miércoles, 18 de diciembre de 2019

OSCURA SEDUCCIÓN: CAPITULO 22



Para su sorpresa, Pedro los dejó marchar. Pero ella acababa de recuperar el aliento en el banquete celebrado en el hotel Cavanaugh cuando vio que él la observaba desde el otro extremo del salón de baile. El mismo salón de baile decorado con las mismas luces blancas, aunque al ser Navidad la decoración consistía en poinsettias rojas y árboles de Navidad. Ella tomó a Andres de la mano cuando los recién casados hicieron su entrada en la sala; se sentó con él durante la cena; le apretó la mano suavemente cuando Emilia y Nicolas compartieron su primer baile como marido y mujer.


Y lo único en lo que Paula pudo pensar durante todo el tiempo fue en la anterior vez que había estado en aquel salón de baile. El hombre que la había besado... y que estaba de nuevo allí.


«No debería agarrarme a Andres así», se regañó. No, cuando no podía dejar de pensar en el peligroso hombre que no dejaba de mirarla. El hombre a quien ella odiaba.


El hombre a quien deseaba desesperadamente.


–¿Bailamos? –le invitó Andres.


Paula casi dio un respingo. A pesar de que tenía agarrada su mano, casi se había olvidado de que Andres se hallaba a su lado. Temiendo que su voz la delataría, asintió y se dejó conducir por él a la pista de baile.


En todo momento sintió que Pedro la miraba. 


Que la deseaba. Que pretendía poseerla.


La orquesta comenzó a tocar una nueva canción y a Paula le dio un vuelco el corazón al reconocer el comienzo de At Last, la misma canción que Pedro y ella habían bailado juntos durante el baile benéfico. La canción que sonaba cuando Pedro la había besado delante de todo el mundo.


¿Cuántos hombres habrían sido tan descarados y tan implacables de desear a una mujer y besarla sin más?


Sintió a Pedro comiéndosela con la mirada desde el borde de la pista y supo que él también estaba recordando. Se ruborizó. Y se detuvo en mitad del resto de parejas danzantes.


–¿Qué ocurre, Paula? –preguntó Andres preocupado–. No tienes buen aspecto.


Ella se apartó. Todo era muy confuso.


–Tan sólo me siento un poco mareada –susurró ella tiritando–. Necesito un poco de aire.


–Iré contigo.


–No, gracias. Necesito un minuto... a solas.


Se giró y echó a correr, desesperada por alejarse de aquel salón y del hotel lo suficiente para poder oxigenarse un poco. Necesitaba que el aire helado enfriara sus ardientes mejillas y congelara su enardecido corazón hasta como estaba antes de que Pedro regresara a Nueva York.


Pero sólo había recorrido medio pasillo cuando Pedro la alcanzó, la metió en un armario de la limpieza y cerró la puerta de un portazo, aislándolos del mundo en la oscuridad.


Pedro, no podemos... –dijo ella entrecortadamente.


–¿Te has acostado con él? –inquirió él secamente.


–¿Con quién?


–Con ese hombre –respondió él con dureza–. Y con todos los otros que babean por ti. ¿Con cuántos hombres te has acostado desde que te dejé?


Ella se puso rígida.


–Eso no es asunto tuyo.


–¡Respóndeme! –le exigió él agarrándola por los hombros hasta hacerle daño– ¿Te has entregado a algún otro hombre?


–¡No! –gritó ella intentando soltarse–. Pero desearía haberlo hecho. Desearía haberme acostado con un centenar de hombres para borrar el recuerdo de tus caricias sobre mi cuerpo.


Él la atrajo hacia sí y la besó, duro e implacable. 


Sus manos se deslizaron por el vestido de seda de ella, acariciándole la espalda al tiempo que apretaba sus senos contra el pecho de él.


A ella le cosquilleó la piel donde él la rozaba. Y se le escapó un suave gemido conforme se derretía en brazos de él.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario