miércoles, 23 de enero de 2019

AL CAER LA NOCHE: CAPITULO 68




La puerta de la casa de Paula estaba abierta de par en par cuando Pedro llegó, y la mesa del vestíbulo estaba boca arriba. Había fragmentos de cristal por el suelo.


La adrenalina corrió por las venas de Pedro, como el agua a través de las compuertas abiertas de una presa. Pedro corrió al interior de la casa y buscó por todos los rincones.


La casa estaba vacía.


Paula había desaparecido y no sabía dónde buscarla. Corrió de nuevo al salón y se detuvo frente a la chimenea. Se sentía como si alguien hubiera hundido el puño en su pecho y le hubiera arrancado el corazón.


Era lo mismo que había sentido cuando había vuelto a casa del trabajo y había descubierto el cadáver de Natalia en el suelo, con una bala atravesándole la cabeza. No esperaba volver a sentir nunca tanto dolor. Pero se equivocaba.


La noche anterior, cuando estaba hablando de Natalia, había comprendido que quería profundamente a Paula. Pero en aquel momento no era consciente de la intensidad de sus sentimientos. Sin embargo, en aquel instante, de pie en el mismo lugar en el que habían hecho el amor la primera noche y sabiendo que Paula estaba a merced de un loco, fue consciente de que no quería vivir sin ella.


Tenía que encontrarla. Tenía que haber una pista. Siempre la había. Y buscarla hasta encontrarla.


Con firme determinación, entró en el estudio de Paula y encendió el ordenador. Revisó todos sus mensajes de correo para buscar el de su acosador. Lo leyó lentamente, aunque el corazón continuaba latiéndole violentamente en el pecho.


«Hola, Daphne:
Estoy pensando en ti, aunque no me gustó que ayer pasaras la noche con Pedro Alfonso. Esperaba que fueras sólo para mí. Pero en realidad, no me conoces todavía. Pronto lo harás. Y descubrirás lo mucho que tenemos en común. Mucho más de lo que tienes con Pedro. Él no ha sufrido tanto como nosotros. Pero lo hará.
Cuídate, Daphne. El destino nos unirá.»


Pedro imprimió el mensaje y lo levó otra vez.


Aquél era el asesino en serie que buscaban y no Joaquin. Joaquin era un hombre mezquino y grosero. Pero no era como ese tipo. Ese tipo era un depravado.


Pedro releyó el mensaje. Era extraño, pero se sentía arrastrado hacia las escaleras, como si hubiera algo allí que necesitara ver. O quizá sólo fuera, que sabía que aquélla era la parte de la casa preferida de Paula.


Con la copia en la mano, subió las escaleras. Se sentó en el sofá e intentó descifrar el mensaje.


Era obvio que aquel hombre estaba molesto porque Paula había estado con él. 


Específicamente con él, no con ningún otro hombre.


Y hablaba de algo que Paula y él tenían en común. ¿Sería un periodista? Pero eso no tenía nada que ver con el sufrimiento. Y aquel tipo parecía deleitarse en llamar a Paula Daphne.
Pedro alzó la mirada de la nota y la fijó en el retrato de Frederick Lee Billingham.


—Tú has visto a mucha gente subir y bajar por estas escaleras durante años, Frederick. Has visto a montones de madres dando a luz y cuidando a sus hijos. Dime lo que sabes, estás aquí todas las noches. Seguro que conoces muy bien a Paula.


Frederick continuaba mirándolo desde su retrato, y parecía estar suplicándole con la mirada que averiguara lo que estaba pasando. 


Las madres amamantaban a sus hijos. Y probablemente muchas lo habían hecho en aquella casa. Pero eso era algo de lo que Paula no había podido disfrutar. Su madre la había dejado en un cubo de basura. ¿Sería también huérfano aquel lunático?


Era posible, sí. Por lo menos eso podía tener relación con el sufrimiento del que le hablaba a Paula. Y también con el hecho de que utilizara el nombre que le habían puesto a Paula en el orfanato. Quizá hubieran vivido en el mismo orfanato. Sí, quizá ese fuera el vínculo que había entre ellos.


Pero obviamente, no podía ser en El Hogar para Niñas Grace. Quizá fuera en Meyers Bickham.


Meyers Bickham, el orfanato que parecía salido directamente del infierno. Eso era lo que había dicho RJ. de aquel lugar. Él lo había odiado con toda su pasión, y había odiado a Pedro, porque él había vivido en un hogar que RJ. pensaba debería haber sido el suyo. Por miserable que fuera.


RJ. Blocker. En libertad. Un hombre sin conciencia. ¿Pero suficientemente peligroso como para matar a alguien inocente?


La respuesta a aquella pregunta era un sí.


A ello había que añadir el hecho de que el odio que RJ. sentía por Pedro, debía haberse hecho más fuerte en prisión.


Tanto las pruebas como su intuición señalaban a RJ. Una combinación que casi nunca fallaba.


En ese momento RJ. tenía a Paula en su poder. Pedro salió de la casa con una sola cosa en mente: Tenía que encontrar a la mujer que amaba antes de que fuera demasiado tarde.




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