viernes, 13 de diciembre de 2019

OSCURA SEDUCCIÓN: CAPITULO 5




La puja continuó ascendiendo lentamente y Paula se fue sonrojando cada vez más. Pero cuanto más humillada se sentía, más entera se mostraba. Aquello era una manera de conseguir dinero para el parque de su hermana, lo único que le quedaba en la vida en lo que todavía creía. Sonreiría y bailaría con quien realizara la mayor puja, independientemente de quién fuera. Le reiría las bromas y sería encantadora aunque eso la destrozara...


–Un millón de dólares –intervino una voz grave.


Un susurro de sorpresa recorrió la sala.


Paula se giró y ahogó un grito. ¡Era el desconocido! 


Los ojos de él la abrasaban.


«No», pensó ella con desesperación. Apenas se había repuesto de estar en sus brazos. No podía volver a acercarse tanto a él, ¡no, cuando rozarle le abrasaba el cuerpo y el alma!


El maestro de ceremonias entornó los ojos para comprobar quién había lanzado una puja tan descabellada. Al ver al hombre, tragó saliva.


–¡De acuerdo! ¡Un millón de dólares! ¿Alguien da más? Un millón a la una...


Paula miró desesperada a los hombres que habían peleado por ella momentos antes. Pero los hombres se veían superados. Andres Oppenheimer apretaba mandíbula furioso.


–Un millón a las dos...


¿Por qué nadie decía nada? O el precio era demasiado alto, o... ¿era posible que temieran desafiar a aquel hombre? ¿Quién era? Ella nunca le había visto antes de aquella noche. ¿Cómo era posible que un hombre tan rico se colara en su fiesta en Nueva York y ella no tuviera ni idea de quién se trataba?


–¡Vendido! Abrirá el baile con la condesa por un millón de dólares. Caballero, venga por su premio.


El desconocido clavó sus ojos oscuros en los de ella conforme atravesaba el salón. Los otros hombres que habían pujado se apartaron, silenciosos, a su paso. Mucho más alto y corpulento que los demás, él destilaba poderío.


Pero Paula no iba a permitir que ningún hombre la acosara.


Independientemente de lo que ella sintiera en su interior, no mostraría su debilidad. Era evidente que él creía que ella era una cazafortunas y que podía comprarla.


«Serás mía, condesa. Me desearás como yo te deseo».


Ella le desengañaría muy rápido de esa idea. 


Elevó la barbilla al verlo acercarse.


–No crea que me tiene –le dijo desdeñosamente–. Usted ha comprado bailar conmigo durante tres minutos, nada más.


A modo de respuesta, él la levantó en sus fuertes brazos. El contacto fue tan intenso y perturbador que ella ahogó un grito. El la miró mientras la conducía a la pista de baile.


–Te tengo ahora –afirmó él esbozando una sonrisa con su sensual boca–. Esto sólo es el comienzo.




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