miércoles, 2 de octubre de 2019
LOS SECRETOS DE UNA MUJER: CAPITULO 7
Desde un extremo de la cubierta, Pedro observaba a la encantadora señorita Chaves intentando doblar una de las lonas. Era la primera tarea que le encargaba.
Lo podía haber hecho él mismo. No tenía por que pedirle que subiera desde su camarote para hacerlo, pero tenía la esperanza de que cambiara de opinión y se fuera de allí antes de que llegara el resto de los pasajeros. Tenía un mal presentimiento con esa mujer y no sabía muy bien por qué.
Y, para colmo de males, Hernan estaba entusiasmado desde que la viera llegar al barco y parecía decidido a emparejarlos. Tenía la convicción de que Dios se había apiadado de él y de su célibe existencia y le había enviado a esa mujer. Según Hernan, una mujer a la que ningún hombre podría resistirse.
La brisa levantó parte de la lona y a la mujer se le escapó el extremo que sujetaba a duras penas. Su jersey azul marino empezaba a pegarse a sus brazos y hombros. Desde allí podía ver cómo sudaba, cómo le brillaba la frente con el esfuerzo. Algunos mechones de pelo se habían escapado del prendedor que sujetaba su pelo.
Cruzó la cubierta y agarró un extremo de la lona.
Miró su jersey. Empezaba a pegarse peligrosamente a alguna de sus curvas.
—Por cierto, los colores oscuros no son buenos para este clima, absorben mejor el calor del sol—le aconsejó.
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