jueves, 9 de mayo de 2019
TRAICIÓN: CAPITULO 19
Paula asintió, intentando no mostrar su decepción. Se sentía como si fuera una copa de brandy que acabara de consumir él. ¿Pero qué esperaba? ¿Que Pedro le dijera que era la única mujer para él? Por supuesto que no. Aquello era lo que era. Una aventura de una noche que no tenía que significar nada. Así que se apartó de él y sacudió la melena intentando buscar el nivel de sofisticación que sin duda la situación requería.
–Sí que lo ha sido –asintió con frialdad.
Hubo un breve silencio, durante el cual él pareció rumiar sus palabras.
–Me sorprende que Santino no intentara seguirte hasta aquí antes que yo –dijo al fin.
Paula frunció el ceño y se volvió a mirarlo.
–¿Y por qué narices iba a hacer eso? –preguntó
Él se encogió de hombros.
–He visto cuánta atención te ha dedicado en la cena.
–¿De verdad?
–Sí. Y después de tu marcha, Santino y Rachel se han ido también bastante bruscamente. Los hemos oído discutir de camino a su habitación.
–¿Y has pensado que era por mí? –preguntó ella.
–Sospecho que lo era. Han mencionado tu nombre más de una vez.
–¿Y qué? –quiso saber ella–. ¿Has pensado que yo anhelaba un hombre? ¿Cualquier hombre? ¿Que si Santino hubiera llegado antes que tú, estaría en la cama con él?
–No lo sé –él alzó la mirada hacia los ojos de ella–. ¿Estarías?
Paula deseó clavarle las uñas en la piel y desgarrársela. Quería hacerle daño, hacerle algo que imitara el dolor que sentía en su corazón. Respiró hondo, amargamente consciente de la mala opinión que tenía de ella.
Pero eso lo había sabido desde el principio, ¿no? ¿Y qué esperaba? ¿Que la creciente atracción sexual entre ellos hubiera anulado la evidente falta de respeto que sentía por ella? ¿Que admitirlo tan pronto en su cama iba a hacer que la admirara? ¡Qué estúpida había sido!
–Márchate –dijo en voz baja.
–¡Oh, Paula! –repuso él con suavidad–. No hay por qué exagerar. Me has hecho una pregunta y he contestado con sinceridad. ¿Preferirías que te mintiera?
–¡Va en serio! –replicó ella. Él hizo ademán de volver a abrazarla, pero ella saltó de la cama antes de que pudiera tocarla–. Vete de aquí –repitió.
Él se encogió de hombros. Puso los pies en el suelo y agarró sus pantalones.
–No pretendía insultarte.
–¿Ah, no? En ese caso, creo que deberías examinar bien lo que acabas de decir. Crees que no discrimino nada sexualmente, ¿verdad? ¿Que me da igual un hombre atractivo que otro?
–¿Cómo voy a saberlo? Después de todo, eres hija de tu madre. Y he tenido bastante experiencia con las mujeres para saber de lo que son capaces. Sé la falta de escrúpulos que pueden tener.
Paula se puso un camisón de algodón que colgaba en un gancho de la puerta. No se atrevió a hablar hasta que se ató el cinturón y ocultó su cuerpo desnudo a la vista de él.
–¿Por qué me has seducido cuando tienes tan mala opinión de mí?
Él se detuvo en el acto de ponerse la camisa.
–Porque te encuentro muy atractiva. Porque encendiste en mí un anhelo hace años y no ha desaparecido nunca. Quizá desaparezca ahora.
–¿Y eso es todo?
Pedro entrecerró los ojos.
–¿No es bastante?
Pero el instinto le decía a Paula que había algo más. Y ella necesitaba saberlo, aunque sospechaba que no le iba a gustar.
–Dime la verdad como has hecho antes –dijo.
Él se encogió de hombros.
–Todo empezó con que quería hacerte mía, por lo que ya te he dicho –musitó–. Pero también porque…
–¿Porque qué? Por favor, no pares ahora.
Él se abrochó los pantalones antes de alzar la visa.
–Porque mi hermano no se verá tentado por ti si sabe que yo me he acostado contigo antes.
–¿Y tú, naturalmente, te encargarías de que lo supiera?
–De ser necesario, sí.
Paula guardó un silencio incrédulo antes de decir:
–O sea, que ha sido por algo territorial, el modo de asegurarte de que tu hermano no se viera tentado, aunque no hay ninguna chispa entre Pablo y yo ni la ha habido nunca.
Pedro la miró a los ojos sin parpadear.
–Supongo que sí.
Paula se sentía mareada. Aquello era aún peor de lo que había pensado. Cerró los ojos un instante y respiró con fuerza.
–¿Te das cuenta de que tendré que irme de la isla? Después de esto, no puedo seguir trabajando para ti.
Él negó con la cabeza.
–Eso no es necesario.
–¿Ah, no? –ella rio con amargura–. ¿Cómo imaginas tú esto? ¿Conmigo siguiendo con el trabajo doméstico y tú viniendo aquí a hurtadillas a acostarte conmigo? ¿O tengo que abandonar el uniforme como en una especie de ascenso raro y cenar todas las noches con tus invitados y contigo?
–No hay necesidad de exagerar –dijo él entre dientes–. Ya pensaremos en algo.
–No hay ningún modo de arreglar algo así –dijo ella–. No permitiré que me trates de este modo y no pasaré más tiempo en compañía de un hombre que es capaz de tratarme así. Lo de esta noche ha sido un error, pero eso ya no tiene remedio. Pero no me quedaré ni un segundo más de lo necesario. Quiero irme mañana a primera hora. Antes de que se despierte la gente.
Había terminado de abrocharse la camisa y la expresión de su rostro rugoso quedaba oculta en las sombras.
–¿Eres consciente de que necesitas mi cooperación para eso? Puede que no esté dispuesto a dejarte marchar tan fácilmente. ¿Has pensado en eso?
–Me da igual lo que quieras tú, más vale que dejes que me vaya –a ella le temblaba la voz–. Porque soy buena nadadora, y si tengo que nadar hasta la isla más próxima, créeme que lo haré. O llamaré a un periódico internacional y les diré que me tienes prisionera en tu isla, e imagino que la prensa se divertiría mucho con eso. A menos que pienses confiscarme el ordenador, lo cual te recuerdo que es un delito. Vete de aquí, Pedro, y prepara uno de tus aviones para que me lleve a Inglaterra. ¿Me entiendes?
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