jueves, 17 de octubre de 2019
LOS SECRETOS DE UNA MUJER: CAPITULO 57
Paula se despertó a la mañana siguiente y vio que Pedro ya no estaba allí.
No pudo evitar sentir un vacío en su interior y se preguntó si habría sido un error invitarlo a su cama, aunque todo había sido muy inocente y no habían hecho otra cosa que dormir juntos.
A ella siempre le costaba conciliar el sueño, por muy cansada que estuviera, pero esa noche había sido distinta. Recordaba haber apoyado la cabeza en su hombro y cerrado los ojos. Su siguiente recuerdo era el de esa misma mañana, cuando se había despertado y visto que él ya no estaba a su lado.
Se dio cuenta de lo inevitable. Iba a volver a casa con el corazón roto, pero al menos había descubierto que podía sentir muchas cosas, que su corazón estaba vivo.
Fue hasta el baño para darse una ducha, pensó que el agua la ayudaría a aclarar sus ideas.
Después llamó a Margo y quedaron para desayunar juntas. Estaba radiante cuando la vio en el restaurante.
—¿Cómo terminó la velada? —le preguntó nada más verla.
—Di un agradable paseo por la playa con uno de los tipos que trabaja en el equipo de Peyton.
Paula la miró sorprendida.
—Pensé que Hernan y tú habríais pasado algún tiempo juntos después de la cena.
—Creo que eso quería él. Acompañó a Peyton al hotel para librarse de ella.
—Entonces, ¿por qué no…?
—No lo sé, Paula. Si tengo que fingir ser quien no soy para que Hernan se fije en mí, sólo voy a conseguir tener algo temporal con él y, la verdad, no me parece que tenga sentido.
—Pero, Margo, anoche no eras otra persona. Eras tú. Podemos tener distintas versiones de nosotras mismas sin que cambie nuestra personalidad.
—Cuando termine este viaje, voy a volver a ser Margo Sheldon, profesora de Física Cuántica, y Hernan volverá a ser Hernan, el mujeriego y divertido millonario.
Paula quería llevarle la contraria, pero no se veía con fuerzas. Temía que Margo acabara teniendo razón y no quería influirla demasiado y que acabaran rompiéndole el corazón.
Levantó la vista y vio entonces a Hernan y a Pedro a la puerta del restaurante. El corazón le dio un vuelco y se dio cuenta de que Margo estaba siendo mucho más práctica que ella y que debía seguir su ejemplo.
Pero sus ojos se cruzaron con los de Pedro y se olvidó de todas sus buenas intenciones. Hernan las saludó con la mano, parecía más inseguro que nunca. Era raro verlo así, no iba con su personalidad.
Se acercaron a su mesa y no pudo evitar saltar un poco cuando Pedro colocó la mano en su hombro.
—Buenos días —les dijo.
—Hola —repuso ella—. ¿Habéis desayunado ya?
—No.
—Pues, sentaos, por favor.
—Estoy muerto de hambre —confesó Hernan mientras se sentaba al lado de Margo.
—Las tostadas con miel son deliciosas —contestó ella sin mirarlo a los ojos.
—Buena idea —repuso Hernan mientras llamaba a la camarera.
Pedro sólo pidió un café.
—¿Sólo café? —le preguntó extrañado su amigo.
—No tengo demasiado apetito esta mañana.
—Eso sí que es raro —repuso Hernan—. ¿Pasa algo malo?
—No, pero no tengo apetito, eso es todo. Por cierto, tendré el barco listo hacia las once.
—¿Está todo arreglado? —preguntó Paula.
—Sí. El mecánico me llamó esta mañana para decirme que todo está bien.
—¿Adónde vamos a ir hoy? —le preguntó Margo.
—He pensado que estaría bien acercarnos a conocer una isla desierta que hay a una hora de aquí.
—¿Para qué vamos a una isla donde no vive nadie? ¿Qué sentido tiene? —preguntó Hernan.
—Unos cuantos colonos se instalaron en la isla a principios del siglo XX —les dijo Pedro—. Hubo un huracán tremendo y una ola gigante inundó el pueblo y arrastró a toda la población.
—¡Que horror! —exclamó Paula.
—Como te decía… ¿Por qué vamos a esa isla? —insistió Hernan.
—Es un sitio precioso y lleno de paz —contestó Pedro.
—Y un poco fúnebre, ¿no? —agregó su amigo.
—Yo creo que suena fascinante —comentó Margo—. Me encantaría ir.
—¿Y a ti? —le preguntó Pedro.
Ella se quedó mirándolo unos instantes. Creía ver algo distinto en sus ojos y estaba segura de que esa isla desierta tenía algo que ver con ello.
—Claro, me gustaría verla —repuso.
Pedro tomó otro sorbo de su café, asintió y se puso en pie.
—Bueno, ¿podéis aseguraros de que todo el mundo conoce los planes para hoy? Debéis estar a las diez y media en el muelle.
—Muy bien —contestaron ellos.
Hernan sacudió la cabeza en cuanto Pedro salió del restaurante.
—No sé por qué, pero me da la sensación de que esa excursión va a ser como un episodio de Scooby Doo, con misterios y todo eso.
—¿Y tú quién eres? —preguntó Margo sonriendo—. ¿Shaggy?
—Sí. Ya sabes el feo, tonto y cobarde —repuso él.
—Yo sólo espero que no haya otro huracán mientras estamos allí —les dijo Paula.
—Han cambiado mucho las cosas en cien años. Ahora al menos la gente puede ser avisada con algo de tiempo antes de que suceda algo así —comentó Margo.
Se preguntó si se refería a los huracanes o a alguna otra cosa.
—Bueno, voy a decirle a mi padre que nos vamos dentro de un par de horas. Hasta luego —le dijo Margo poniéndose en pie rápidamente.
Hernan la observó hasta que salió del restaurante.
Después miró a Paula.
—¿Es por algo que he dicho? —le preguntó confuso.
—Creo que te tiene un poco de miedo, Hernan. Eso es todo.
—¿Miedo de mí?
—Sí, miedo de ti.
—¿Por qué iba a tenerlo?
Dudó unos segundos antes de contestar.
—Es una mujer bastante sensata y cauta.
—¿Y yo soy un peligro?
Paula se quedó callada.
—¡Eso es ridículo! —exclamó él enfadado—. Pero, claro, tiene razón. Margo es una santa y yo un pecador. No podemos tener nada en común, ¿verdad? Además, está lo de su padre… No creo que él pueda encontrar a alguien merecedor de su hija.
—Es complicado, Hernan.
—¿Complicado? Es más que complicado, es muy extraño. ¿Crees que es normal que a una mujer de su edad le importe tanto lo que piense su padre?
Estaba claro que Margo no le había contado lo del secuestro y no estaba segura de que ella debiera hacerlo. Pero Hernan parecía tan disgustado, que se decidió a hacerlo, con las mismas palabras que Margo había usado con ella.
Hernan se quedó pálido.
—¡Dios mío! ¿Nadie supo de su paradero durante tres años?
—Supongo que su padre se haría a la idea de que había muerto. ¿Te imaginas?
—No —repuso él con incredulidad—. No puedo imaginar lo que es eso.
—Yo pensaba como tú, que la protegía demasiado, pero cuando Margo me lo contó…
—Sí, eso cambia mucho las cosas. Es fácil entender su relación de dependencia.
—Parece una mujer fuerte, Hernan. Pero creo que una parte de ella es aún muy frágil y no quiere arriesgarse a sufrir de nuevo.
Se quedó mirándola unos instantes.
—Gracias por decírmelo. Con tus palabras has evitado que quede como un autentico idiota.
Se levantó y se fue del restaurante antes de que pudiera preguntarle que había querido decir con esas palabras.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario