viernes, 26 de abril de 2019

AMORES ENREDOS Y UNA BODA: CAPITULO 17




Paula se apretó las manos. A lo largo de las últimas veinticuatro horas se había despreciado por su falta de autocontrol y la incapacidad que había demostrado en reprimir el primitivo impulso que la había arrojado a los brazos de Pedro. Aquella era su recompensa por haber abandonado sus principios por un frívolo intervalo de intenso placer.


—Tú me dijiste quién era —corrigió él—. Bien podrías decir que te hice un favor. Si yo no hubiera aparecido tan fortuitamente, ¿qué habrías hecho? Yo fui a verte para averiguar por qué sabes más sobre ciertos clientes que los propios ejecutivos. Me parecía asombroso que la ausencia de una ayudante personal pudiese inmovilizar una empresa de este tamaño. Además, ¿sabes que tienes el teléfono estropeado? —Preguntó él, quitándose una mota de polvo invisible de la impecable chaqueta—. Se me ocurrió que podría averiguar más de la persona que había sido capaz de manipular a un viejo zorro como Oliver si te seguía el juego.


Sus palabras no sonaban a disculpa ni parecía que se avergonzase de sus actos, lo que hizo que Paula sintiese cómo la rabia le sacudía todo el cuerpo.


— ¿Y averiguaste lo que querías? —preguntó con una voz algo más tranquila.


—Mucho más de lo que esperaba.


Con un bufido, Paula se puso en pie.


—Si estamos hablando de manipulación —le dijo a voces—, usted es un experto, señor Alfonso.


— ¿Así que ya sabes quién soy? Me sorprende, teniendo en cuenta que me he dejado en casa el sombrero de paja. Ya que nos conocemos tan… íntimamente, Paula, deberías llamarme Pedro.


—Dadas las circunstancias, señor Alfonso, estoy segura de que aceptará mi dimisión —dijo Paula, con una voz tan firme que no parecía salir de ella.


—En un futuro, Paula, estaré encantado. Pero tu contrato estipula que debes presentar la dimisión con seis semanas de antelación y te demandaré si no lo cumples. También me haré cargo de que no consigas un trabajo parecido al que tienes ahora. Tal vez ningún trabajo.


—No puedo trabajar contigo.


—Claro que no —observó con frialdad—. Pero trabajarás para mí. Algunos de los contratos más importantes estaban a cargo de Oliver. No hay ninguna prueba física de las campañas. No hay notas, ni archivos de ordenador —dijo Pedro, mirándola intensamente, como si ella tuviera la culpa de todo—. La confianza y lealtad de los clientes parecer estar disolviéndose rápidamente. Pero no puedo culparlos cuando no puedo encontrar un ejecutivo que sea capaz de aliviar sus temores. Tienen todo el derecho a esperar algo tangible cuando firman un compromiso financiero.


—Puedes sentarte en el escritorio de Oliver, pero yo no tengo la culpa si no eres capaz de sustituirlo —replicó ella, con una ligera sonrisa despectiva.


—Oliver y yo no nos conocíamos mucho. Él era el hermano de mi madre y ella nunca quiso sentirse atada por lazos emocionales. Podríamos decir que es una característica de la familia —observó Pedro—. Tú y ella tenéis mucho en común —comentó él con un gesto de desprecio—. No me van las muestras falsas de afecto. Pero me alegra saber que lo apreciabas mucho. Y él a ti. Ascender de oficinista a la mano derecha del jefe es un salto bastante cualitativo.


—No tengo por qué seguir escuchando tus impertinencias. Hasta ahora, me he ganado bien el sueldo.


—No tienes que intentar que aprecie lo que vales, Paula. Ya he descubierto tus méritos…


Paula se puso blanca como el papel.


—No me acosté con nadie para llegar hasta donde estoy, a pesar de lo que digan algunos.


Oliver la había entrevistado por curiosidad, según le había contado después.


Se había interesado por el descaro de la joven administrativa que solicitaba el puesto de ayudante personal de dirección. Se había hecho valer, pero no del modo en que todo el mundo pensaba.


—Es una pena que no supieras quién era cuando te metiste en mi cama.


—Para ser exactos era mi cama.


—Me imagino que, si no hubieses pensado que no tenía dinero, hubiese sido mucho más difícil meterte entre las sábanas, sean de quién sean. Debes de estar maldiciéndote pensando en todo lo que me podrías haber sacado antes. ¿Quién sabe? Puede que incluso te hubieses quedado hasta que me despertara.


Pedro se había puesto en pie y Paula sintió cómo la protección que le daba el escritorio desaparecía. Tuvo que armarse de valor para no huir ante la figura que avanzaba hacia ella.


—Eres el tipo de mujer que se entrega a cambio de favores y que manipula a los hombres hasta conseguir lo que desea, ¿verdad, Paula? Haces promesas que, en circunstancias normales, nunca cumples. Y, claro, satisfaces tus deseos físicos sólo con extraños, como lo hace una gata en celo.


— ¡Eres repugnante!


Paula estaba temblando. Resultaba demasiado obvio darse cuenta de cómo había llegado a esa conclusión y no veía cómo podía convencerle de lo contrario si no quería hacer el ridículo. 


Además, no le debía ninguna explicación.


— ¿Se cansó tu novio de que te acostases con todo el mundo para conseguir tu puesto? ¿O acaso estaba de acuerdo con tus métodos? ¿Fue tu gusto por las anónimas aventuras de una noche lo que no pudo digerir? Aunque, después de todo, no son tan anónimas, ¿verdad, Paula?


— ¡Te odio!


La voz de Paula temblaba de rabia. Pedro la estaba insultando más allá de lo que podía soportar. Se imaginaba la cara que pondría Alex si oyera que la estaba tratando de mujer fatal, dado que él la había abandonado porque no había pasado las pruebas para convertirse en su amante esposa.


—Porque sé lo que eres. Tras esa cara de sorpresa, se oculta una mujer que sólo se mueve por ambición, ¿no es verdad, Paula? Las relaciones personales vienen en segundo lugar. Incluso sacrificaste un posible matrimonio.


—Mi matrimonio y mi vida privada no te importan en absoluto.


— ¿Tuviste eso en cuenta cuando contrataste un acompañante? ¿Cuándo acabaste en una habitación de hotel para satisfacer los apetitos que no pueden saciar los hombres que podrían ser tu padre?



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