viernes, 26 de abril de 2019

AMORES ENREDOS Y UNA BODA: CAPITULO 16




Paula volvió a la oficina el martes. Mirándose de reojo en el espejo de la oficina, se alegró de ver que nada en su apariencia mostraba lo que le había sucedido durante el fin de semana.


Llevaba puesto un traje sastre negro, de los que tenía para ir a trabajar. La falda, que le llegaba hasta media pierna, era tan sencilla y poco sugerente como la camisa de seda beige que llevaba abotonada hasta el cuello. Tenía el pelo recogido en un moño muy apretado en la nuca y gafas redondas, que prefería a las lentillas para ir a la oficina.


Tras una serie de entrevistas de trabajo fallidas, había optado por un cambio de imagen. No sabía cuánto había tenido esto que ver en conseguir su actual empleo, pero le ayudaba a mantener a raya a los posibles Romeos de oficina.


La única vez en su vida en que había confiado en un hombre, éste la había defraudado. Antes del fin de semana, había estado muy segura de su habilidad para evitar que le volviera a suceder. Intentó erradicar aquellos pensamientos. La chica del traje rosa pertenecía a otro mundo y, si se esforzaba, casi podía convencerse de que no existía.


—Ha llegado el nuevo jefe.


La eficiente secretaria, con la que había tenido una relación algo tensa al principio, parecía extraordinariamente excitada. Paula podía entender que aquella mujer hubiese sentido antagonismo y sospecha ante la jovencita que había ascendido desde un trabajo de oficinista para convertirse en ayudante personal de dirección. Ahora, la relación laboral entre Maria Webs y ella era amistosa.


— ¿Cómo es? —quiso saber Paula, preguntándose cómo de desesperado estaría el paleto tras un día al mando—. ¿Crees que va a intentar ocupar el lugar de Oliver?


—Digamos que ha electrizado a todo el mundo. El espectáculo de ver a nuestros dignos ejecutivos intentando ganar puntos resulta perturbador, pero me gusta.


— ¿Quieres decir que no es un paleto con una espiga detrás de la oreja? «Eso me enseñará a no hacer juicios por anticipado», pensó con un brillo irónico en los ojos. «Debería tener más fe en Oliver».


—Deja que la señorita Chaves juzgue por sí misma. Dile que puede pasar.


Maria se dio una palmada en la frente e hizo muecas al interfono que tenía encima de la mesa. Se disculpó por señas con su amiga, que se había puesto muy pálida.


Paula sacudió la cabeza y deseó no haber abierto la boca. Las primeras impresiones eran muy importantes y hubiese preferido no empezar de esa manera. Respiró profundamente y susurró:
—Deséame buena suerte.


Luego llamó a la puerta y entró en el despacho. 


El amplio ventanal tenía una vista tan impresionante de la ciudad que llamaba a todo el mundo la atención.


Sin embargo, Paula no podía admirarla, ya que una figura de espaldas a ella parecía estar contemplando la panorámica.


De anchos hombros y con caderas estrechas medía bastante más de un metro ochenta. El traje de corte italiano realzaba su imponente físico. Paula no necesitaba que se diera la vuelta para saber que rondaba los treinta años. 


Incluso sabía el color de ojos.


El despacho pareció dar vueltas a su alrededor. 


Un sentimiento de confusión e incredulidad se cernió sobre ella. Aquello era imposible. Tenía que ser una alucinación. ¿Le había causado él una impresión tan fuerte que lo veía en todas partes?


Él se dio la vuelta y a Paula le desapareció todo el color del rostro.


—Buenos días, señorita Chaves.


La voz no era una alucinación ni tampoco la mirada fija, como de hielo.


— ¿Quién eres?


—Siéntate —le dijo él, dando la vuelta al escritorio para ponerle una silla detrás de las piernas.


— ¿No te envió la agencia de acompañantes?


—Con esa inteligencia tan abrumadora, ahora entiendo cómo has ascendido tan rápidamente.


—Me dejaste creer… creer que…


La había dejado tan en ridículo que apenas se daba cuenta de las implicaciones que todo aquello tenía. Él sabía mucho sobre ella… La había seducido a sangre fría y ella se lo había creído todo…




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