miércoles, 23 de enero de 2019

AL CAER LA NOCHE: CAPITULO 67




Paula se despertó muy lentamente, con la visión borrosa. En su mente fluían recuerdos extraños. 


Era pequeña y estaba jugando con sus amigas en un sótano frío y oscuro. Se había dormido, y aquella era la pesadilla de siempre, pero nunca la había recordado tan claramente.


Intentó concentrarse en aquella parte de su pasado. No en las escaleras oscuras ni en el llanto del bebé. Sino en las partes buenas. 


Como en el hecho de estar con sus amigas.


—No tardaré.


La voz de Ron irrumpió en la oscura niebla que poblaba su mente y recordó que se encontraba en una nueva pesadilla. Intentó sentarse, pero no podía moverse. Tenía las manos y los pies atados. La cuerda le arañaba la piel. Llevaba el vestido rojo, aunque no recordaba habérselo puesto. De hecho, lo último que recordaba era el golpe en la cabeza.


Debía haber perdido el conocimiento. Y seguramente Ron la había vestido. La había tocado. El estómago se le revolvió al pensar en ello.


Pero no podía entregarse al miedo. Tenía que utilizar toda su energía física y mental para escapar. ¿Pero dónde estaba? Miró a su alrededor. Lo único que podía ver con claridad era la cabeza de Ron. Y las paredes.


Una camioneta. Estaba en el interior de una camioneta. Y viajando a toda velocidad.


—Paula… —Había alguien con ella—. Paula, soy yo, Tamara.


—Cerrad la boca o hablad de manera que pueda oíros. No me gustan los susurros.


—¿Tamara Mitchell?


—Sí. ¿Quién es ese hombre, Paula? ¿Y adónde nos lleva?


—Trabaja en el periódico —y nada de aquello tenía sentido—. ¿Cómo has llegado a mezclarte con él?


Paula mantenía la voz baja, a pesar de las órdenes de Ron.


—Entró en mi dormitorio cuando estaba dormida. Me amenazó con un cuchillo. Me dijo que me cortaría el cuello si gritaba. De hecho, me cortó un poco. Sentí la sangre rodando por mi cuello y luego me dio un golpe en la cabeza con algo que parecía un martillo.


—Probablemente con la misma pistola con la que me golpeó a mí —susurró Paula en respuesta—. Oye, ¿habías visto a Ron por el Catfish Shack?


—No. No lo había visto nunca, pero va a matarme.


Tamara comenzó a llorar.


—No te matará.


—Sí, lo hará. Va a matarme porque ha leído lo que escribiste sobre mí y dice que soy una fulana. Pero no es verdad.


—No, y yo tampoco he dicho nunca que lo fueras, Tamara. Este hombre tiene una mente perversa y degenerada.


Y no iba a permitir que acabara con ellas. No, ella era una superviviente. Pedro se lo había dicho. Y no podía renunciar, sobretodo en un momento en el que tenía tantas cosas por las que vivir. Por primera vez en su vida, amaba a alguien que la amaba. A una persona valiente, fuerte y buena. Y sabía que si tuviera la forma de hacerle saber dónde estaban, Pedro haría cualquier cosa para detener a Ron.


Pero Pedro no estaba allí. Y tendría que arreglárselas sola.


La cabeza le latía dolorosamente. Le costaba respirar e incluso le resultaba difícil tragar saliva. Se humedeció los labios resecos con la lengua y se obligó a interactuar con aquel monstruo.


—¿Adónde nos llevas, Ron?


—A nuestra casa. Tenemos que estar juntos, Daphne, tú y yo.


—Y estamos juntos. Por eso no entiendo por qué me has dejado atada en la parte de atrás de la camioneta.


—Porque lo estropeaste todo cuando empezaste a acostarte con Pedro Alfonso.


Paula tenía que obligarlo a seguir hablando. Era la mejor forma de saber lo que se proponía.


—Yo no quería acostarme con él, Ron. Me obligó. Es a ti a quien he deseado durante todo este tiempo. Sólo a ti.


Sus propias palabras le producían náuseas, pero tenía que luchar para conservar la vida. La suya y la de Tamara. Y estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para poder volver a encontrarse en los brazos de Pedro.


Cualquier cosa. El miedo y la repugnancia crecían en su interior y las lágrimas poblaban sus ojos.


«Oh, Pedro. Te quiero tanto… Espero que lo sepas. Espero que no lo olvides nunca»




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