcón, con su cabeza ladeada, cerca de la curva del cuello de Paula.


Esta tenía la cabeza echada hacia atrás, los labios separados, los ojos cerrados y las largas pestañas acariciándole las mejillas. Era una mujer muy bella, de eso no cabía duda, pero había muchas otras mujeres bellas. Mujeres sin condiciones. Mujeres que no ponían a prueba su autocontrol.


Su teléfono móvil sonó y vio en la pantalla que se trataba de Karen Carson.


–¿Dígame? 


–Hola, Pedro –lo saludó está en tono coqueto.


Había visto a Karen en varias ocasiones, pero sus encuentros siempre habían sido platónicos. 


A juzgar por el tono de su voz, ella quería más.


Pensó en la posibilidad de utilizarla para dejar de pensar en Paula. Era algo que ya había hecho antes.


Había estado con muchas mujeres después de Marie, las había utilizado para borrar el efecto que había tenido en él la única mujer que le había importado.


La idea le repugnó, aunque no sabía por qué.


–¿Algún problema con los bocetos que te ha enviado Paula? 


–No, me han gustado bastante –respondió Karen en tono más profesional.


–Entonces, ¿todo sigue como planeamos? ¿La portada y la publicidad? 


–Así que también quieres la portada.


–Paula tiene mucho talento. Y quiero que ese talento se vea recompensado.


Karen se aclaró la garganta.


–Sí, ya he visto en la prensa que sabes mucho acerca de sus talentos.


Pedro se puso tenso al ver que Karen estaba celosa.


Paula tenía talento, estaba convencido.


–No soy más que un hombre –le dijo–, pero también soy un hombre de negocios. Si no pensase que estaba haciendo lo correcto, para tu revista y para ella, no lo haría.


–La verdad es que me he quedado tan impresionada con los bocetos, que estaba pensando en incluir más modelos de Paula Chaves en un especial que estamos haciendo con varios diseñadores. Sería muy buena publicidad para ella. Habíamos pensado en una sesión de fotos en la playa, pero con ropa de vestir. Muy espectacular.


–Mucho. ¿Ya tenéis pensado el lugar? 


–Hawái.


–Aburrido –dijo él–. Muy visto.


–¿Tienes una idea mejor? 


–Por supuesto.



****


–¿Tienes personal suficiente para estar fuera una semana? 


Paula se sobresaltó y tuvo que agarrarse al mostrador para no perder el equilibrio.


–Te encanta entrar sin avisar, ¿verdad? 


–No he podido localizarte.


–Hay teléfono en la tienda –le dijo ella, señalando con el dedo un teléfono antiguo.


–Precioso. ¿Funciona? 


Ella frunció el ceño e intentó sacar provechó de la frustración que estaba sintiendo. Al fin y al cabo, era mejor eso que intentar calmar su corazón.


–Por supuesto que funciona, pero tú has preferido pasarte por aquí.


–Es un lugar público, ¿no? 


Paula apretó los dientes.


–Sí. Bueno, ¿por qué no me has llamado al móvil? 


–Lo he hecho, pero me ha saltado el contestador.


–Ah.


Paula se agachó detrás del mostrador y buscó en su bolso. O tenía el teléfono apagado, o se había quedado sin batería. Estupendo. Muy profesional.


–Lo siento –añadió, dejándolo encima del mostrador.


Entonces recordó lo que Pedro le había dicho nada más entrar.


–¿Me has preguntado si podía marcharme una semana? 


–A Karen le gustaría tener tu opinión durante el reportaje fotográfico.


Quiere tu vestido para la portada y para la valla publicitaria.


Paula empezó a emocionarse. Era una oportunidad muy importante. La oportunidad de darse a conocer en todo el mundo.


–¿Quiere mi opinión? 


–Y le gustaría que llevases más vestidos, para un especial que van a hacer con el número de tu portada. Quiere vestidos de fiesta, para hacer un reportaje en la playa. Creo que está muy de moda.


–Sí –admitió ella–. Creo… creo que voy a ponerme a hiperventilar.


–No, belle, no lo hagas –le dijo él, acariciándole la mejilla con los nudillos.


Paula retrocedió y fingió que no la había tocado.


–Ya, bueno… ¿cuándo nos vamos? 


–Mañana. ¿Puedes dejarlo todo arreglado aquí? 


–Supongo que sí –respondió ella, empezando a organizarse mentalmente, porque estaba dispuesta a aprovechar aquella oportunidad al máximo.


–Bien.


–¿Vas a… quiero decir, que cómo voy a desplazarme? 


Pedro sonrió despacio, de manera muy sensual.


–Iremos en mi jet privado.


Ella arqueó las cejas.


–Qué lujo.


–La verdad es que no, es un avión pequeño.


–¿Y tú también vas a venir? 


–Por supuesto. Vamos a hacer la sesión en Malawi – le contó–. En un paisaje tropical. El agua del lago es tan clara que se pueden ver los peces en el fondo. Es el lugar más bonito del mundo.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario