jueves, 9 de mayo de 2019

TRAICIÓN: CAPITULO 18




Pedro frunció el ceño y, cuando se entregó al beso que ella le había pedido, se le encogió el corazón. Aquella mujer era muy… sorprendente. 


Tan pronto una seductora fría como una chica casi tímida. Después de haberle hecho esperar más tiempo del que había tenido que esperar nunca a nadie, se mostraba dulce en su respuesta. ¿Había aprendido en las rodillas de su madre el mejor modo de cautivar a un hombre? ¿Había descubierto que tenerlos en ascuas era lo que más excitaba a los hombres que habían visto de todo, habían hecho de todo y a veces se habían aburrido en el camino?


Sentía que iba a explotar cuando la acarició y la besó y el corazón le latió con fuerza cuando se colocó encima de ella y empezó a penetrarla lentamente. ¿Y no era ridículo que casi se sintiera decepcionado por la facilidad con la que entró en su calor húmedo y resbaladizo? ¿Acaso no había fantaseado tanto tiempo con ella, que casi se había permitido albergar la ilusión de que quizá era virgen y él era el primero?


Pero esa locura no duró más que un segundo y enseguida empezó a relajarse y disfrutar de aquellas curvas suaves que eran suyas por el momento. ¡Ella estaba tan caliente! ¡Tan apretada! Le puso las manos bajo los muslos e hizo que lo abrazara con las piernas, disfrutando de los grititos de placer de ella a medida que incrementaba la penetración. La embistió cada vez más fuerte, hasta que ella no pudo soportarlo más y volvió a gritar su nombre. Y luego su cuerpo se arqueó en un arco tenso hasta que se dejó ir con un grito largo y estremecido. ¿Y no era esa la fantasía de él? No la de una mujer que ella nunca podría ser, sino la de Paula Chaves debajo de él mientras la montaba, con sus suaves muslos tensándose al llegar de nuevo al orgasmo. Esperó a que se aquietaran sus suaves gemidos y solo entonces se permitió su propio orgasmo. Y se le oprimió el corazón cuando la semilla salió caliente de su cuerpo y se recordó que aquello era lo que había querido. La conquista de una mujer que llevaba años atormentándolo. Una despedida de algo que debería haberse acabado ocho años atrás.


Después se quedó dormido y, cuando despertó, encontró sus labios rozando uno de los pechos de ella. Casi no necesitó ningún movimiento para introducirse el pezón en la boca, rozarlo con los dientes y lamerlo, hasta que ella se retorció debajo de él y, antes de que Pedro se diera cuenta de lo que ocurría, volvía a estar dentro de ella. Esa vez duró más tiempo. Como si todo ocurriera en algún tipo de sueño. 


Después se tumbó de espaldas y apoyó la cabeza de ella en su hombro, porque las mujeres eran muy sensibles al rechazo en esos momentos, y aunque pensaba decirle adiós en un futuro próximo, desde luego, no sería esa noche. Pero necesitaba pensar en lo que ocurriría luego, porque aquella situación requería niveles de diplomacia inusuales. Rozó el vientre de ella con los dedos y la sintió estremecerse.


–Bueno –susurró–. No se me ocurre ningún modo más satisfactorio de terminar una velada.



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