domingo, 29 de diciembre de 2019

OSCURA SEDUCCIÓN: CAPITULO 50





PAULA ESTABA acurrucada junto a su bebé en el césped del jardín. Soñaba que Pedro había regresado buscándola.


«Te amo, Paula. Quiero ser tu marido. Quiero darte un hogar.»


Algo le sacudió el hombro, pero ella no quería despertarse, no quería que aquel sueño terminara.


–¡Paula!


Ella abrió los ojos lentamente y vio el hermoso rostro de Pedro al amanecer.


–¿Pedro? –murmuró, confusa por el parecido entre sueño y realidad.


–Amor mío...


Pedro se puso de rodillas, abrazó tembloroso a Paula, la besó y luego besó a Rosario. La pequeña se despertó y rompió a llorar. Él las abrazó con más fuerza, como si no quisiera separarse nunca de ellas. Cuando se retiró ligeramente, tenía lágrimas en los ojos.


–¿Qué ocurre, Pedro? –preguntó Paula alarmada.


El sacudió la cabeza riendo al verla tan preocupada y se enjugó las lágrimas.


–He sido un tonto –admitió con voz ronca–. Casi te pierdo. Durante unos minutos he creído que así era. Y todo por mi estúpido orgullo. Tenías razón, Paula, he sido un cobarde... Temía amarte.


Paula sintió que se le aceleraba el corazón. 


Acarició la mejilla de él.


–Estás manchado de hollín.


–Eso después. Ahora voy a sacaros de aquí.


Agarró a Rosario con uno de sus fuertes brazos y tomó a Paula de la mano. Qué sensación tan agradable, pensó ella y atravesó la rosaleda con él sin apartar la mirada de su apuesto rostro. 


Temía que, si lo hacía, aquel sueño terminaría.


Entonces vio el coche de bomberos aparcado en el camino y a los bomberos combatiendo un incendio en el interior del castillo. La señora O'Keefe y Felicitas paseaban en círculos llenas de ansiedad. Cuando les vieron llegar, se acercaron corriendo a ellos llorando de alegría. Pasaron varios minutos antes de que las dos mujeres se aseguraran de que Paula y Rosario estaban bien.


Paula contempló horrorizada el humo que todavía salía del castillo.


–Se ha originado en la habitación del bebé –explicó Pedro sin apartarse de ella–. He hablado con uno de los bomberos. Creen que se ha debido a algún problema con la instalación eléctrica.


–La instalación... –repitió Paula medio atontada y sacudió la cabeza–. Felicitas me dijo que había un problema. Yo no debería haber...


–Ha sido un accidente. No podías saberlo.


–Estábamos en esa habitación –susurró ella–. Pero ni Rosario ni yo lográbamos dormir, hacía un calor asfixiante. Así que agarré la sábana y nos tumbamos al fresco.


Miró a Pedro.


–Te echaba de menos. Creí que en el jardín podría fingir... Pedro, has regresado por nosotras.


El inspiró hondo y le sujetó la mano con fuerza.


–He sido un tonto al dejarte marchar. No volveré a hacerlo nunca. Tú eres mi hogar, Paula –dijo él con el rostro bañado en lágrimas–. Te amo. Me adentraría en las profundidades del infierno por ti. Pasaré el resto de mi vida intentando recuperar tu amor...


Ella ahogó un sollozo.


–Ya lo tienes. Oh, Pedro...


Con Rosario todavía en un brazo, Pedro atrajo a Paula con el otro y la besó. Fue un beso tan dulce y auténtico que ella supo que duraría para siempre.


El la amaba y ella lo amaba a él.


Por fin habían encontrado su hogar.




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