viernes, 20 de diciembre de 2019
OSCURA SEDUCCIÓN: CAPITULO 28
Paula le oyó hablar con Sara, quien sin duda habría seguido su conversación con detalle. Paula se ruborizó. ¡Seguramente había oído que Pedro la había besado!
Oyó que él empleaba su voz más seductora.
–Sara, ¿cuánto dinero necesita tu jefa para terminar el parque Olivia Hawthorne?
–Unos veinte millones –respondió la joven cautelosamente–. Diez para crear los jardines y otros diez como capital para el mantenimiento futuro al que nos hemos comprometido.
–Me gustaría mucho ver el parque –anunció Pedro–. Si alguien me lo enseñara, estaría deseando donar veinte millones de dólares para cubrir todos los gastos. Por el bien de la infancia de Nueva York.
Paula sintió los ojos de él sobre ella y se ruborizó.
Él continuó suavemente:
–Sólo necesito a alguien que me enseñe lo que estoy sufragando. Y tal vez que coma conmigo. Veinte millones de dólares por comer y un paseo. ¿Te parece un buen trato, Sara?
La joven casi se cayó de su asiento.
–Voy por mi abrigo –farfulló la chica–. Se lo enseñaré todo, señor Alfonso. Le serviré personalmente la comida. Incluso si me ocupa toda la noche... todo el día, quiero decir.
De pronto Paula explotó de irritación aunque no sabía exactamente por qué.
Permitir que Sara acompañara a Pedro en su lugar habría sido la solución perfecta a la evidente manipulación de él. Aun así, no podía permitirlo.
Y no porque tuviera celos, se dijo a sí misma.
Tan sólo quería asegurarse de que él pagaba los veinte millones de dólares.
–Gracias, Sara, ya me ocupo yo –anunció Paula agarrando su abrigo y su bolso y sonriendo forzadamente a Pedro–. Estaré encantada de enseñarte el parque.
–Me halagas.
–Por veinte millones de dólares comería hasta con el diablo.
Mientras Sara suspiraba, obviamente decepcionada, Pedro dirigió una sonrisa posesiva a Paula y ella supo que él se había salido con la suya.
–No voy a convertirme en tu amante, Pedro –susurró ella cuando salieron del edificio–. Te daré una vuelta por el parque. Incluso te invitaré a comer. Pero para mí no eres más que un montón de dinero. Te miro y veo columpios y juegos para niños, nada más.
–Aprecio tu sinceridad –dijo él y le hizo detenerse–. Déjame devolverte el favor.
Sonrió y se frotó la nuca de abundante cabello negro. Ella recordaba su tacto sedoso la noche anterior cuando él había hundido su cabeza entre sus piernas.
Se ruborizó.
El la miró. Entonces ella no vio a los transeúntes, ni oyó el claxon de los coches que pasaban. No vio más que el hermoso rostro de él.
Empezaba a nevar.
–Tengo todo lo que siempre he deseado –comenzó él–: dinero, poder, libertad. He conseguido todo lo que un hombre podría desear. Excepto una cosa. Un sueño que no cesa de escaparse entre mis dedos. Y esta vez no voy a permitir que se me escape.
–¿El qué? –susurró ella.
–¿No lo sabes?
Tomó el rostro de ella entre sus manos y la miró con tal intensidad que casi le partió el corazón.
–Tú, Paula.
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