viernes, 24 de mayo de 2019

DUDAS: CAPITULO 25




Al mediodía. Paula se había quitado la chaqueta del traje y había perdido el broche que sujetaba su pelo.


Pero los obreros habían quedado convencidos de que debían finalizar la obra lo antes posible, y los pintores fueron enviados a casa hasta que el electricista y los carpinteros hubieran concluido su parte. Había convencido al carpintero de que trajera más ayudantes, prometiéndole que no volvería a ver otro cheque hasta que no hubiera terminado su trabajo.


Luego, se puso a ordenar el escritorio de Pedro


En un rincón polvoriento había un archivador algo abollado, pero estaba vacío. Todas las fichas que había abierto desde su llegada a Gold Springs yacían diseminadas por la mesa.


Había grupos de papeles extendidos en el suelo y en una mesa lateral, cubierta a su vez por mapas de la zona.


Despacio, de una carpeta por vez, Paula empezó a progresar en despejar la mesa. 


Estableció su propio sistema de archivo para localizar la información, escribiéndolo todo en un papel para que el sheriff también pudiera encontrarlo.


Había una carpeta sobre la familia Chaves y otra sobre Jose, que abrió y estudió rápidamente, sin perder de vista la puerta. No contenía mucho. 


Unas pocas palabras del condado sobre su muerte y la investigación posterior.


Había una nota unida a un fax que daba la posible fecha de la liberación de Frank Martin a finales del año siguiente. Asimismo había una advertencia acerca de posibles problemas si aquel decidía volver a Gold Springs.


Paula observó la fecha. Pedro había recibido la información la semana anterior. Cerró la carpeta y la colocó con las otras.


Tenían razón. La información de que Frank Martin iba a ser liberado no sería bien recibida por la familia Chaves. Ella misma tenía sentimientos encontrados.


La puerta se abrió y se sobresaltó, sintiéndose culpable por haber leído los ficheros. Pedro y dos ayudantes entraron en la oficina mientras aún hablaban de la llamada de la tienda de artículos generales.


—Estaba asustado —comentó un hombre joven y delgado de pelo castaño corto—. Cuando el arma se disparó… ¡vaya!


Al otro hombre Paula lo reconoció de la gasolinera que había a las afueras de Gold Springs, aunque no sabía su nombre. Le daba palmadas al joven en la espalda.


—Lo llevaste muy bien. ¡No podía créelo cuando el sheriff pasó a tu lado y le pidió el arma a Ray! Hizo falta mucho… —calló y observó a Paula con ojos entrecerrados.


Pedro notó que Paula se ponía pálida. Escoltó a los dos hombres fuera de su despacho y cerró la puerta.


—¿Te encuentras bien?


Ella asintió, recuperándose.


—He estado archivando.


—Archivando —repitió él entusiasmado—. Hasta ahora parece estupendo.


—Vi la carpeta de Frank Martin —reconoció con sinceridad—. Y la fecha en que le darían la libertad condicional.


Pedro se sentó en su sillón, entrelazó los dedos y miró por la ventana sucia.


—En este despacho habrá cosas que no serán del dominio público. A los abogados de la familia Chaves se les notificará la fecha la semana próxima. Mientras tanto… —su voz cambio cuando giró para observarla—… se trata de información privilegiada.


—Lo sé —asintió con la vista clavada en la superficie del escritorio.


—No te habría querido aquí si no considerara que puedo confiar en ti, Paula —dijo con seriedad—. Personalmente sé que es algo duro para ti, pero habrá más casos. Si piensas que es pedirte demasiado…


—No —repuso con rapidez y alzó la cabeza—. Puedo sobrellevarlo. ¿Ha habido un tiroteo?


—Era Ray Morrison. En realidad no fue un tiroteo. Más bien un malentendido.


—¿Alguien confundió un arma?


—Ray intentaba probar una pistola en la tienda, y se le disparó. J.P trató de decirle que no podía hacerlo dentro, pero Ray estaba borracho y no quiso escuchar.


—De modo que te acercaste y le pediste que te la entregara —conjeturó ella.


—No había mucho más que pudiera hacer —quería que lo entendiera, que fuera capaz de vivir con ello.


Paula junto con fuerza las manos y sintió que le temblaban.


—Envié a los pintores a casa hasta que hubieran terminado los carpinteros y electricistas. Se estorbaban y…


—Paula —titubeó un instante—. Yo no soy Jose.


—No pensé que lo fueras —en ese momento no deseaba pensar qué sentía. Sólo quería que el día terminara.


—Tengo veinte años de experiencia y de constante adiestramiento. No va a pasar nada.


—Jose me contaba lo mismo cada vez que salía de casa —le clavó una mirada dolida.


No había nada más que decir. Cuando ella salió, Pedro dejó el sombrero sobre la mesa. Sólo las palabras jamás convencerían a Paula de que la vida no siempre se repetía.


Y, después de todo, ¿por qué debía convencerla? ¿Para prepararla a ella y a Manuel para volver a ser heridos? Nadie tenía el derecho de pedirle eso a otro ser humano.



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