martes, 29 de enero de 2019
FINJAMOS: CAPITULO 15
Paula arrancó el coche, pensando cien cosas a la vez. No le importaba hacerle un favor a Pedro. Le encantaría hacerlo si... ¿si qué? No tenía ni idea de lo que esperaba. Los acontecimientos le estaban alterando los nervios.
Quizá la nostalgia de los dos últimos días había influido en su estado emocional, como una película antigua. La heroína está al borde de un acantilado, el viento azota su espalda, su vida está vacía y el furioso oleaje del mar la atrae. De entre la niebla aparece un guapo héroe que corre hacia ella y la toma entre sus brazos. Se miran a los ojos y el dolor se disuelve en la neblina. Él la llena de besos y le promete amor eterno. Fin.
A Paula la asustó el rumbo de sus pensamientos.
Nunca había sido romántica y se preguntó por qué en ese momento y por qué Pedro. Ninguno de los dos necesitaba que lo salvaran. Su situación laboral era bastante parecida, e incierta. Él soñaba con alcanzar el éxito, y ella tema sus propios sueños, aunque no sabía si la llevarían hacia arriba o hacia abajo.
Paula aparcó junto al restaurante y fue hacia el estudio con la carpeta. Pensó en Louise, a la que tendría que volver a llamar en un par de días. Cuando había hablado con ella, había notado el pánico de su voz. Quizá fuese el momento adecuado para plantear la disolución de la sociedad, aunque eso supusiera un gran riesgo para Paula.
Llegó al estudio, abrió la puerta y esperó al ascensor. No sabía por qué había permitido que Pedro la irritara tanto. Se sentía como una marioneta sin cuerdas. Rectificó mentalmente; Pedro era la persona que movía las cuerdas.
Se le disparó el corazón cuando salió del ascensor. Tenía la esperanza de encontrar a Pedro rápidamente. Cuando entró en la sala de prensa, lo vio en su despacho, a través del cristal. En vez de pasar entre toda la gente, volvió sobre sus pasos y llegó al despacho por la puerta exterior. Dio un golpecito y esperó.
—Adelante —dijo Pedro.
Entró y vio a Pedro tras su escritorio, sobre el que estaba sentada Patricia. La desilusión de Paula fue enorme. Él se levantó, con una cálida sonrisa en el rostro.
—Paula. Un millón de gracias. Estoy tan ocupado que odiaba la idea de volver a casa. Me has hecho un gran favor.
—Me alegra haberte podido ayudar —dijo Paula, aunque no estaba muy segura de que fuera verdad. Le entregó la carpeta y fue hacia la puerta—. Sé que estás ocupado, así que no te distraeré.
Se oyó un golpe la ventana. Un hombre le hacía señas a Patricia desde fuera del despacho. Ella miró su reloj y se bajó de la mesa.
—Perdonadme. Pero tengo trabajo que hacer —cruzó el despacho y salió. La puerta se cerró de golpe a su espalda.
—Yo me voy también —dijo Paula, con un pinchazo de recelo no deseado.
—No corras. Siéntate —dijo él, dando un golpe en la silla que había junto al escritorio.
—Pero creía que...
—Tengo un minuto.
Su mirada de admiración hizo que el corazón de Paula volviera a botar como un yo-yo. Quería preguntarle por Patricia pero, en cambio, se sentó y puso las manos sobre el regazo.
—En realidad solo puedo quedarme un minuto. He quedado con Janet Pardo y Bobby Kelly para comer. ¿Te acuerdas?
—Me acuerdo de Janet. ¿Quién es Bobby? —arrugó la frente y Paula se rió para sí al comprender que pensaba que Bobbi era un hombre.
—Roberta Kelly. La llamamos Bobbi.
—Roberta. Sí. La recuerdo —apoyó los codos en las rodillas y se inclinó hacia ella—. Escucha, Paula, yo...
—Pedro.
Paula giró la cabeza rápidamente. En el umbral había un hombre mayor de pelo gris y ojos intensos, muy bien vestido. Su presencia imponía.
—Señor Holmes —dijo Pedro, poniéndose en pie—. Me gustaría presentarle a una vieja amiga del instituto, Paula Chaves —estiró el brazo hacia Paula mientras ella se levantaba—. Te presento al dueño de la cadena, Paula.
—Gerardo Holmes —dijo él, extendiendo la mano—. Encantado de conocerte.
—Lo mismo digo. Pedro me ha hablado muy bien de usted —Paula le dio la mano con firmeza. Estudió al hombre y recordó lo qué había comentado Pedro sobre que era un hombre de familia. Un hombre que valoraba el matrimonio. Tuvo una idea alocada, que quizá ayudara a Pedro.
—¿Estás trabajando en una entrevista? —Holmes se apoyó en los talones y cruzó los brazos sobre el pecho, mirando a Pedro.
—¿Entrevista? —preguntó Pedro. Un segundo después su expresión intrigada se aclaró—. Se refiere a los anuncios del centenario. No, pero no es mala idea. Paula fue presidenta de su clase el último curso.
—Eso es material de entrevista —dijo Holmes.
Mientras escuchaba su conversación, Paula desarrolló su idea, pensando que podría beneficiar a Pedro y probablemente a ella misma. Si sus planes llegaban a buen fin, pronto tendría un negocio de catering allí. Necesitaba relaciones. Una entrevista en televisión haría que la comunidad conociera su nombre y su rostro. Causarle buena impresión a Holmes solo podía beneficiarla.
—¿Vives aquí? preguntó Holmes, sacándola de su ensimismamiento.
—No, estoy de visita. Tengo un negocio de catering en Cincinnati — tomó aliento e inició su estratagema—. Pero Pedro y yo somos... buenos amigos desde hace tiempo, y cuando me invitó a volver para celebrar el centenario... —rodeó la cintura de Pedro con un brazo y notó que él se ponía tenso— sugirió que también podíamos celebrar otras cosas por nuestra cuenta.
—Bueno, eso suena muy prometedor —Holmes sonrió. Agarró el hombro de Pedro y lo zarandeó amistosamente—. Me alegro. Me alegro mucho —hizo una pausa y se mesó la barbilla—. Pero eso no impide que te haga una entrevista, si estás dispuesta —añadió, mirando a Paula.
—Una entrevista sería agradable —replicó ella, viendo que su plan había funcionado en ambos sentidos. El rostro de Holmes se iluminó.
—Pedro, podrías preparar algo. El tema de «Chica local que triunfa», siempre funciona.
—Ya se me ocurrirá algo, señor —contestó Pedro, frotándose la nuca.
—Muy bien. Paula, espero que tengamos la oportunidad de conocernos —le guiñó un ojo a Pedro—. Quizá podríamos cenar una noche.
—Suena bien —aceptó Pedro. Holmes dirigió una mirada de complicidad a Paula y se marchó.
—Así que ese es el jefe —dijo Paula, esperando la reacción de Pedro. Él se sonrojó.
—Paula, ¿cómo has dicho eso? Ahora cree que tú y yo...
—Vamos en serio —concluyó ella—. ¿No era eso lo que querías?
—Sí, pero...
—Pero ¿qué? Ahora te considera un hombre que se plantea el matrimonio. O al menos una relación seria. Puede confiar en ti, eres estable y todas esas cosas.
—Gracias, ¿pero qué voy a hacer cuando te vayas y no vuelvas?
—Simulemos, Pedro —había esperado que Pedro estuviera encantado, pero su pánico le hizo pensar que había cometido un error—. Vayamos paso a paso.
—¿Paso a paso? Así es como empieza una relación, ¿no?
—Lo siento, Pedro. Solo quería ayudar —dijo ella, sin entender su comentario y suponiendo que él pensaba que se había excedido.
—No lo sientas —una sonrisa maliciosa iluminó su rostro—. Cuanto más lo pienso, más me gusta la idea. Claro. Por qué no simular... —se acercó a ella y rodeó sus hombros con un brazo.
—No te entusiasmes —dijo ella, apartándose.
—Cuidado, Paula. Holmes podría estar observándonos —señaló la ventana con la cabeza.
Paula miró la sala de prensa a través del cristal, pero Holmes no estaba a la vista. Era otro jueguecito de Pedro. Lo miró con el ceño fruncido. Pedro alzó la mano y le acarició la mejilla.
—Te agradezco lo que has hecho. Pensabas en mi ascenso.
—Sí, y eso es todo —le apartó la mano, inquieta—. No te excedas.
—Tú haces que me exceda. No puedo evitarlo.
Paula se preguntó si seguía jugando con ella, como en los viejos tiempos. Quizá solo pretendía burlarse, y provocarla. Sus ojos se encontraron y, nerviosa, apartó la vista.
—Tengo que irme. Las chicas me esperan.
—¿Chicas? Han pasado diez años. Todas sois mujeres —dijo él expresivamente. Agarró su mano y tiró de ella—; ¿No hay beso de despedida?
—¿De qué hablas? —musitó ella.
—Tú empezaste esto. Ahora somos una pareja, ¿recuerdas? Y, como dijiste tú misma, tenemos cosas que celebrar.
—Te hice un favor, nada más —fue hacia la puerta aunque él la atraía como la luz a una polilla. Su idea se había vuelto contra ella.
—Como dije, Holmes podría estar mirando —dijo Pedro poniendo las manos en sus hombros.
Posó la boca en la suya y, como en sueños, ella alzó los brazos y rodeó su cuello. Sus labios la acariciaron como la lluvia de primavera, suaves y refrescantes, pero Paula oyó truenos y sintió que una descarga eléctrica, como un rayo, recorría su cuerpo.
Un segundo después, Pedro se apartó y Paula, sin mirarlo a la cara, huyó de sus brazos y fue hacia la puerta, luchando contra el deseo de volver por más de lo mismo.
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